(zenit – 2 nov. 2020)-. Con motivo de la conmemoración de los Fieles Difuntos en el día de hoy, D. Alejandro Vázquez Dodero, sacerdote y capellán del colegio Tajamar en Madrid, España, explica por qué y para qué se celebra esta fiesta en la Iglesia cada 2 de noviembre.
Las celebraciones de hoy –Fieles Difuntos– y de ayer –Todos los Santos– están íntimamente ligadas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y esperanza.
De una parte, la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de quienes han llegado al Cielo y la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; de otra, comparte el llanto de quienes sufren la separación de sus seres queridos, y, como Jesús y gracias a Él, agradece al Señor que nos haya liberado del dominio del pecado y de la muerte.
La Iglesia, como buena Madre, ha querido instituir un día, el 2 de noviembre, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la Tierra, para que, como veremos a continuación, lleguen definitivamente al Cielo. Además, dedica a ello, de un modo u otro, todo el mes de noviembre, denominado “mes de los difuntos”.
“Sufragios” por las almas del Purgatorio
Ante la incerteza de que las almas ya difuntas hayan llegado al Cielo y puedan encontrarse en el Purgatorio, y por ello deban aún purificarse, la Iglesia dispone que durante el mes de noviembre, y en particular el día 2, se ofrezcan sufragios, en forma de oración o sacrificios.
Purificar –purgar– significa borrar la pena que queda tras la comisión del pecado perdonado en confesión sacramental.
El efecto principal de la confesión sacramental –o sacramento de la alegría– es el perdón de los pecados cometidos desde la última confesión bien hecha. Desaparece la culpa por el pecado cometido, pero permanece la pena, que habrá que ir purificando hasta lograr su completa ausencia. Merecen el Cielo solo las almas que, habiendo fallecido en estado de gracia de Dios –sin conciencia de pecado mortal– hayan purificado completamente la pena que queda tras la comisión de los pecados.
Si bien en la propia confesión sacramental se borra parte de esa pena, habrá que acabar de purificarla durante la vida terrenal para poder entrar al Cielo. Y si, llegada la muerte, aún resta pena pendiente de purificación, acabará de purificarse en el Purgatorio.
Pero, ¡y eh aquí el quid de la cuestión!, una vez en el Purgatorio el alma ya no puede procurar su propia purificación. Así, serán las almas de la denominada “Iglesia militante”, aún en la Tierra, las que procuren ante Dios esa purificación mediante los sufragios mencionados, consistentes en oración o penitencia ofrecidas por ellas.
Y a esto último precisamente dedica la Iglesia, en ejercicio de auténtica maternidad, el mes de noviembre, mes de los difuntos. La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular ofreciendo por ellos la celebración eucarística –Misa de difuntos–.
Costumbre de visitar cementerios
En torno a la solemnidad de los Fieles Difuntos muchas personas acuden a los cementerios para rezar por las almas de sus familiares o amigos, o a los columbarios donde depositaron sus cenizas, que también pueden encontrarse en los espacios de las iglesias o lugares santos habilitados al efecto.
El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y columbarios, son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización se encuentran en Dios.
Medidas extraordinarias por la COVID-19
Mediante Decreto de la Penitenciaria Apostólica difundido el pasado 23 de octubre, la Iglesia ha dispuesto que las indulgencias ordinariamente previstas para los días 1 y 8 de noviembre, se extiendan a todo el mes de noviembre, “con la adecuación de las obras y condiciones para garantizar la seguridad de los fieles”. Tales indulgencias se dirigen a quienes “visiten un cementerio y recen por los difuntos, aunque solo sea mentalmente”. O sea, no es necesario desplazarse al cementerio, habida cuenta los riesgos de la actual crisis sanitaria, y podrá hacerse durante todo el mes de los difuntos.
Además, esa norma señala que la indulgencia plenaria del 2 de noviembre, “establecida con ocasión de la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos para los que visiten piadosamente una iglesia u oratorio y reciten allí el ‘Padre Nuestro’ y el ‘Credo’, puede ser transferida no solo al domingo anterior o posterior o al día de la solemnidad de Todos los Santos, sino también a otro día del mes de noviembre”, libremente escogido por cada persona.
En todo caso, lo destacable de esta disposición de nuestra Madre la Iglesia es que el mismo día 2 –o cualquier día del mes de noviembre– puede librarse del Purgatorio a un alma ya difunta, y conseguir que alcance el Cielo, ya que la indulgencia plenaria limpia totalmente la pena pendiente de purificación.
En definitiva, se trata de considerar el día 2 de noviembre, y durante el resto del mes, esa conclusión a la que llega el apóstol Pablo: “Si no hay resurrección de muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra Fe (…) Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desdichados” (1 Cor. 15, 13 ss.). Se trata de dar gracias a Dios por posibilitar nuestra salvación y procurarla para nuestros seres queridos ya difuntos.