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Monseñor Felipe Arizmendi: “Solidaridad ante la pandemia”

Abrir nuestro corazón a los que sufren

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Monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano, ofrece su reflexión semanal, titulada “Solidaridad ante la pandemia”.

En ella, el próximo cardenal, habla sobre la importancia de la solidaridad familiar y social para ayudar a superar la COVID-19 y la crisis ocasionada.

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Una hermana mía, mayor que yo, se contagió de COVID. La empezaron a tratar a tiempo y decidieron no hospitalizarla. Se aisló en casa de uno de sus hijos y toda la familia, sobre todo una nieta suya, la atendieron con todos los cuidados necesarios. Yo no pude visitarla, pero diario nos comunicábamos por videollamadas. Afortunadamente ya superó el contagio y empieza a llevar su vida normal. Ha sido de primera importancia la cercanía afectiva y efectiva de toda la familia. La solidaridad familiar la ha salvado.

Hay infinidad de casos en que la ayuda mutua ha sido fundamental, entre familiares, vecinos y amigos, o con el apoyo eclesial, social y gubernamental. Uno solo no puede enfrentar este virus, así como otros males personales y sociales. Los medios informativos nos relatan algunos casos de solidaridad, pero la mayoría quedan en el anonimato; sólo Dios conoce los corazones.

El episcopado mexicano, por medio de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, con el apoyo generoso de empresarios de buen corazón y coordinados por el Pbro. Rogelio Narváez, organizó la campaña “Familias sin hambre”, para ayudar a tanta gente que está sufriendo las consecuencias de la pandemia por el coronavirus. Es admirable lo que, desde hace siete meses, se ha podido hacer, con el corazón fraterno de más de seiscientos voluntarios en todo el país. Han dedicado 2,616 horas para atender más de 40,000 llamadas telefónicas de quienes solicitan ayuda física o emocional, o un empleo. Han entregado 213,158 despensas, con un valor de unos 42 millones de pesos (dos millones de dólares), aportados por personas físicas o morales que han confiado en el ejercicio que realiza la Iglesia. Estas despensas equivalen a unas 2,104 toneladas de alimentos. Hay que agregar la donación de medicamentos, kits de higiene, termómetros, cubrebocas y mascarillas, el apoyo a algunos comedores comunitarios.

Toda esta acción de la Comisión Episcopal de Pastoral Social se ha llevado a cabo en forma mancomunada con sus Dimensiones: Movilidad Humana, Salud, Pastoral Penitenciaria, Cuidado de la Casa Común, Pueblos Originarios, Fe y Compromiso Social, también para la ayuda psicoemocional y espiritual. Ha sido desgastante el quehacer para procurar empleo o recuperación del autoempleo de cientos de familias en unión con Pastoral del Trabajo. Interesa ir más allá del solo asistencialismo y alentar la promoción humana que propicia uno de los aspectos fundamentales en la transformación social, que es la procuración de trabajo para tantos que han quedado desempleados. Entre los solicitantes de trabajo hay un promedio de 47.3 % varones y 52.7% mujeres. El 52.26% son personas de 40 a 59 años. El 14% tienen más de 60 años, por lo que ya que no consiguen trabajo. El 47% de los solicitantes tiene estudios máximos de secundaria. Los tipos de empleo que más solicitan son: empleados, administrativos, hogar, limpieza, chofer y ventas.

PENSAR

El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: Si no logramos recuperar la pasión compartida por una comunidad de pertenencia y de solidaridad, a la cual destinar tiempo, esfuerzo y bienes, la ilusión global que nos engaña se caerá ruinosamente y dejará a muchos a merced de la náusea y el vacío. Además, no se debería ignorar ingenuamente que la obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca. El “sálvese quien pueda” se traducirá rápidamente en el “todos contra todos”, y eso será peor que una pandemia” (36). “Cuidemos la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con esa actitud solidaria y atenta, que es la actitud de proximidad del buen samaritano” (79).

“Quiero destacar la solidaridad, que, como virtud moral y actitud social, fruto de la conversión personal, exige el compromiso de todos aquellos que tienen responsabilidades educativas y formativas” (114). “La solidaridad se expresa concretamente en el servicio, que puede asumir formas muy diversas de hacerse cargo de los demás. El servicio es en gran parte, cuidar la fragilidad. Servir significa cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. En esta tarea cada uno es capaz de dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles. El servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la “padece” y busca la promoción del hermano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a personas” (115).

“Los últimos en general practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar. Solidaridad es una palabra que no cae bien siempre, yo diría que algunas veces la hemos transformado en una mala palabra, no se puede decir; pero es una palabra que expresa mucho más que algunos actos de generosidad esporádicos. Es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. También es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. Es enfrentar los destructores efectos del imperio del dinero. La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (116).

ACTUAR

Que el Espíritu Santo nos ayude a abrir nuestro corazón a los que sufren, siendo solidarios con ellos, aportando lo que podamos: recursos económicos, nuestro tiempo y oraciones.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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