(zenit – 25 nov. 2020).- En la audiencia general, el Papa Francisco se ha referido a los escritos apostólicos y al libro de los Hechos de los Apóstoles, que describen a las primeras comunidades cristianas, la Iglesia naciente, cuyos primeros pasos “estuvieron marcados por la oración”.
La audiencia general de hoy, 25 de noviembre de 2020, ha sido emitida desde la biblioteca del Palacio Apostólico vaticano, sin fieles, en prevención frente a la COVID-19. A lo largo de la misma, el Santo Padre ha continuado con el ciclo de catequesis sobre la oración, centrándose en el argumento “La oración de la Iglesia naciente” (Lectura: At 4,23-24.29.31).
Al comienzo de la catequesis, el Papa ha señalado que los citados textos bíblicos nos devuelven “la imagen de una Iglesia en camino” y “trabajadora” que “encuentra en las reuniones de oración la base y el impulso para la acción misionera”. Esta imagen, indica, “es punto de referencia para cualquier otra experiencia cristiana”.
“Coordenadas de la Iglesia”
El Pontífice ha explicado las “cuatro características esenciales de la vida eclesial”: “la escucha de la enseñanza de los apóstoles”, “la custodia de la comunión recíproca”, “la fracción del pan” y “la oración”. Estas nos recuerdan, que “la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece firmemente unida a Cristo”, esto es, “en la comunidad, en su Palabra, en la Eucaristía y en la oración”.
Del mismo modo, afirma cómo la predicación y las catequesis “testimonian las palabras y los gestos de Jesús: “las palabras y los gestos del Maestro; la búsqueda constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y particularismos; la fracción del pan realiza el sacramento de la presencia de Jesús en medio de nosotros: Él no estará nunca ausente, en la Eucaristía es Él. Él vive y camina con nosotros. Y finalmente la oración, que es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo”.
En esta línea, apunta que todo lo que en la Iglesia crece “fuera de estas coordenadas no tiene fundamento, es como una casa construida sobre arena ”. Para Francisco, “cualquier situación debe ser valorada a la luz” de estas cuatro características, y lo que no entra en ellas “está privado de eclesialidad, no es eclesial”.
La Iglesia “no es un mercado” ni un emprendimiento empresarial, sino “obra del Espíritu Santo, que Jesús nos ha enviado para reunirnos”. La Iglesia es “el trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana, en la vida comunitaria, en la Eucaristía, en la oración, siempre”: “Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. Es la palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad que se construye el futuro del mundo”.
Sin Espíritu no está la Iglesia
En este sentido, Francisco sostiene que, para saber si una situación “es eclesial” o no, hay que preguntarse si están estas cuatro características y “cómo se desarrolla la vida” en las mismas: “si falta esto, falta Espíritu”, y si falta éste “nosotros seremos una bonita asociación humanitaria, de beneficencia, bien, bien, también un partido, digamos así, eclesial, pero no está la Iglesia”.
El Obispo de Roma recordó que la Iglesia no crece por estas cosas, ni por el “proselitismo, como cualquier empresa”, sino que lo hace por “atracción” que mueve el Espíritu Santo. Y apoya esta afirmación con las palabras de Benedicto XVI: “Si falta el Espíritu Santo, que es lo que atrae a Jesús, ahí no está la Iglesia. Hay un bonito club de amigos, bien, con buenas intenciones, pero no está la Iglesia, no hay sinodalidad”.
La oración, “motor de evangelización”
A continuación, el Papa Francisco ha descrito las reuniones de oración de las primeras comunidades como el “poderoso motor de la evangelización”, un lugar en el que se “experimenta en vivo la presencia de Jesús y es tocado por el Espíritu”. Los miembros de la comunidad primitiva, “pero esto vale siempre, también para nosotros hoy”, se dan cuenta que su “encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de la Ascensión, sino que continúa en su vida”.
Ellos cuentan lo que “ha dicho y hecho el Señor” y “rezan para entrar en comunión con Él, todo se vuelve vivo”, la oración les “infunde luz y calor” y “el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor”.
El Espíritu Santo “anima todo”
El Sucesor de Pedro ha indicado también cómo la Iglesia primitiva estuvo “marcada por una sucesión continua de celebraciones, convocatorias, tiempos de oración tanto comunitaria como personal” y es el Espíritu Santo quien concede la fuerza a “los predicadores que se ponen en viaje, y que por amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se someten a humillaciones”.
Asimismo, esclarece que la “raíz mística de toda la vida creyente” es que “Dios dona amor” y “pide amor”. El Espíritu, continúa, “lo anima todo”, y “todo cristiano que no tiene miedo de dedicar tiempo a la oración puede hacer propias las palabras del apóstol Pablo: ‘La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí’”.
Por último, Francisco declara que “la oración te hace consciente de esto. Solo en el silencio de la adoración se experimenta toda la verdad de estas palabras. Tenemos que retomar el sentido de la adoración. Adorar, adorar a Dios, adorar a Jesús, adorar al Espíritu”. La oración de la adoración, concluye, “es la oración que nos hace reconocer a Dios como principio y fin de toda la historia. Y esta oración es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión”.
A continuación, sigue la catequesis completa del Santo Padre.
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Catequesis 16. La oración de la Iglesia naciente
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los primeros pasos de la Iglesia en el mundo estuvieron marcados por la oración. Los escritos apostólicos y la gran narración de los Hechos de los Apóstoles nos devuelven la imagen de una Iglesia en camino, una Iglesia trabajadora, pero que encuentra en las reuniones de oración la base y el impulso para la acción misionera.
La imagen de la comunidad primitiva de Jerusalén es punto de referencia para cualquier otra experiencia cristiana. Escribe Lucas en el Libro de los Hechos: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42). La comunidad persevera en la oración.
Encontramos aquí cuatro características esenciales de la vida eclesial: la escucha de la enseñanza de los apóstoles, primero; segundo, la custodia de la comunión recíproca; tercero, la fracción del pan y, cuarto, la oración. Estas nos recuerdan que la existencia de la Iglesia tiene sentido si permanece firmemente unida a Cristo, es decir en la comunidad, en su Palabra, en la Eucaristía y en la oración.
Es el modo de unirnos, nosotros, a Cristo. La predicación y la catequesis testimonian las palabras y los gestos del Maestro; la búsqueda constante de la comunión fraterna preserva de egoísmos y particularismos; la fracción del pan realiza el sacramento de la presencia de Jesús en medio de nosotros: Él no estará nunca ausente, en la Eucaristía es Él. Él vive y camina con nosotros. Y finalmente la oración, que es el espacio del diálogo con el Padre, mediante Cristo en el Espíritu Santo.
Todo lo que en la Iglesia crece fuera de estas “coordenadas”, no tiene fundamento. Para discernir una situación tenemos que preguntarnos cómo, en esta situación, están estas cuatro coordenadas: la predicación, la búsqueda constante de la comunión fraterna —la caridad—, la fracción del pan —es decir la vida eucarística— y la oración.
Cualquier situación debe ser valorada a la luz de estas cuatro coordenadas. Lo que no entra en estas coordenadas está privado de eclesialidad, no es eclesial. Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras.
La Iglesia no es un mercado, la Iglesia no es un grupo de empresarios que van adelante con esta nueva empresa. La Iglesia es obra del Espíritu Santo, que Jesús nos ha enviado para reunirnos. La Iglesia es precisamente el trabajo del Espíritu en la comunidad cristiana, en la vida comunitaria, en la Eucaristía, en la oración, siempre.
Y todo lo que crece fuera de estas coordenadas no tiene fundamento, es como una casa construida sobre arena (cfr. Mt 7, 24-27). Es Dios quien hace la Iglesia, no el clamor de las obras. Es la palabra de Jesús la que llena de sentido nuestros esfuerzos. Es en la humildad que se construye el futuro del mundo.
A veces, siento una gran tristeza cuando veo alguna comunidad que, con buena voluntad, se equivoca de camino porque piensa que hace Iglesia en mítines, como si fuera un partido político: la mayoría, la minoría, qué piensa este, ese, el otro… “Esto es como un Sínodo, un camino sinodal que nosotros debemos hacer”.
Yo me pregunto: ¿Dónde está el Espíritu Santo, ahí? ¿Dónde está la oración? ¿Dónde el amor comunitario? ¿Dónde la Eucaristía? Sin estas cuatro coordenadas, la Iglesia se convierte en una sociedad humana, un partido político —mayoría, minoría—, los cambios se hacen como si fuera una empresa, por mayoría o minoría… Pero no está el Espíritu Santo. Y la presencia del Espíritu Santo está precisamente garantizada por estas cuatro coordenadas.
Para valorar una situación, si es eclesial o no es eclesial, preguntémonos si están estas cuatro coordenadas: la vida comunitaria, la oración, la Eucaristía… [la predicación], cómo se desarrolla la vida en estas cuatro coordenadas. Si falta esto, falta el Espíritu, y si falta el Espíritu nosotros seremos una bonita asociación humanitaria, de beneficencia, bien, bien, también un partido, digamos así, eclesial, pero no está la Iglesia.
Y por esto la Iglesia no puede crecer por estas cosas: crece no por proselitismo, como cualquier empresa, crece por atracción. ¿Y quién mueve la atracción? El Espíritu Santo. No olvidemos nunca esta palabra de Benedicto XVI. “La Iglesia no crece por proselitismo, crece por atracción”. Si falta el Espíritu Santo, que es lo que atrae a Jesús, ahí no está la Iglesia. Hay un bonito club de amigos, bien, con buenas intenciones, pero no está la Iglesia, no hay sinodalidad.
Leyendo los Hechos de los Apóstoles descubrimos entonces cómo el poderoso motor de la evangelización son las reuniones de oración, donde quien participa experimenta en vivo la presencia de Jesús y es tocado por el Espíritu.
Los miembros de la primera comunidad —pero esto vale siempre, también para nosotros hoy— perciben que la historia del encuentro con Jesús no se detuvo en el momento de la Ascensión, sino que continúa en su vida. Contando lo que ha dicho y hecho el Señor —la escucha de la Palabra—, rezando para entrar en comunión con Él, todo se vuelve vivo. La oración infunde luz y calor: el don del Espíritu hace nacer en ellos el fervor.
Al respecto, el Catecismo tiene una expresión muy profunda. Dice así: “El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia” (n. 2625).
Esta es la obra del Espíritu en la Iglesia: recordar a Jesús. Jesús mismo lo ha dicho: Él os enseñará y os recordará. La misión es recordar a Jesús, pero no como un ejercicio mnemónico. Los cristianos, caminando por los senderos de la misión, recuerdan a Jesús haciéndolo presente nuevamente; y de Él, de su Espíritu, reciben el “impulso” para ir, para anunciar, para servir.
En la oración, el cristiano se sumerge en el misterio de Dios que ama a cada hombre, ese Dios que desea que el Evangelio sea predicado a todos. Dios es Dios para todos, y en Jesús todo muro de separación es definitivamente derrumbado: como dice San Pablo, Él es nuestra paz, es decir “el que de los dos pueblos hizo uno” (Ef 2,14). Jesús ha hecho la unidad.
Así la vida de la Iglesia primitiva está marcada por una sucesión continua de celebraciones, convocatorias, tiempos de oración tanto comunitaria como personal. Y es el Espíritu que concede fuerza a los predicadores que se ponen en viaje, y que por amor de Jesús surcan los mares, enfrentan peligros, se someten a humillaciones.
Dios dona amor, Dios pide amor. Esta es la raíz mística de toda la vida creyente. Los primeros cristianos en oración, pero también nosotros que venimos varios siglos después, vivimos todos la misma experiencia.
El Espíritu anima todo. Y todo cristiano que no tiene miedo de dedicar tiempo a la oración puede hacer propias las palabras del apóstol Pablo: “La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2, 20). La oración te hace consciente de esto.
Solo en el silencio de la adoración se experimenta toda la verdad de estas palabras. Tenemos que retomar el sentido de la adoración. Adorar, adorar a Dios, adorar a Jesús, adorar al Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu: adorar. En silencio.
La oración de la adoración es la oración que nos hace reconocer a Dios como principio y fin de toda la historia. Y esta oración es el fuego vivo del Espíritu que da fuerza al testimonio y a la misión. Gracias.
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