(zenit – 28 dic. 2020).- Hoy lunes 28 de diciembre de 2020, en “Teología para Millennials”, el sacerdote mexicano Mario Arroyo Martínez, hace homenaje a todo el que se ha sacrificado por los demás durante esta Navidad.
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Quiere ser el presente texto un sencillo homenaje, cargado de admiración y reconocimiento, a tantas y tantos que han tenido que sacrificarse durante esta navidad. ¿Quiénes serían estas personas?
Pienso en todas las enfermeras que han recibido la navidad al lado de un enfermo, en los doctores que han estado atendiendo pacientes, en todo ese trabajo imprescindible de limpieza, que se realiza en hospitales con riesgo de la vida, o recogiendo basura en las calles, tantos vigilantes y veladores que les tocó en suerte tener el turno en navidad y muchos más que silenciosamente han tenido que trabajar durante la nochebuena.
Digamos que han tenido una “navidad complicada”, una “navidad pesada”; probablemente su única ilusión era que pronto acabara todo esto, que pasara ya. En realidad, su navidad ha sido más semejante a la navidad original que la de tantos otros, más preocupados por cómo quedó el pavo o por si le gustará el regalo durante el intercambio.
El nacimiento de Jesús ha sido representado con gran pericia artística a lo largo de la historia de la humanidad. Desde San Francisco de Asís se ha difundido admirablemente la costumbre de representarlo, constituyendo muchas veces un magistral ejemplo de artesanía sacra. Pero el primero, el que dio origen a todo, no fue sencillo.
Basta hacer el esfuerzo de meternos en el contexto. Una pareja de recién casados, una mujer encinta, a punto de dar a luz, un oneroso viaje inesperado a lomos de burro, un lugar de destino saturado por peregrinos, donde no sobra ninguna cama para pasar la noche.
¿Nos hacemos cargo de la angustia de José, el padre de esa familia, por no poderle proporcionar alojamiento digno a su mujer en el trance del alumbramiento? ¿Cuál sería la zozobra al limpiar un local habitado por animales?, ¿qué hacer con las moscas, las pulgas y los piojos? No suelen estar representados en los nacimientos de las casas, pero indudablemente estaban allí.
Y luego, la soledad. Hace tiempo, en una navidad, bajé a llevarle algo al policía que estaba cuidando. Lo encontré sentimental, llorando. Habían pasado justo las doce y echaba de menos a sus seres queridos. Realizar el trabajo en soledad, pasar largas noches en vela es más duro si se trata de una noche especial, como nochebuena.
Una soledad semejante a la de la Sagrada Familia. Por fin los tres solos, bajo el silencio de la estrella, acompañados sólo por su tenue luminosidad. Tantos trabajadores nocturnos van a poder experimentar en carne propia lo que Jesús, José y María vivieron, incluso a veces por la inseguridad, pues la campiña de Belén no sería mucho más segura que muchas de nuestras calles.
Todos los años hacen falta un selecto grupo de héroes trabajadores que lleven el peso de la sociedad sobre sus espaldas. Siempre es necesario contar con personas que generosamente se sacrifican, mientras los demás estamos brindando y abriendo regalos.
Ellos nos recuerdan que la vida en sociedad no es posible sin sacrificio, sin renuncia. Su vida es un callado y elocuente testimonio de cómo el individualismo egoísta resulta suicida, tanto en el hogar como en la sociedad.
Pero este año es muy especial, pues a ese grupo escogido de personas se ha unido un impresionante ejército de enfermeras, doctores, personal de limpieza y seguridad en los hospitales. A ellos les decimos, sinceramente, gracias. Nos dan un ejemplo muy grande, y en ellos podemos descubrir de una manera viva, el eco de lo que silenciosamente sucedió en un rincón de Israel hace más de dos mil años.
Poco importa que ese sacrificio sea exigencia de la necesidad –los empleos son remunerados, muchas veces no como debieran serlo- o por altruismo. Hay personas que, por convicción, por un agudo sentido vocacional, quieren estar ahí. Lo importante es que son imprescindibles y, ya sea por necesidad o por altruismo, el resto de la sociedad estamos en deuda y debemos reconocerlo.
Es verdad que, en ese desempeño, además, suele haber muchos gestos de gratuidad, no exigidos en el contrato, pero en los cuales las personas dan un plus de sí mismas, se dan ellas mismas en su trabajo, en su interacción con los enfermos. Esa gratuidad nos recuerda que el hombre sigue siendo capaz de cosas grandes y en ello se condensa el mejor mensaje de navidad.