Por: P. Antonio Rivero, L.C.
Domingo 23 del Tiempo Ordinario
Ciclo B
Textos: Is 35, 4-7a; St 2, 1-5; Mc 7, 31-37
Idea principal: La humanidad hoy en cierto sentido es sordomuda. Necesita del toque de Cristo para sanar y el grito de Jesús: “Éffeta”.
Síntesis del mensaje: Dios, en Cristo, eligió a los pobres, se inclinó sobre quienes están afligidos por la enfermedad y sobre los de corazón triste, y ahora nos pide a nosotros, sus discípulos, que hagamos lo mismo, siendo canales del “Éffeta” de Jesús.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, Jesús se acerca a este sordomudo, como se acercó a los pobres, a los leprosos, al paralítico. Y acercándose los eleva, los cura, los hace volverse criaturas humanas, los enriquece de esperanza y de fe. Y se acerca y los toca, no sólo con su palabra sino con sus gestos humanos, con su humanidad. Tocó a este sordomudo, le humedeció la lengua. De siempre en el mundo antiguo tuvo la saliva tales efectos curativos. Jesús levantó los ojos al cielo como quien ora, respiró hondo como quien se apena ante la desgracia ajena o como quien coge impulso curativo, pronunció la palabra mágica: “Éffeta…ábrete” y el sordo tartaja oyó y habló como un hombre. Estas circunstancias destacan el papel de la humanidad de Cristo, instrumento de su poder divino. Resulta impresionante saber que Dios no se acerca a nosotros solamente con su Palabra espiritual, sino que además nos toca. Dios llega a nosotros a través de las manos de Cristo, de su saliva. Y así cura nuestra alma y nuestro cuerpo, como lo hizo con el lisiado del evangelio. Los dedos del Señor, que se hundieron en las orejas del enfermo, no sólo abrieron sus oídos al sonido humano, sino también a la Palabra de Dios. Y la saliva divina, puesta sobre la lengua de ese tartamudo, no sólo la liberó de su traba natural, sino que le comunicó la agilidad necesaria para orar y para cantar la gloria de Dios.
En segundo lugar, este sordomudo es paradigma y prototipo de una humanidad cerrada a la voz de Dios e incapaz de alabar al Señor. Así lo entendió la Iglesia al escoger los gestos de Jesús para elaborar su ritual del Bautismo. Sin el bautismo éramos espiritualmente sordos, sólo capaces de escuchar la voz de “la carne y de la sangre”, pero no la voz de Dios. Sin el bautismo éramos espiritualmente tartamudos, indignos y privados del derecho de llamar a Dios “Padre nuestro”, incapaces de decir siguiera “Señor Jesús” ya que, como enseña san Pablo, nadie puede decir tal cosa “sin la ayuda del Espíritu Santo”. Muchos hombres de hoy están sordos como una tapia cuando les habla Dios desde la Biblia, desde los sacramentos, desde la voz de la Iglesia, desde el clamor de los pobres. No logran escuchar o no quieren escuchar el “Éffeta” de Jesús. ¿Por qué? Porque el mundo les ha roto los tímpanos del espíritu; y tanta carcajada mundana les ha atrofiado la boca del alma. Otros, gracias a Dios, entran en el templo y adoran, rezan, cantan, oyen, hablan…a Dios. Estos, en una sociedad descristianizada y neopagana, son una señal fluorescente de Dios, un milagro.
Finalmente, Cristo resucitado sigue curando hoy a la humanidad a través de la Iglesia. Durante dos mil años, la Iglesia se ha dedicado, no sólo a predicar la Palabra y perdonar los pecados, sino también a curar enfermos, atender a los pobres, ancianos y marginados, luchar contra todo tipo de opresión e injusticia, trabajar por la liberación integral de la persona. Basta ver la lista de los santos y santas fundadores, y obispos y sacerdotes, que incluso dieron la vida por esta causa del evangelio. Esta misión no sólo es de los ministros sagrados y consagrados y religiosas. Es de todo bautizado, cada uno en su campo de acción: familia, trabajo, amigos, parroquia, periferias. Pero tal vez, Jesús nos quiera curar también a nosotros hoy, porque tenemos los oídos y los labios cerrados.
Para reflexionar: ¿Soy capaz de ayudar a los ciegos que no ven o no quieren ver, para que sepan cuáles son los caminos de Dios? ¿Y a los sordos, para que se enteren del mensaje de salvación de Dios? ¿O a los mudos, para que se suelte su lengua y recobren el habla en los momentos oportunos?
Para rezar: Señor, quiero escuchar hoy también en mi vida el “Éffeta… ábrete”, para que mis oídos se abran a tu Palabra y mi boca la lleve por todo el mundo, comenzando por los más cercanos. Ora sobre tus oídos y pide: “Éffeta”. Ábrete para la Palabra de Dios: yo quiero escuchar tu voz, Señor, quiero escuchar tus mociones. Abre mis oídos para las palabras buenas. Ora pidiendo para que tengas oídos de discípulo. Coloca tus manos sobre tus ojos y pide: “Éffeta”. Señor, quiero tener una mirada de misericordia sobre las situaciones, sobre las personas, no quiero tener ojos maliciosos. Quiero verte en las personas, Jesús. Quiero verte en las situaciones. Con las manos en tu boca grita: “Éffeta”. Quiero tener boca de discípulo. Que salgan de mi boca palabras que sanan, salvan, liberan y no palabras de desánimo. Abre mis labios para que yo sea un anunciador de tu Palabra. Y con las manos sobre tu corazón di: “Éffeta”. Quiero tener tu corazón, Jesús. Abre mi corazón para amar, para perdonar. Abre mi corazón para no guardar odio de nadie. Yo quiero, Señor, abre mi corazón.
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org