Mirar
No falta quien juzgue la insistencia del Papa Francisco en que seamos una Iglesia sinodal como si fuera una novedad, una moda transitoria, una ocurrencia personal. No es así.
Quien afirme esto, desconoce la historia de la Iglesia. De una forma u otra, con más o menos consultas, siempre se ha procedido así. El hecho de que el Papa Pablo VI instituyera el Sínodo de los Obispos, hace más de 50 años, nos demuestra que, sobre todo desde el Concilio Vaticano II, se ha querido consultar a la comunidad eclesial sobre diversos temas. Por ejemplo, antes de ser obispo, yo participé en el Sínodo de los Obispos del año 1990, cuando se trató el tema de la formación sacerdotal. De allí salió la exhortación Pastores dabo vobis. Fui convocado como experto en estos asuntos, por los cargos que había ocupado como Presidente de las Organizaciones de Seminarios en México y en América Latina. Siempre se ha enviado a todas las diócesis, organismos y universidades eclesiales, un formulario para consultarles sobre el tema del respectivo Sínodo; lo que pasa es que muchos nunca tomaban en cuenta esa consulta y nada aportaban. Para la elección de nuevos obispos siempre se hace una amplia consulta al Pueblo de Dios, pero de una forma muy discreta y reservada. La sinodalidad no es una novedad; el Papa Francisco sólo nos está insistiendo en ella.
El Código de Derecho Canónico, sobre todo en su actualización de 1983, ha ordenado que en todas partes se establezcan diversos Consejos, para que el obispo escuche al Pueblo de Dios antes de tomar decisiones. Se prescriben el Consejo Presbiteral, el Consejo de Economía, el Colegio de Consultores, y se propone el Consejo de Pastoral, en que participan también laicos y religiosos. En muchas diócesis hay, además, Consejo de Laicos, Consejo del Seminario, Consejo de la Vida Consagrada, aunque tengan otros nombres. Es tan importante esta consulta que, en algunos casos, si el obispo no pide opiniones previas, su decisión es jurídicamente inválida. El Papa Francisco nos ha insistido en que demos vida a estos Consejos, y no se queden en mera formalidad sin trascendencia en la vida diocesana. Para el nombramiento de nuevos párrocos, el obispo escucha de diversas maneras a la comunidad, pero no se hace una consulta pública, como si se tratara de una asamblea para proceder por mayoría de votos. La Iglesia no es un sistema democrático, sino una comunidad participativa con un responsable jerárquico.
Cuando en el Seminario de Toluca establecimos el reglamento, los sacerdotes hicimos un borrador, que presentamos a todos los alumnos, para que dieran su palabra; su opinión hizo que cambiáramos algunos artículos. Cuando, en marzo de 1991, llegué como obispo a Tapachula, en Chiapas, pedí a la asamblea diocesana, integrada por sacerdotes, religiosas y laicos, que me propusieran nombres para los cargos más importantes de la diócesis: Vicario General, Canciller, Ecónomo, Rector del Seminario y Vicario de Pastoral. Los mismo hacía cada tres años en San Cristóbal de Las Casas. En boleta secreta, proponían sus candidatos y luego, en oración y después de nuevas consultas, yo tomaba la decisión.
Hubo un caso en que, en el Consejo Diocesano de Pastoral, debíamos decidir el tema de la asamblea diocesana. Entre los treinta miembros, se propusieron temas; yo sugerí unos diferentes. Se llevaron las propuestas a todas las parroquias y, después de dos meses, la mayoría propuso un tema distinto al que yo había propuesto. Como ellos conocen las realidades mejor que yo, acepté su opinión y no impuse la mía; autoricé lo que propuso la mayoría. El resultado fue magnífico y todos contentos con la participación comunitaria. La sinodalidad no es, pues, una moda, sino un modo de vivir la Iglesia como comunión, como Pueblo de Dios, en el que participamos todos. No se quita la autoridad episcopal o parroquial, sino que se promueve la participación de todos los bautizados.
Discernir
Que la sinodalidad no es algo nuevo, aunque se le llamara de otra forma, lo expresó el Papa Francisco en un discurso a directivos de la Acción Católica de Francia: “Vuestros movimientos de Acción Católica han desarrollado, en su historia, verdaderas prácticas sinodales, especialmente en la vida de grupo, que es la base de vuestra experiencia. La Iglesia en su conjunto también está inmersa en un proceso sinodal, y cuento con su contribución. Recordemos, a este respecto, que la sinodalidad no es una mera discusión.
No es un “adjetivo”. Nunca adjetivar la sustancialidad de la vida. La sinodalidad tampoco es la búsqueda del consenso de la mayoría; eso lo hace un parlamento, como se hace en política. No se trata de un plan, de un programa a aplicar. No. Es un estilo que hay que adoptar, en el que el protagonista principal es el Espíritu Santo, que se expresa ante todo en la Palabra de Dios, leída, meditada y compartida en común” (13-I-2022).
La Comisión para el Sínodo Mundial de Obispos, en su Documento Preparatorio, dice: “La sinodalidad es mucho más que la celebración de encuentros eclesiales y asambleas de obispos, o una cuestión de simple administración interna en la Iglesia; la sinodalidad indica la específica forma de vivir y obrar de la Iglesia Pueblo de Dios que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión evangelizadora” (No. 10).
“En el primer milenio, ‘caminar juntos’, es decir, practicar la sinodalidad, fue el modo de proceder habitual de la Iglesia entendida como ‘un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’. Es en este horizonte eclesial, inspirado en el principio de la participación de todos en la vida eclesial, donde San Juan Crisóstomo podrá decir: «Iglesia y Sínodo son sinónimos». También en el segundo milenio, cuando la Iglesia ha subrayado más la función jerárquica, no disminuyó este modo de proceder: cuando se ha tratado de definir verdades dogmáticas, los papas han querido consultar a los obispos para conocer la fe de toda la Iglesia, recurriendo a la autoridad del sentido de la fe de todo el Pueblo de Dios, que es «infalible ‘en la fe’»” (No. 11).
Actuar
Si tu párroco o tu obispo te invitan a expresar tu palabra sobre distintos asuntos eclesiales, expresa lo que, en oración, el Espíritu te inspire, siempre dispuesto a acatar la decisión de quien preside la comunidad eclesial. Y si no te invitan, busca la forma de hacerles llegar tu opinión, en forma respetuosa, pero clara e incisiva. Propón los cambios que consideres necesarios para que la Iglesia viva mejor su vocación y misión. No digas que no te importa, o que no han pedido tu opinión; tú eres parte viva de la Iglesia y ésta depende también de ti. Animo y a participar.