Por: Cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de las Casas
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Del Vicariato Apostólico de Puerto Maldonado, en la selva peruana, con su obispo, Mons. David Martínez, me pidieron una intervención sobre este asunto para la asamblea que estaban realizando. Ellos están dando los pasos necesarios para dar su aporte al Sínodo mundial de obispos, a realizarse en Roma en 2023, que versa sobre la sinodalidad. Insistí en que ésta consiste en caminar juntos como Pueblo de Dios, en hacer juntos el camino eclesial, en ser todos responsables de la identidad y misión de la Iglesia. Pero hay que tomar en cuenta que quienes caminamos juntos somos diferentes: en sexo, en edad, en ministerios (laicos, vida consagrada, diáconos, sacerdotes y obispos), y sobre todo en culturas. Ese Vicariato está compuesto por indígenas amazónicos, andinos de cultura quechua y agentes de pastoral, varios procedentes de países extranjeros. Sin embargo, la interculturalidad no es sólo con las culturas indígenas, sino con todas las demás, incluso las que son fruto de la actual globalización.
Interculturalidad es la relación e interacción entre las diferentes culturas, la influencia de unas en otras, el aporte que cada una ofrece. No es el dominio de una sobre otras, como ha pasado en la sociedad en general y también en la Iglesia, pues durante mucho tiempo se ha impuesto la cultura castellana y se han menospreciado las culturas originarias, como si éstas no tuvieran valores y como si fuera mejor que desaparecieran. En nuestra pastoral, ha prevalecido el modelo rural, adaptado en algunos aspectos a la cultura urbana, pero las culturas actuales, también en las ciudades, son muy variadas y no siempre las tomamos en cuenta.
En el año 2014, la Conferencia del Episcopado Mexicano dedicó su XCVII Asamblea a la evangelización de la cultura. Me tocó coordinarla, como responsable de la Dimensión Episcopal de Cultura. Nos propusimos estos objetivos:
1) Dialogar con distintos actores de la sociedad, para comprender su visión y tratar de responder al desafío de evangelizar las culturas del país.
2) Promover una reflexión sobre la pastoral de la cultura, desde el Magisterio pontificio, latinoamericano y mexicano.
3) Analizar algunas experiencias significativas de la evangelización de la cultura, para proponer algunos compromisos concretos.
4) Invitamos al Rector de la UNAM y a otro exrector, pero no aceptaron participar; en cambio, estuvo un profesor de la misma, no católico. También participaron artistas, rectores de universidades interculturales y privadas, políticos, medios de comunicación, empresarios, migrantes, líderes sociales, víctimas de violencia, indígenas, y se presentaron diversas experiencias pastorales en ciudades, con grupos marginados, con
jóvenes punk y de bandas.
La interculturalidad, pues, no es sólo con los indígenas, sino con las variadas culturas que existen entre nosotros.
Discernir
El Concilio Vaticano II dijo al respecto: “Múltiples son los vínculos que existen entre el mensaje de salvación y la cultura humana. Dios, en efecto, al revelarse a su pueblo hasta la plena manifestación de sí mismo en el Hijo encarnado, habló según los tipos de cultura propios de cada época. De igual manera, la Iglesia, al vivir durante el transcurso de la historia en variedad de circunstancias, ha empleado los hallazgos de las diferentes culturas para difundir y explicar el mensaje de Cristo en su predicación a todas las gentes, para investigarlo y comprenderlo con mayor profundidad, para expresarlo mejor en la celebración litúrgica y en la vida de la multiforme comunidad de fieles. La Iglesia, enviada a todos los pueblos sin distinción de épocas y regiones, no está ligada de manera exclusiva e indisoluble a raza o nación alguna, a algún sistema particular de vida, a costumbre alguna antigua o reciente. Fiel a su propia tradición y consciente a la vez de la universalidad de su misión, puede entrar en comunión con las diversas formas de cultura; comunión que enriquece al mismo tiempo a la Iglesia y a las distintas culturas” (GS 58).
“La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad ni siquiera en la liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces los acepta en la misma liturgia, con tal de que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico” (SC 37).
Al respecto dijo San Juan Pablo II. “Al entrar en contacto con las culturas, la Iglesia debe acoger todo lo que, en las tradiciones de los pueblos, es compatible con el Evangelio, a fin de comunicarles las riquezas de Cristo y enriquecerse ella misma con la sabiduría multiforme de las naciones de la tierra” (Discurso al Pontificio Consejo para la Cultura, 17 enero 1987).
Y el Papa Emérito Benedicto XVI: “Para cumplir la misión salvífica que la Iglesia recibió de Cristo, se trata de hacer que el Evangelio penetre en lo más profundo de las culturas y las tradiciones de vuestro pueblo, caracterizadas por la riqueza de sus valores humanos, espirituales y morales, sin dejar de purificar estas culturas, mediante una conversión necesaria, de lo que en ellas se opone a la plenitud de verdad y de vida que se manifiesta en Cristo Jesús. Esto también requiere anunciar y vivir la buena nueva, entablando sin temor un diálogo crítico con las culturas nuevas vinculadas a la aparición de la globalización, para que la Iglesia les lleve un mensaje cada vez más pertinente y creíble, permaneciendo fiel al mandato que recibió de su Señor (cf Mt 28,19)” (A los Obispos de Camerún: 18 de marzo de 2006).
El Papa Francisco ha insistido en ello: “Es imperiosa la necesidad de evangelizar las culturas para inculturar el Evangelio” (EG 69). “El cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, ermaneciendo plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido y arraigado. En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra la belleza de este rostro pluriforme. En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el Espíritu Santo embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo rostro. En la inculturación, la Iglesia introduce a los pueblos con sus culturas en su misma comunidad, porque toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio” (EG 116).
“Bien entendida, la diversidad cultural no amenaza la unidad de la Iglesia… No haría justicia a la lógica de la encarnación pensar en un cristianismo monocultural y monocorde. Si bien es verdad que algunas culturas han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano, el mensaje revelado no se identifica con ninguna de ellas y tiene un contenido transcultural. Por ello, en la evangelización de nuevas culturas o de culturas que no han acogido la predicación cristiana, no es indispensable imponer una determinada forma cultural, por más bella y antigua que sea, junto con la propuesta del Evangelio. El mensaje que anunciamos siempre tiene algún ropaje cultural, pero a veces en la Iglesia caemos en la vanidosa sacralización de la propia cultura, con lo cual podemos mostrar más fanatismo que auténtico fervor evangelizador” (EG 117).
Actuar
Para que haya sinodalidad, se necesita que nos convirtamos todos hacia la interculturalidad. No puede haber sinodalidad sin interculturalidad, sin tomar en cuenta tantas culturas que hay entre nosotros, no sólo las indígenas. La interculturalidad es un elemento necesario para la sinodalidad. Si la sinodalidad es caminar juntos, y los que queremos caminar juntos somos diferentes, porque somos de culturas distintas, es necesario tomarnos en cuenta como diferentes, escucharnos y valorarnos, siempre teniendo como punto central de referencia a Jesús.