Por: Vittorio Messori
(ZENIT Noticias / Roma, 19.03.2022).- Veo en un libro de un experto que propone «releer el cristianismo para hacerlo de nuevo comprensible al hombre contemporáneo». Miro la «relectura» y me doy cuenta de que no estoy haciendo mucho con ella, el viejo Evangelio me parece mucho más claro. Pienso en la respuesta del hombre al que le preguntaron el secreto de su eficacia en la catequesis: «Para hablar de Cristo a Pierino no basta con conocer a Cristo; antes hay que conocer a Pierino». Si esos expertos conocen a Cristo no lo sé, no me corresponde juzgarlo; ciertamente parecen saber poco de nosotros, los «Pierini».
Los peligros que amenazan la comprensión del Evangelio hoy en día son en realidad diferentes de los que a veces se imaginan. Por ejemplo, no creo que hayamos notado hasta ahora cómo el control de la natalidad y la limitación a un solo hijo conducen, en Occidente, a un mundo de personas que no han tenido la experiencia concreta de un hermano o hermana. En cambio, todo el evangelio se basa en esta experiencia de fraternidad. En culturas como la nuestra, en la que el padre a menudo quiere ocultar el hecho de que es padre y, esperando ser más aceptado, prefiere presentarse ante su hijo como «un amigo»; y en la que ese hijo es único y, por tanto, se ve obligado a hacer un esfuerzo para «imaginar» lo que significa tener un hermano o una hermana; en culturas como la nuestra, ¿no se corre el riesgo de perder las categorías que hacían que el Evangelio fuera inmediatamente comprensible?
Evangelio el cual, además, al apelar a esas relaciones que para nosotros están empañadas («paternidad», «fraternidad»), las sitúa en un contexto ya desaparecido. ¿Qué pueden significar imágenes como la de Cristo, el «cordero de Dios» o la «gallina que reúne a los polluelos bajo sus alas» para quienes, como los niños de Nueva York o Milán, sólo pueden ver corderos y pollos en los documentales de televisión? Tal vez sean estos (y no la depuración de las palabras que son «desagradables» precisamente por ser ciertas) los problemas a los que tenemos que hacer frente.
Siguiendo con el tema de los padres y los hijos: estaba pensando en esto mientras escuchaba las lecturas de la fiesta de la Trinidad. Me recordó el diálogo en una de las disputas, tan del gusto medieval, entre un cristiano y un musulmán. El musulmán preguntó: «Dios, para nosotros, es uno; entonces, ¿cómo podría tener un hijo?». El cristiano respondió: «Dios es amor para nosotros. ¿Cómo, entonces, podría estar solo?».
En esta respuesta hay una lección decisiva: el paso del nivel de la razón al del amor, que permite «comprender» el cristianismo. Dogmas como el trinitario son absurdos en el plano de la lógica. Sin embargo, consideradas desde la perspectiva correcta -la del ágape, no la del racionalismo- pasan del ámbito de lo absurdo al del misterio. Y esto lo cambia todo.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el P. Jorge Enrique Mújica, LC, director editorial de ZENIT.