Bendición Urbi et Ordi ante brote de COVID-19. Foto: Vatican News

Una reflexión de una teóloga italiana a dos años de la oración en pandemia del Papa en la plaza de san Pedro

A dos años de aquella oración del Papa en una plaza de San Pedro vacía, una teóloga italiana nos ofrece una reflexión que nos ayuda a profundizar en aquel evento, a dos años de distancia.

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Por: Giuseppina Daniela Del Gaudio

(ZENIT Noticias / Roma, 26.03.2022).- Hace dos años, el 27 de marzo en la Plaza de San Pedro, asistimos a una escena que permanecerá indeleble en nuestra memoria, junto a tantos acontecimientos particulares de este difícil momento histórico. El Papa Francisco, solo, en una plaza desierta (que estábamos acostumbrados a ver siempre abarrotada), subió las escaleras de la plaza de la iglesia bajo la lluvia para dirigir una sentida oración al milagroso crucifijo de Roma por la pandemia. Tanto por la atmósfera como por el clima interior que se respiraba, la statio cuaresmal de San Pedro se convirtió en el símbolo del tormento de los muertos, de la desorientación del mundo, de la fuerza suplicante de la Iglesia, de la bendición y de la mirada humilde del crucifijo que, al encontrarse con la mirada del Papa, abrazaba idealmente a todos infundiendo esperanza, mientras una noche profunda rugía en el corazón de una nueva e implacable enfermedad.

Se ha escrito, con razón, que la lluvia dibujó nuevos ríos de sangre sobre el cuerpo de Cristo crucificado, como signo de su participación en la pasión de tantas personas que, en él, encontraron la fuerza para resucitar. Esta es la fuerza de la fe, que aquel acontecimiento comunicó a todos. La oración y el abrazo silencioso de Jesús desde San Pedro, el corazón del cristianismo, llegó como una bendición para los que habían sido probados por el covid, para los que habían perdido a sus seres queridos, para los que habían vivido días terribles.

Hoy, dos años después, cuando miramos el futuro con mayor optimismo, quizás por el fin de la pandemia, necesitamos volver a la mística realista de aquella tarde, para redescubrir esa misma fuerza que, desde la cruz, sigue emanando para cada uno de nosotros, para los que tienen sed de absoluto, para los que buscan un sentido, para los cristianos y los no cristianos. Jesús murió por todos. Desde la cruz, sede real de un hombre inmolado hasta la kenosis total, da su amor y su salvación a todos.

Y nos dice, como aquel día, a través del Evangelio que fue leído y meditado por el Papa Francisco, que no tengamos miedo. Podemos seguir pasando por mil tribulaciones, como la guerra, el hambre, el miedo, la enfermedad e incluso la muerte, pero nuestra barca permanece firme en la tormenta porque Él está con nosotros. Aunque parezca estar dormido, Él vigila nuestro camino e interviene cuando quiere calmar las aguas, llevándonos a todos a la salvación, porque se sacrificó por cada uno de nosotros.

El Papa Francisco señaló, en particular, que «como los discípulos del Evangelio, fuimos sorprendidos por una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en el mismo barco, todos frágiles y desorientados, pero al mismo tiempo importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de consuelo. Todos estamos en este barco…».

Creo que este mensaje también es importante para hoy, cuando queremos salir de este periodo oscuro con un entusiasmo renovado. Estamos llamados a elevarnos con Cristo hacia la luz, que él vino a traer precisamente en momentos dramáticos como éste, estamos llamados a la vida, que él representa en plenitud para todos. La fe nos permite superar los miedos y las angustias con el poder victorioso de la cruz, que transforma la historia humana en una historia de salvación.

Finalmente, sentimos que todos estamos realmente incluidos en ese abrazo que Jesús desde la cruz nos dirige, porque Él nos amó a todos, uno por uno, como Hijo único, el amado, el elegido, Aquel que era el Hijo único del Padre, el amado, el elegido. Si cargó con nuestros pecados en el madero de la cruz, también ha redimido todos los momentos de nuestra vida y nos invita a seguir adelante, para que la barca de nuestra existencia desembarque en la orilla segura de su reino, si remamos juntos, en la fe de la Iglesia, si nos dejamos tocar por su misericordia y le permitimos conducir nuestra vida según su plan de salvación.

La doctora Giuseppina Daniela Del Gaudio es profesora de teología dogmática en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. La traducción del original de este texto remitido a ZENIT en italiano, fue realizado por nuestra agencia.

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Redacción Zenit

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