(ZENIT Noticias / Kiev, 27.04.2022).- El arzobispo mayor de los greco-católicos inicia una nueva serie de reflexiones en el contexto de la invasión a su país, Ucrania. Esta vez en torno a las bienaventuranzas.
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¡Cristo ha resucitado!
Queridos hermanos y hermanas en Cristo, hoy es Martes Santo, el 62º día de la resistencia nacional de Ucrania contra la agresión rusa.
En el este de Ucrania se están librando intensos combates. El enemigo cada vez más intensamente y con más cantidad de armas y de tropas está atacando a Ucrania.
Pero Ucrania sigue en pie. Ucrania está luchando. Ucrania reza. Y Ucrania celebra la Pascua.
Durante esta última noche, durante el último día, el enemigo nuevamente atacó con misiles en casi toda Ucrania. Temblaron bajo los misiles rusos la provincia de Lviv, la provincia de Vinnitsa y la provincia de Zhytomyr. Esta mañana, los misiles golpearon la ciudad de Zaporozhzhia, ciudad donde se habían reunido decenas de miles de refugiados de Mariúpol, del sur de Ucrania. La ciudad ucraniana de Kharkiv está en llamas. Un tercio de los edificios ya han sido completamente destruidos. Pero la Kharkiv ucraniana se mantiene en pie. Vive. Reza. Y la Iglesia de Kharkiv sirve a su gente.
Nuestra heroica Mariúpol sigue resistiendo. Realmente, es una fuerza rara la que la sostiene. Una fuerza sobre la que muchos reflexionan y se asombran en distintos rincones del mundo. Esta Mariúpol, ciudad de María, ciudad de mártires; defiende a sus niños, defiende a sus mujeres. Defiende a Ucrania.
A pesar de las calamidades de esta guerra, en el corazón del pueblo ucraniano, en su interior, cada vez más fuertemente, crece una fuerza extraña, una fuerza fuera de lo común. Una fuerza que probablemente no viene del nosotros mismos. Porque ante un enemigo tan armado, tan brutal y asesino, el corazón humano probablemente desfallecería y las manos se paralizarían. Pero esta fuerza que cada vez se hace más manifiesta, parece ser una especial fuerza de Dios que nos llama. Llama a nuestro pueblo a la libertad. Nos llama a no tener miedo. Nos llama a luchar. Nos llama a hacer el bien.
No es en vano que estamos viviendo esta tragedia en tiempo de Pascua. Se siente que Cristo resucitado está entre nosotros de un modo especial. De un modo especial y nuevo hoy se siente que todo aquel “que fue bautizado en Cristo, se revistió de Cristo” . En Ucrania hoy se siente que Cristo no resucitó solo del sepulcro. Él resucitó y salió del sepulcro junto con toda la humanidad. Junto con todos los hombres y mujeres que fueron, son y serán. Tomando sobre sí la naturaleza humana de todos los tiempos y de todos los pueblos. Se siente que la fuerza del Resucitado actúa sobre nosotros por la gracia de nuestro Bautismo. Porque nosotros, habiendo sido bautizados en la fuerza de Cristo, habiendo entrado por el Bautismo en Su muerte y resurrección, llevamos la vida del Resucitado en nuestro interior.
Me gustaría meditar hoy con ustedes sobre la médula de la predicación de Cristo: sobre las Bienaventuranzas. La palabra “bienaventurados” no sólo se refiere a los que experimentan algún tipo de beatitud y alegría que provienen de Dios. Los bienaventurados son todos los que ya ahora llevan dentro de sí este germen vivificante de la Resurrección que hemos recibido en Jesucristo.
No es en vano que, en la primera de las bienaventuranzas, Cristo nos dice:
“¡Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos!” El que ha sido bautizado en Cristo lleva en su interior el poder de Su resurrección. Ese tesoro, ese germen del Reino de los Cielos que ya llevamos dentro, nadie nos lo puede quitar.
Nos lo pueden quitar todo. Pueden bombardear nuestras casas. Pueden robar todas nuestras posesiones. Pueden incluso expulsarnos de nuestra casa, de nuestro terruño. Pero nadie puede quitarnos de nuestro corazón el tesoro de la Resurrección.
La persona que lleva la Resurrección de Cristo en su corazón, como la gracia del Bautismo; todo lo que tiene, todo lo que recibe, lo compara con lo que ya lleva dentro. Y entonces no necesita nada más.
Por eso, “Bienaventurados los pobres de espíritu”, bienaventurados los que tienen la riqueza de Cristo, de Cristo resucitado, en su corazón. Porque entonces ellos pueden ser pobres de espíritu ya que todas las demás cosas de este mundo nunca igualarán su tesoro: la Eternidad que tienen en su corazón aquellos que creen en Su Resurrección. Al comparar todo lo que tenemos o todo lo que no tenemos con lo que llevamos en el corazón, nos sentimos bienaventurados.
El enemigo nos mata, quiere quitarnos todo. ¡Pero somos ricos! Somos ricos con la riqueza de Cristo, con su vida y resurrección. Y queremos compartir esta riqueza con todo el mundo. Nosotros, los ucranianos, queremos vivir hoy esta bienaventuranza, ser pobres de espíritu, pero ricos en el Reino de los Cielos. En ese Reino de los Cielos que ya está entre nosotros. Por eso nos decimos unos a otros y al mundo entero:
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
La bendición del Señor y su misericordia descienda sobre ustedes por su divina gracia y amor y permanezcan ahora y siempre y por los siglos de los siglos, amén.