El Papa se reunió con representantes de las iglesias ortodoxas orientales. Foto: Vatican Media

4 reflexiones del Papa sobre Pentecostés y la unidad de la Iglesia en una audiencia a clérigos ortodoxos

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Es la segunda ocasión que se organiza una visita de este tipo. La primera visita de estudio de jóvenes sacerdotes y monjes de las iglesias ortodoxas orientales se organizó del 15 al 22 de febrero de 2020.

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ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 03.06.2022).- Por la mañana del viernes 3 de junio el Papa recibió en audiencia privada a algunos monjes y sacerdotes de diferentes iglesias ortodoxas orientales quienes acudieron a Roma en una visita de estudio organizada por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Acompañó al grupo mons. Brian Farrel, LC, secretario de ese organismo de la Santa Sede. Ofrece a continuación el discurso del Papa con encabezados en negrita agregados por ZENIT.

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«La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros» (2 Cor 13,13). Con este saludo de San Pablo, quiero darles mi más cordial bienvenida y expresarles mi alegría por su visita. Las palabras del Apóstol abren a menudo, en el rito romano, la sinaxis eucarística que, espero, podremos celebrar juntos el día que el Señor quiera.

Es bueno que su visita tenga lugar en la víspera de la solemnidad de Pentecostés que, según el calendario latino, cae este próximo domingo. Quisiera ofrecerles cuatro breves reflexiones que me inspira esta fiesta sobre la plena unidad que anhelamos.

1) Pentecostés: la unidad es un don que viene de lo alto

El primer pensamiento es que la unidad es un don, un fuego que viene de lo alto. Por supuesto, sin cansarnos debemos rezar, trabajar, dialogar, prepararnos para que esta gracia extraordinaria pueda ser recibida. Sin embargo, la consecución de la unidad no es principalmente un fruto de la tierra, sino del Cielo; no es principalmente el resultado de nuestro compromiso, de nuestros esfuerzos y de nuestros acuerdos, sino de la acción del Espíritu Santo, al que debemos abrir nuestro corazón con confianza para que nos conduzca por los caminos de la plena comunión. La unidad es una gracia, un regalo.

2) Pentecostés: la unidad es armonía en la diversidad, no uniformidad

Una segunda enseñanza de Pentecostés es que la unidad es armonía. Su delegación, compuesta por Iglesias de diferentes tradiciones en comunión de fe y sacramentos, ilustra bien esta realidad. La unidad no es la uniformidad, ni el fruto de un compromiso o de frágiles equilibrios diplomáticos. La unidad es la armonía en la diversidad de carismas suscitados por el Espíritu. Porque al Espíritu Santo le gusta suscitar tanto la multiplicidad como la unidad, como en Pentecostés, donde las diferentes lenguas no se redujeron a una, sino que se asimilaron en su pluralidad. La armonía es el camino del Espíritu, porque Él mismo, como dice San Basilio el Grande, es armonía.

3) Pentecostés: la unidad es un viaje

Una tercera enseñanza del Día de Pentecostés es que la unidad es un viaje. No se trata de un proyecto que hay que escribir, un plan estudiado en un escritorio; no se hace en la inmovilidad, sino en el movimiento, en el nuevo dinamismo que el Espíritu, a partir de Pentecostés, imparte a los discípulos. Se hace a medida que se avanza: crece al compartir, paso a paso, en la voluntad común de acoger las alegrías y las dificultades del viaje, en las sorpresas que surgen en el camino. Como escribe San Pablo a los Gálatas, estamos obligados a caminar según el Espíritu (cf. Gal 5,16.25). O, como dice San Ireneo, al que recientemente he proclamado Doctor de la Unidad, la Iglesia es tôn adelphôn synodia, expresión que puede traducirse como «una caravana de hermanos». He aquí que en esta caravana crece y madura la unidad, que -al estilo de Dios- no llega como un milagro repentino y llamativo, sino en el compartir paciente y perseverante de un viaje hecho juntos.

4) Pentecostés: la unidad no es fin sino que está vinculada a la fecundidad del anuncio

Un último aspecto. La unidad no es simplemente un fin en sí misma, sino que está vinculada a la fecundidad del anuncio: la unidad es para la misión. Como rezó Jesús: «Que todos sean uno… para que el mundo crea» (Jn 17,21). En Pentecostés la Iglesia nació misionera. Y todavía hoy el mundo espera, incluso sin saberlo, conocer el Evangelio de la caridad, de la libertad y de la paz que estamos llamados a testimoniar unos junto a otros, no unos contra otros o alejados unos de otros. A este respecto, agradezco el testimonio común que ofrecen vuestras Iglesias, y pienso especialmente en aquellos -y son muchos- que han sellado con sangre su fe en Cristo. Gracias por todas las semillas de amor y de esperanza esparcidas, en nombre del Crucificado resucitado, en diversas regiones todavía marcadas, por desgracia, por la violencia y los conflictos demasiado a menudo olvidados.

Queridos hermanos y hermanas, que la cruz de Cristo sea la brújula que nos guíe en nuestro camino hacia la plena unidad. Porque en ese madero es donde Cristo, nuestra paz, nos ha reconciliado, reuniéndonos a todos en un solo pueblo (cf. Ef 2,14). Y así, coloco idealmente en los brazos de la cruz, altar de la unidad, las palabras que quería compartir con vosotros, casi como cuatro puntos cardinales de la plena comunión, que es don, armonía, camino, misión.

Le agradezco su visita y le aseguro mi recuerdo en la oración, confiando también en la suya por mí y por mi servicio. Que el Señor te bendiga y que la Madre de Dios te proteja. Si os parece bien, cada uno en su idioma, podemos rezar juntos el Padre Nuestro.

Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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