(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 12.09.2022).- En ocasión del 75 aniversario de la canonización de San Nicolás de Flüe, patrón de Suiza y de la Sociedad de Estudiantes Suizos, el Papa recibió en audiencia especial a miembros de esa sociedad estudiantil la mañana del lunes 12 de septiembre en el Palacio Apostólico. Ofrecemos a continuación el texto del discurso traducido a lengua castellana:
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Agradezco al Presidente sus amables palabras. Usted forma parte de la mayor asociación de estudiantes de Suiza, que reúne a personas de diferentes generaciones –esto es muy positivo, el encuentro y el diálogo entre generaciones– y también con diferentes formaciones. Esto también es importante: no sois una corporación, lo que os une es el hecho de ser o haber sido estudiantes.
Así que, en primer lugar, me gustaría, junto con ustedes, dar gracias a Dios por esta oportunidad que les ha dado. Esto no es algo que deba darse por sentado. Sabemos muy bien que hay muchas personas en el mundo que no tienen acceso a la educación; y otras -sobre todo mujeres- que tienen que limitarse sólo a niveles inferiores o a ciertos tipos de estudios; y otras más que se ven obligadas a recibir una educación. Así pues, demos gracias a Dios por poder estudiar y por poder hacerlo libremente.
Por lo tanto, me gustaría hacerle una propuesta: que su Asociación se haga cargo de algunas situaciones concretas para promover la realización del derecho al estudio. Tal vez sea un objetivo que ya forma parte de sus actividades. En ese caso, le felicito y le animo a que lo persigan con un compromiso renovado.
Queridos amigos, este año celebráis el 75º aniversario de la canonización de San Nicolás de Flüe, el patrón de Suiza y también de vuestra Asociación. Y esta circunstancia les ha impulsado a venir en peregrinación a Roma. Me gusta señalar que existe una hermosa analogía entre ser estudiante y ser peregrino. Estudiar es un viaje. Y su asociación nos recuerda que los estudiantes, en un sentido amplio, son estudiantes de por vida. El estudio específico, por supuesto, puede y debe tener tiempos y objetos determinados y bien definidos, para no terminar siendo estudiantes eternos, que nunca dejan la universidad. Pero el estudio como actitud humana siempre se puede cultivar. Por el contrario, es tanto más noble y placentera cuanto más libre, gratuita y no sujeta a fines de utilidad. En este sentido, ser estudiante significa tener el deseo de aprender, de conocer, no considerarse ya llegado. Estar en el camino. Tener el espíritu del discípulo, siempre, a cualquier edad.
Esto me hace pensar en una hermosa consideración de Romano Guardini, que dice: «Debemos presuponer siempre una cosa: el misterio del nacimiento… Todo lo que se define como educación sólo significa servir, ayudar, liberar, permanecer dentro de este misterio». Educar es acompañar a un hombre, a una mujer en su «nacimiento» como persona, en su «venida al mundo», en su «venida a la luz». Jesucristo es el mayor educador de la historia: con el amor del Padre y la acción del Espíritu Santo, nos hace nacer «de lo alto», como dijo a Nicodemo (cf. Jn 3,3). Saca al hombre nuevo de la cáscara del hombre viejo. Nos libera de la esclavitud del ego y nos abre a la plenitud de la vida en comunión con Dios, con los demás, con las criaturas y también con nosotros mismos. Porque -como bien nos muestra Agustín en sus Confesiones- no estamos en paz con nosotros mismos hasta que nos entregamos al amor de Dios en Cristo Jesús. Ese amor que nos persigue, que siempre es inquietante y pacífico al mismo tiempo.
Y aquí, queridos amigos, no puedo dejar de haceros una pregunta: vosotros que sois estudiantes, y lo sois, digamos, por estatuto, ¿sois también «estudiantes» de la Palabra de Dios? ¿Dedicas parte de tu tiempo a leer la Biblia, los Evangelios? Si, como he dicho, sois personas en viaje, en búsqueda, ¿os sentís también buscadores de Dios? Lo dais por hecho… ¿Os sentís discípulos de Jesús, deseosos de escucharle, de preguntarle, de meditar sus palabras y sus actos?
Esto, me parece, significa ser peregrinos: no contentarse con «seguir viviendo», sino querer vivir. Y Jesús es el que el Padre envió para darnos vida «en abundancia» (Jn 10,10). Sólo Él puede hacernos nacer a la vida eterna, pues tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Él nos conoce mejor que nosotros mismos, porque es más íntimo a nosotros que nosotros mismos (cf. Agustín, Conf. 3, 6, 11). Pensad en Jesús, leed los Evangelios, para que Jesús entre en vuestra memoria como referencia y en vuestros corazones, porque Él llama al corazón de cada uno de nosotros.
Gracias por venir y les deseo lo mejor para su asociación. Que San Nicolás de Flüe interceda para que seáis siempre buscadores apasionados de lo verdadero, lo bueno y lo bello. De corazón os bendigo a vosotros y a vuestras familias. Y, por favor, no se olviden rezar por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.