Papa Francisco armando un cubo rubik en Hungría. Foto: Vatican Media

La guerra en Ucrania, la fe y el cubo de Rubik

Las religiones han visto aumentar su peso -para bien o para mal- en las relaciones internacionales, sobre todo desde el comienzo de la guerra en Ucrania. La visita de Zelensky al Vaticano y el viaje del Papa a Hungría lo atestiguan de forma casi opuesta.

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Por: Simone Varisco

 

(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 16.05.2023).- El viaje  de Zelensky al Vaticano y el del Papa Francisco a Hungría demuestran que, a veces, la fe forma parte de un rompecabezas. Un poliedro con muchas caras, algunas de las cuales pueden ser violentas. Y otras casi invisibles.

El cubo de Rubik, famoso rompecabezas en forma de poliedro de colores, es un invento húngaro. Y quizá no sea casualidad que naciera en una tierra a orillas del Danubio donde las corrientes parecen mezclarse en infinitas combinaciones, sin llegar nunca al monocromo artificial de caras claramente opuestas y distintas. Ocurrió con la historia, ocurre también con la fe.

Las caras de un poliedro

Las religiones han visto aumentar su peso -para bien o para mal- en las relaciones internacionales, sobre todo desde el comienzo de la guerra en Ucrania. La visita de Zelensky al Vaticano y el viaje del Papa a Hungría lo atestiguan de forma casi opuesta. Una evaluación de los largos meses de guerra muestra, de hecho, cómo múltiples caras se combinan y recombinan en un poliedro internacional, y comprometen -y a veces aprisionan- la dialéctica religiosa.

La cara invisible de la paz

Mucho se ha hablado de la «misión» de paz prefigurada por el Papa durante la conferencia de prensa en el vuelo de regreso de Hungría. Hasta la fecha, un proyecto rechazado por Kiev y Moscú e ignorado por la mayoría de los protagonistas internacionales, salvo el apoyo manifestado -no por casualidad- por Budapest (y el que está en vías de concretarse por Italia).

Incluso el debate surgido en torno al encuentro privado de Francisco con el metropolita de Budapest, Hilarion -durante 13 años presidente del Departamento de Relaciones Exteriores del Patriarcado de Moscú y hombre de diálogo con la Santa Sede, «torpedeado» en 2022 por su oposición a la invasión de Ucrania- revela que la especial atención de que goza la dimensión religiosa en este conflicto de la Vieja Europa es sobre todo una elaboración mediática.

Por su parte, la actualidad de las distintas Iglesias cristianas nos habla de un ecumenismo desgarrado, de relaciones cada vez más tensas entre el Patriarcado de Moscú, rehén de la retórica instrumental de Kirill y Putin, la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, la Iglesia Católica Ucraniana de distintos ritos, el Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, la Santa Sede y el propio Papa. Partes, al menos hasta ahora, todas ellas incapaces de catalizar un flujo creíble de paz, alternativo al del armamento.

La peligrosa cara de la instrumentalización geopolítica

Una acogida muy diferente es la reservada, al menos sobre el papel, en Hungría a los proyectos de paz del Papa Francisco. Esto se debe al polifacético primer ministro Viktor Orbán, calvinista en un país de mayoría católica (confesión a la que se adhieren su esposa y cuatro de sus cinco hijos, el resto son pentecostales). Sus posturas, juzgadas de conservadurismo extremo, han provocado repetidamente algunos dolores de cabeza y de barriga en Europa, sobre todo en cuestiones de bioética y teoría de género. Pero también silencios flagrantes sobre el rechazo a los migrantes.

Lejos de ser una caricatura, el soberanista Orbán, no por casualidad el líder europeo más longevo, en el cargo desde 2010 (y antes de 1998 a 2002). Hasta ahora ha sabido aprovechar la irresolución de la Unión Europea, la abundancia de fondos comunitarios (aprovechando el fracaso económico de los anteriores gobiernos social-liberales, aplaudidos por la UE, como un éxito) y la fuerza identitaria de las religiones.

Esta es una segunda cara de la dinámica religiosa, relacionada con la geopolítica de la fe y la guerra. El conflicto de Ucrania ha vuelto a llamar la atención sobre una superposición hoy ajena -en su mayor parte- al mundo católico europeo: el felonismo, esa coincidencia identitaria entre fe, sentimiento nacional y poder político, que con demasiada frecuencia en la historia ya ha demostrado volverse en beneficio de este último. Un ejemplo de ello es la Iglesia ortodoxa lituana, plagada de graves disensiones internas desde el comienzo de la invasión rusa de Ucrania, alimentadas por la sociedad civil y la política nacional. Por no hablar de la situación de las Iglesias ortodoxas en Etiopía.

Aún más ejemplar es, en Ucrania, la transición de comunidades y creyentes de la UOC a la OCU, es decir, de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (Iglesia Ortodoxa Ucraniana, sujeta al Patriarcado de Moscú: UOC) a la Iglesia Ortodoxa de Ucrania (Iglesia Ortodoxa de Ucrania, nacional, también fuertemente deseada por el presidente pro-atlantista Porošenko: OCU). El proceso, en curso desde 2018 y decididamente más delicado que un intercambio de consonantes, restablece la percepción de un conflicto extendido también al espacio religioso.

Una lucha por la «independencia espiritual», como reivindica el presidente ucraniano Zelensky, contra lo que se percibe cada vez más como un enemigo interno, la Iglesia vinculada a Moscú. Porque «Ucrania tiene derecho a defenderse de la agresión rusa en el campo espiritual igual que se defiende en el campo de batalla», en palabras del metropolita de Kiev y Ucrania, Epifanij. Precisamente en los últimos días, el Consejo Ucraniano de Iglesias y Organizaciones Religiosas (UCCRO) ha vuelto a denunciar el uso distorsionado que Rusia hace de la religión en esta guerra.

De hecho, el eje Putin-Kirill ha alineado a la Iglesia rusa con el esfuerzo bélico, acabando por esclavizar la fe a la razón de Estado. Es demasiado fácil, de hecho, doblegar a la lógica de un supuesto choque de civilizaciones la reflexión sobre cuestiones importantes, desde el más que compartible rechazo a la colonización ideológica de las finanzas y el género hasta la defensa de la vida, toda ella. Es así como, en palabras de Putin, la invasión de Ucrania se convierte en un contrapunto a la corrupción de Occidente y «tiene que ver con la destrucción de la familia, de la identidad cultural y nacional, la perversión y el abuso de los niños, incluida la pedofilia, todo ello declarado normal en sus vidas. Obligan a los sacerdotes a bendecir los matrimonios entre personas del mismo sexo. […] Millones de personas en Occidente se dan cuenta de que se les está conduciendo hacia el desastre espiritual».

No es casualidad que haya quien, como Adriano Dell’Asta, hable explícitamente de una «teología política» de Putin, un enfoque de gobierno que ya no se mueve sólo por consideraciones geopolíticas, sino también metafísicas y religiosas. Ya se ha evocado la comparación con la retórica del Estado Islámico. «Estas dos ideologías no son diferentes, salvo que en la ideología del Isis se utilizó el islam para justificar sus objetivos, porque el Isis instrumentalizó el islam como religión». Con respecto al Russkiy mir (una especie de ‘paz imperial’ rusa, ed), tenemos la misma instrumentalización del cristianismo», explica Su Beatitud Svjatoslav Ševčuk, arzobispo mayor de Kiev-Halyč y archieparca metropolitano de Kiev.

Isis, sin embargo, que -al menos según los comentarios de los medios más cercanos, como Al-Naba- ve en la guerra entre Rusia y Ucrania un castigo de Alá por los conflictos que han enfrentado a Occidente y a parte del mundo musulmán y una oportunidad para debilitar el control de Rusia en Siria y el Cáucaso.

Porque no sólo el ecumenismo se ve afectado por el conflicto, con la pérdida de antiguos lazos en el campo cristiano, sino también el diálogo interreligioso. En las primeras fases de la guerra, el mundo judío fue puesto en tela de juicio en repetidas ocasiones, sobre todo con las acusaciones mutuas de nazismo y antisemitismo que se lanzaron Putin y Zelensky. Más reciente, sin embargo, es la introducción por parte del presidente ucraniano de una nueva «tradición» en el país, la celebración en común del ifṭār islámico, la cena que rompe el ayuno del Ramadán.

La cara contradictoria de la tradición

La otra cara de este delicado rompecabezas es la que tiene más que ver con la narrativa y la propaganda bélicas y se alimenta de la historia, la tradición y la religiosidad. La retórica rusa de los iconos marianos en apoyo del compromiso militar ha readaptado en cierta medida a las guerras híbridas del tercer milenio un rasgo que pertenece a la historia del cristianismo y sus guerras, desde la antigua Constantinopla hasta Lepanto. «Recordad que si dais la vida por vuestra patria, estaréis con Dios en su Reino, que os dará la gloria y la vida eterna», subrayó hace algún tiempo el Patriarca Kirill de Moscú desde el Monasterio Zachatievsky.

Por otra parte, en el lado opuesto, monseñor Stanislav Syrokoradjuk, obispo de la Iglesia católica de rito latino de Odessa-Sinferopolis, saludó el flujo de armas procedentes de Occidente como «una bendición de Dios, así como cualquier medio necesario para salvar a víctimas inocentes». Más recientemente, el portavoz de la inteligencia militar ucraniana, Andriy Yusov, calificó la explosión de un depósito de petróleo ruso en Sebastopol (Crimea) de «castigo de Dios» por los civiles ucranianos muertos por los bombardeos rusos en Uman’. Distinto es el caso de Ševčuk, que al reproponer la imagen de la Theotókos, la Madre de Dios, recurre en gran medida a la espiritualidad aplicada a la guerra que pertenece a la tradición del cristianismo oriental. Bajo el velo de la Santísima Virgen María, Ucrania avanza hacia la victoria».

El poliedro roto

No cabe duda de que las atrocidades que estamos presenciando en la guerra de Ucrania y en todas las guerras, sobre todo las olvidadas, hacen aún más acuciantes las preguntas sobre el sentido del sufrimiento. Muchas, demasiadas, personas y lugares de culto han sido violados como para que alguien pueda hablar de algo sagrado en lo que está sucediendo.

En la geometría del mundo, así como en la de la Iglesia puesta en camino hacia el ecumenismo, se vuelve a proponer la figura del poliedro, «reflejo de la confluencia de todas las parcialidades, que en él mantienen su originalidad» (Evangelii gaudium, n. 236). Un modelo cada vez más distante, ante una violencia tal que no sólo ha generado un rompecabezas, sino que lo ha roto. Colores que siempre se han mezclado inevitablemente, y que seguirán haciéndolo, pero que con dificultad creciente lograrán en adelante coexistir en el mismo bando.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción zenit

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