(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 29.05.2023).- La mañana del lunes 29 de mayo, el Papa Francisco recibió en audiencia a los clérigos regulares de San Pablo, mejor conocidos como barnabitas. En 2011 la orden estaba compuesta por unos 403 religiosos. Ofrecemos a continuación el discurso que les dirigió el Papa. La traducción es de ZENIT y también las negritas y los encabezados.
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Me alegra compartir con vosotros este momento de encuentro, con ocasión del 125 aniversario de la canonización de San Antonio María Zacarías y mientras os preparáis para dos importantes Capítulos generales. Sois Padres, Hermanas y laicos, reunidos en tres «colegios», como los llamaba vuestro Fundador; todos animados por el espíritu apostólico de San Pablo, que inspiró vuestros orígenes y bajo cuya protección seguís trabajando en diversas partes del mundo.
Me guío por una expresión característica de San Antonio María. Solía decir a sus seguidores: «¡Tenéis que correr como locos! Corred hacia Dios y hacia los demás». Correr como locos, no ser locos que corren, ¡es otra cosa! De esta exhortación típicamente paulina, quisiera destacar tres aspectos: la relación con Cristo, el celo apostólico y el valor creativo.
[1º La relación con Cristo]
En la experiencia del propio Zacarías, la base de la misión es «correr hacia Dios», es decir, una fuerte relación con el Señor Jesús, cultivada desde su juventud en un serio camino de crecimiento, en particular meditando la Palabra de Dios con la ayuda de dos buenos religiosos. Esto es lo que le llevó primero al compromiso catequético, después al sacerdocio y finalmente a la fundación religiosa. Este tipo de relación con Cristo es también fundamental para nosotros, para decir a todos, habiéndolo experimentado personalmente, que la vida no es la misma con o sin el Señor (cf. Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 266), para seguir «corriendo hacia la meta», como dice San Pablo, y para implicar en esta carrera a las personas que nos han sido confiadas (cf. 1Cor 9,24-27). Nuestro anuncio misionero no es proselitismo –lo subrayo mucho–, sino compartir un encuentro personal que ha cambiado nuestra vida. Sin esto, no tenemos nada que anunciar, ni un destino hacia el que caminar juntos.
Tuve, en esto, una mala experiencia, en un encuentro de jóvenes hace algunos años. Salí de la sacristía y había una señora, muy elegante, se veía también que era muy rica, con un niño y una niña. Y esta señora, que hablaba español, me dijo: ‘Padre, estoy contenta porque he convertido a estos dos: éste es de tal sitio y ésta es de tal otro’. Yo me enfadé, ¿sabe?, y le dije: ‘Usted no ha convertido nada, usted ha faltado al respeto a esta gente: no les ha acompañado, les ha hecho proselitismo y eso no es evangelizar’. ¡Estaba orgullosa de haber convertido! Cuidado con distinguir la acción apostólica del proselitismo: nosotros no hacemos proselitismo. El Señor nunca hizo proselitismo.
[2º El celo apostólico]
«Correr hacia los demás»: ésta es la segunda indicación. También ésta es fundamental. En efecto, si perdemos de vista, en nuestra vida de fe, el horizonte del anuncio, acabamos encerrándonos en nosotros mismos y secándonos en los páramos de la autorreferencialidad (cf. Audiencia general del 11 de enero de 2023). Nos sucede como a un atleta que sigue preparándose para la gran carrera de su vida sin empezar nunca: tarde o temprano acaba por deprimirse y empieza a dejarse llevar, su entusiasmo se apaga. Y así uno se convierte en un discípulo triste. No queremos convertirnos en discípulos tristes. También aquí hago una pregunta: ¿ese gusano de la tristeza está dentro de mí? A veces en mí, religioso, laico, ¿dejo entrar ese gusano? Alguien ha dicho que un cristiano triste es un triste cristiano: es verdad. Pero en nosotros, consagrados, no debe entrar la tristeza, y si alguien siente esa tristeza, acuda inmediatamente ante el Señor y pida luz, y pida a algún hermano que le ayude a salir de ella.
Por eso Jesús pone en las raíces mismas de la Iglesia el mandato: «Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15); y San Pablo lo confirma cuando dice, hablando de su apostolado: «No puedo evitarlo, y ¡ay de mí si no anuncio a Cristo!» (cf. 1 Co 9, 16). No había lugar para la tristeza, quería seguir adelante. ¡Ay de nosotros si no anunciamos a Cristo! Por eso os animo a seguir adelante en la dirección que indica vuestro carisma: «Llevar por todas partes el Espíritu vivo de Cristo». El Espíritu «vivo» de Cristo es el que conquista el corazón, el que no os hace sentaros en vuestro sillón, sino que os hace ir hacia los hermanos, con una mochila ligera y una mirada llena de caridad. Llevad este Espíritu a todas partes, sin excluir a nadie y abriéndoos también a nuevas formas de apostolado, en un mundo cambiante que necesita mentes flexibles y mentes abiertas, caminos compartidos de investigación, para identificar las formas adecuadas de transmitir el único Evangelio de todos los tiempos.
[3º El valor creativo]
Y con esto llegamos al tercer punto: «correr como locos» –que no es lo mismo que correr como locos, es diferente–, es decir, el coraje creativo. No se trata tanto de elaborar sofisticadas técnicas de evangelización, sino, como dice San Pablo, de hacerse «todo a todos, para salvar a alguien a toda costa» (1 Cor 9,22), de no detenerse ante las dificultades y mirar más allá de los horizontes de la costumbre y la vida tranquila, del «siempre se ha hecho así».
San Antonio María tuvo este coraje, dando vida a instituciones nuevas para su tiempo: una congregación para la reforma del clero, en una época en la que tantos clérigos se habían acostumbrado a una vida cómoda y acomodada; una congregación religiosa femenina no claustral, dedicada a la evangelización, en una época en la que la vida consagrada femenina era sólo de clausura; una congregación de misioneros laicos comprometidos activamente en el anuncio, en una época en la que dominaba un cierto clericalismo. Todas ellas eran realidades nuevas –fue creativo, pero con fidelidad al Evangelio–, esas realidades no existían antes: el Fundador comprendió que podían ser útiles para el bien de la Iglesia y de la sociedad, y por eso las inventó y las defendió frente a quienes no comprendían su sentido y conveniencia, hasta el punto de acudir a Roma para dar cuenta de ellas. Y también en esto hay una lección importante, porque no ejerció su creatividad fuera de la Iglesia: lo hizo dentro de ella, aceptando correcciones y recordatorios, tratando de explicar e ilustrar las razones de sus opciones y preservando la comunión en la obediencia.
[La comunión]
Concluyo recordando un último valor importante para vuestros «colegios»: la importancia de hacer juntos. La comunión en la vida y en el apostolado es, en efecto, el primer testimonio que estáis llamados a dar, sobre todo en un mundo dividido por las luchas y el egoísmo. Está escrito en el ADN de la vida cristiana y del apostolado: «Que todos sean uno» (Jn 17,21), como oró el Señor. Además, la misma palabra «colegio» indica precisamente esto: elegidos para estar juntos, para vivir, trabajar, rezar, sufrir y alegrarse juntos, como una comunidad. Por eso, queridos hermanos y hermanas: «¡Corred como locos, hacia Dios y los unos hacia los otros, juntos!». Y que la Virgen, que fue de prisa a ayudar a Isabel, os acompañe. Os bendigo de corazón. Y, por favor, no olvidéis rezar por mí. Gracias.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.