ceremonia de acogida de la JMJ. Foto: Vatican Media

JMJ Lisboa (día 2): Papa explica a cientos de miles de jóvenes qué significa “ser llamados por su nombre”

Homilía del Papa a jóvenes en la ceremonia de acogida de la Jornada Mundial de la Juventud.

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(ZENIT Noticias / Lisboa, 03.08.2023).- Publicamos la homilía del Papa en el encuentro con jóvenes durante la ceremonia de acogida en el Parque Eduardo VII de Lisboa. La ceremonia se tuvo la tarde del miércoles 3 de julio.

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Queridos jóvenes: Boa tarde!

Bienvenidos y gracias por estar aquí, ¡me alegra verlos! Y también me alegra escuchar el simpático alboroto que hacen y poderme contagiar de su alegría. Es hermoso estar juntos en Lisboa; fueron llamados por mí, por el Patriarca —a quien agradezco sus palabras— por sus obispos, sacerdotes, catequistas y animadores. ¡Vamos a agradecerles con un fuerte aplauso! Pero, sobre todo, es Jesús quien los ha llamado, ¡agradezcámosle a Él!

Amigos, no están aquí por casualidad. El Señor los llamó, no sólo en estos días, sino desde el comienzo de sus vidas. Sí, Él los ha llamado por sus nombres. Llamados por sus nombres: intenten imaginar estas palabras escritas en letras grandes; y después piensen que están escritas dentro de cada uno de ustedes, en sus corazones, como formando el título de tu vida, el sentido de lo que eres: has sido llamado por tu nombre, has sido llamada por tu nombre, he sido llamado por mi nombre. Al principio de la trama de la vida, antes de los talentos que tenemos, de las sombras y de las heridas que llevamos dentro, hemos sido llamados. Hemos sido llamados porque somos amados. A los ojos de Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar y animar; para hacer de cada uno de nosotros una obra maestra única y original, cuya belleza sólo podemos vislumbrar.

En esta Jornada Mundial de la Juventud, ayudémonos a reconocer esta realidad esencial; que estos días sean ecos vibrantes de la llamada amorosa de Dios, porque somos valiosos a sus ojos, a pesar de aquello que a veces ven nuestros ojos, empañados por la negatividad y deslumbrados por tantas distracciones. Que sean días en los que tu nombre, por medio de hermanos y hermanas de tantas lenguas y naciones que lo pronuncian amistosamente, resuene como una noticia única en la historia, porque único es el latido de Dios por ti. Que sean días en los que grabemos en el corazón que somos amados tal como somos. Este es el punto de partida de la JMJ, pero sobre todo de la vida.

Llamado por tu nombre: no es un modo de decir, es Palabra de Dios (cf. Is 43,1; 2 Tm 1,9).  Amigo, amiga, si Dios te llama por tu nombre significa que para Él no eres un número, sino un rostro. Quisiera que veas una cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos que le asocian gustos y preferencias. Pero todo esto no interpela tu unicidad, sino tu utilidad para los estudios de mercado. Cuántos lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién eres, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y te prometen que llegarás a ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más. Son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, porque muchas realidades que nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello que son: cosas vanas, superfluas, sucedáneos que nos dejan vacíos por dentro.  Jesús no; Él confía en ti, para Él tú importas.

Y por eso nosotros, su Iglesia, somos la comunidad de los llamados; no la de los mejores —no, sin duda que no— sino la de los convocados, de los que acogen, junto con los demás, el don de  ser llamados. Somos la comunidad de los hermanos y las hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre. En las cartas que me han enviado —que son muy lindas, se las agradezco— me dijeron: “Me da miedo saber que hay personas que no me aceptan y que piensan que no hay un lugar para mí […]  incluso me pregunto si exista un lugar para mí”. Y también: “Siento que en mi parroquia no hay espacio para el error”. Amigos, quisiera ser claro con ustedes, que son alérgicos a la falsedad y a las palabras vacías: en la Iglesia hay espacio para todos ―y, cuando no haya, por favor, esforcémonos para que haya―, también para el que se equivoca, para el que cae, para el que le cuesta. Porque la Iglesia es, y debe ser cada vez más, esa casa donde resuena el eco de la llamada que Dios dirige a cada uno por su nombreEl Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos; nos lo muestra Jesús en la cruz. Él no cierra la puerta, sino que invita a entrar; no aleja, sino que acoge. En estos días transmitimos su mensaje de amor, que libera el corazón y deja una alegría que no desaparece. ¿Cómo?

Llamando a los demás por su nombre. Pregúntenle su nombre a quienes encuentren y después repítanlo con amor, agregando sin miedo: “Dios te ama, Dios te llama”. Recuérdense mutuamente que son valiosos. No teman decirse también: “Hermano, hermana, es hermoso que tú existas”. ¿Qué les parece? ¿Lo hacemos?

También ustedes esta tarde me han hecho preguntas, muchas preguntas. Hacer preguntas es bueno, es más, a menudo es mejor que dar respuestas, porque quien pregunta permanece “inquieto” y la inquietud es el mejor remedio para la rutina, para esa normalidad chata que anestesia el alma. Y entonces quisiera invitarlos a hacer una segunda cosa en estos días: las preguntas que ustedes tienen en su interior, esas importantes, relacionadas con los sueños, los afectos, los deseos más grandes, la esperanza y el sentido de la vida, no se las guarden para ustedes, háganselas a Jesús. Llámenlo por su nombre, como Él hace con ustedes. Llévenle sus interrogantes y confíenle sus secretos, la vida de las personas queridas, las alegrías y las preocupaciones, y también los problemas de sus países y del mundo. Entonces descubrirán algo nuevo, sorprendente: que cuando le preguntamos al Señor, cuando le abrimos el corazón cada día, cuando rezamos de verdad, se produce en nosotros un vuelco interior.  Lo que pasa es que, en el diálogo de la oración, Dios te toma por sorpresa: tú le haces preguntas y Él no te da simples respuestas, porque no es un motor de búsqueda, sino el Amigo verdadero. Más bien es Él quien te cuestiona: tú le pides lo que necesitas y comienzas a sentir interiormente otros  interrogantes, los suyos, que tocan las fibras sensibles del alma y mueven al bien, que atraen a un  amor más grande y hacen que el corazón se ensanche. Así Dios entra en diálogo con nosotros y nos hace madurar en lo que es realmente importante: dar la vida.

Esto es lo que sucedió en el Evangelio que hemos escuchado: los discípulos, que no estaban con Jesús desde hacía mucho tiempo, estaban allí esperando respuestas. ¿Y Él qué hizo? Los tomó por sorpresa y los envió en misión. Los envió sin una preparación adecuada, sin seguridades, sin «dinero, ni alforja, ni calzado»: se fiaba tanto de ellos que los mandó «como a ovejas en medio de lobos» (Lc 10,3.4). Jesús pone esa misma confianza en ustedes. Los discípulos volvieron de la aventura de la misión felices. Amigos, hay una felicidad que Jesús ha preparado para ustedes, para cada uno de ustedes; que no pasa por acumular cosas, sino por jugarse la vida. También a ti el Señor te dice: “¡Ve!, porque hay un mundo que necesita eso que tú y sólo tú puedes darle”. Tú podrías objetar: “Pero, ¿qué puedo llevarle a los demás?”. Una sola cosa, una noticia maravillosa, la misma que Él entregó a sus discípulos: “Dios está cerca” (cf. Lc 10,9). Esta es la perla preciosa de la existencia. Todos necesitan saber que Dios está cerca, que espera un pequeño signo del corazón para llenar nuestras vidas de maravilla.

Pero tú podrías seguir replicando: “No soy capaz, tengo miedo, no me fío”. Todos tenemos nuestros temores, ese no es el punto; somos humanos. El punto es qué podemos hacer con los miedos que tenemos. Dios nos llama precisamente en nuestros miedos, en nuestras cerrazones y soledades.  No llama a los que se sienten capaces, sino que capacita a los que llama. El Señor hizo maravillas con Abraham, que era anciano y sentía que todo había acabado; con Moisés, que tenía miedo de hablar porque tartamudeaba; con Pedro, que era impulsivo y se equivocaba a menudo; con Pablo, que se  había manchado cometiendo grandes fechorías. Ninguno de ellos era perfecto, pero todos se unieron al Señor; se “conectaron” con Él. Este es el secreto, estar conectados con el Señor. Ustedes dijeron en sus cartas: “Reconozco una gran dificultad para tener una mirada entrenada, atenta a las cosas  celestiales”. Es verdad, no es fácil, pero estamos aquí para entrenarnos, para hacer redes y conectarnos con la llamada de Dios.  

Tenemos una gran ayuda, una Madre que, especialmente en estos días, nos toma de la mano y nos muestra el camino: María. Es la criatura más grande de la historia; no porque tuviese una cultura superior o habilidades especiales, sino porque nunca se separó de Dios. Su corazón no se dejó distraer ni contaminar; fue un espacio abierto al Señor, siempre conectado con Él. Ella tuvo la valentía de aventurarse en los senderos de la Palabra de Dios y así llevó esperanza y alegría al mundo. Ella nos enseña a caminar en la vida, pero de esto hablaremos el sábado por la tarde. Por el momento recordemos el punto de partida: todos fuimos llamados por el Señor, fuimos llamados porque somos amados. Y hagamos dos cosas: primero, llamémonos por nuestros nombres y recordémonos unos a otros la belleza de ser amados y valiosos. Segundo: hagamos preguntas a Jesús, que en estos días espera que lo llamemos muchas veces. Sigamos conectados con Él; conectados con el amor, la alegría aumentará. ¡Buena JMJ!

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Redacción zenit

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