Luis Santamaría del Río
(ZENIT Noticias – Porta Luz / Madrid, 26.09.2023).- Jean Guitton (1901-1999) fue un pensador francés que destacó en su esfuerzo por pensar la fe cristiana, muy influido por su maestro, Henri Bergson, y también por la filosofía de Pascal. Llegó a ser profesor en la Universidad de la Sorbona y miembro de la Academia francesa. Juan XXIII lo invitó a participar en el Concilio Vaticano II y, de hecho, fue el único laico presente en la primera sesión de la asamblea de obispos del mundo entero.
Escribió numerosos libros en los que, con un espíritu abierto y ecuménico, dio una gran altura intelectual al pensamiento cristiano contemporáneo, sobre todo en torno a cuestiones como la relación entre la eternidad y el tiempo. Es muy conocida su estrecha amistad con el italiano Giovanni Battista Montini, que en 1963 se convirtió en Papa, tomando el nombre de Pablo VI. Con motivo de la muerte de Guitton, Juan Pablo II lo llamó “testigo de la fe” y afirmó que “puso su exigente e ilustrada reflexión intelectual al servicio de la Revelación”.
Hay un elemento muy importante en la biografía del pensador que, sin embargo, es desconocido: la capilla que construyó en la aldea francesa de Deveix. Se trata de un lugar apartado en la región de Nueva Aquitania, del que se encariñó en su infancia y adolescencia, ya que muy cerca, en Fournoux, se encuentra la casa de su abuelo materno, con quien pasaba las vacaciones.
La historia de un proyecto singular
En torno a 1950 compró una casa rústica allí, en un paraje en el que sólo había unos pocos hogares sin iglesia alguna. Jean y su esposa, Marie-Louise, pensaron regalar a la aldea una cruz –como tantas que hay en los pueblos de todo el país, pero no allí– o un oratorio. Más adelante, fue albergando la idea de hacer lo que llamaría un “mini monasterio”, e incluso pensó cómo serían las pinturas que servirían para invitar a la reflexión y la oración. ¡Las pintaría él mismo!
«Como no encontré ninguna capilla a mi alrededor», escribe Guitton, «tuve que empezar de cero». Para él fue una forma de plasmar su pensamiento en la piedra, en algo duradero que permanece en medio de un entorno cambiante. «La idea de una capilla se impuso en mi mente». De pequeño tamaño, como si fuera una extensión de su propio cuerpo. «¿Una tumba? No: una cuna, un seno materno», dirá, refiriéndose también al espacio como una celda monástica. Y, junto al espacio sagrado sensu stricto, un lugar para el pensamiento y para el diálogo: un claustro o deambulatorio.
Finalmente, la capilla se empezó a construir tras la celebración del Concilio Vaticano II, en el que participó el propio Jean Guitton, y fue inaugurada el 13 de julio de 1970. La obra la dirigió su esposa desde París, y el proyecto estuvo a cargo del arquitecto Jean Pinlon, de un pueblo cercano. También los albañiles fueron de la zona. Años más tarde, el filósofo bromearía diciendo: «con las piedras que me han tirado, voy a construir una capilla», aludiendo así a las duras críticas de las que fue objeto durante una época de su trayectoria intelectual.
Un espacio para el diálogo entre el hombre y Dios
La capilla, de 6 metros de largo por 4 metros de ancho, está orientada al Este, como es habitual en la tradición arquitectónica cristiana (simbolizando así la mirada del ser humano hacia Jesús, “el sol que nace de lo alto”). Se hizo con materiales propios del lugar, en piedra, y con un tejado de tejas planas levantado sobre unas grandes vigas de madera. Sobre la puerta de entrada, un pequeño campanario.
A la derecha de la capilla, y como prolongación de la misma, un claustro abierto y que, al igual que la marquesina de entrada al templo, está sostenido por postes de madera que se asientan sobre sillares de piedra. Y en el centro, un pozo. Tiene una longitud de 15 metros, pero sólo tres lados. Ésta es la explicación del filósofo: «el claustro que construí tiene sólo tres lados. El cuarto sería el paisaje, un pueblo sobre una colina, el valle, el mundo, el horizonte».
Así, sería «una plataforma de lanzamiento para el cohete del espíritu», un lugar de recogimiento que, a su vez, impulsara a la apertura y el diálogo, características propias del pensamiento cristiano. Y para que se pudiera pensar caminando, a modo de la Academia de Aristóteles. Porque, según Guitton, el pensador griego «sabía que sólo se piensa caminando, charlando con algunos disidentes, respetuosos pero cuestionadores».
El pensamiento humano ante el misterio de Dios
El interior de la capilla es muy austero e invita ciertamente al recogimiento. Además del pequeño altar y de las sillas y reclinatorios para una docena de personas, destaca en el centro, en el suelo, la lápida del sepulcro que guarda los restos del matrimonio Guitton. Pero lo que más llama la atención a los escasos visitantes del lugar son dos grandes lienzos dibujados por el académico francés.
Los lienzos plasman, respectivamente, la Filosofía y la Teología, desde la peculiar mirada de su autor. «El conjunto representa el esfuerzo del pensamiento humano por comprender el misterio. La Filosofía es el esfuerzo de la razón, inspirada por el cristianismo. La Teología va más lejos, más profundo y más alto: ilumina el pensamiento a través del Amor infinito», explicaba Jean Guitton.
La historia de la Filosofía en torno a Cristo
El lienzo dedicado a la Filosofía está situado sobre el altar, a modo de retablo central, y a primera vista tiene dos posibles lecturas. La primera de ellas es clara: muestra la escena bíblica de José y María hallando a Jesús en el Templo, escuchando a los doctores de la Ley y haciéndoles preguntas (tal como leemos en el pasaje de Lc 2, 42-50). «He intentado representar el momento en el que los padres de Jesús, desconcertados, le reprocharon que los hubiera abandonado sin avisarles», decía Guitton.
Sin embargo, hay una lectura más profunda, según el propio dibujante: «el episodio es sólo un apoyo para la conversación de Jesús con los filósofos. A la izquierda, los antiguos; a la derecha, los modernos». Y así puede verse, conversando con Jesús, a Platón y Aristóteles, y también figuran Sócrates y Plotino, además de los pensadores llamados «presocráticos» (Tales de Mileto, Anaxágoras, Heráclito y Parménides). A ellos se añaden los grandes poetas épicos clásicos: Homero y Virgilio.
A la derecha de Cristo aparecen los filósofos de la modernidad, ubicados en correspondencia con los antiguos: Descartes, Pascal, Goethe, Montaigne, Leibniz, Spinoza, Kant, Fichte, Hegel y Marx, y también Henri Bergson y Gabriel Marcel. Y aparece la firma del autor, pero no escrita, sino formando parte del conjunto: podemos ver al propio Jean Guitton autorretratado en la esquina inferior derecha del lienzo. Y, por encima de todos, un cuadro dentro del cuadro, que representa a Adán y Eva, los patriarcas y los profetas del Antiguo Testamento.
La Teología, en torno al misterio pascual
En la pared norte de la capilla se encuentra el lienzo teológico, donde se puede identificar sin dificultad el episodio bíblico de la Última Cena. Sin embargo, Guitton quiso plasmar «una Última Cena intemporal. Jesús está en el centro, consagrando el pan y el vino. El manto rojo indica la Redención». Un poder que se extiende sobre los que comparten la escena con el Señor, empezando por el apóstol Juan –representado como un sacerdote judío– y María Magdalena, que rompe un ánfora de perfume a los pies de Jesús.
En torno a estos personajes principales, pueden reconocerse otras figuras de la historia del cristianismo, situadas de dos en dos, como San Pablo junto al papa San Pablo VI, el cardenal San John Henry Newman y el ministro británico Lord Halifax, el sacerdote francés Guillaume Pouget y el italiano San Pío de Pietrelcina, San Agustín y su madre Santa Mónica, San Francisco de Asís y Santa Clara… y San Bernardo solo.
También aparecen representados cuatro grandes artistas europeos, como «homenaje a la pintura religiosa occidental»: Leonardo da Vinci, Rafael, Rembrandt y Miguel Ángel. En la parte superior del lienzo están los tres momentos de la jornada humana –la mañana, el mediodía y la tarde–, mientras que en la parte inferior se muestran, esbozadas, las últimas comuniones de Pascal y Montaigne.
En el mantel del altar sobre el que Jesús celebra su Última Cena figuran dos grandes mujeres de la Historia de la Iglesia en Francia: Santa Juana de Arco y Santa Teresita del Niño Jesús. Aunque ese mantel, en su conjunto, es un homenaje de Jean Guitton a la pintura impresionista, a la vez que representa escenas del Antiguo Testamento que se consideran anticipos de la eucaristía, escenas del Nuevo Testamento en relación con dicho misterio y, por último, escenas alusivas a los grandes progresos tecnológicos del siglo XX… «y lo que sigue siendo la imagen oscura del futuro».
La chispa de luz que emana de Jesús
Otros muchos elementos podrían destacarse y explicarse en la capilla, entre los que se incluyen algunos regalos personales del papa Pablo VI, encantado con la idea de la construcción del lugar sagrado y deseoso de colaborar con su amigo francés. Sin embargo, nos hemos centrado principalmente en los dos grandes lienzos dibujados por Guitton, aprovechando las explicaciones que él mismo ofreció en 1971.
Años más tarde, en 1988, habló sobre su capilla en un programa radiofónico, y ofreció más criterios para entender tanto el edificio como los elementos que lo decoran. «Todo objeto tiene dos significados: un significado ordinario y un significado místico», señaló entonces. Y dijo haberse inspirado, a la hora de dibujar los lienzos, en los dos frescos que pintó Rafael para la Estancia de la Signatura (en el Palacio Apostólico Vaticano): «La escuela de Atenas» y «La disputa del Sacramento» … que también representan a la Filosofía y a la Teología, respectivamente.
El periodista que grabó al intelectual francés se dio cuenta de que algunos de los filósofos del primer lienzo tenían una discreta mancha dorada. Al ser preguntado por ello, Guitton contestó: «Ah, sí. Algunos de ellos han recibido efectivamente una partícula de luz, una chispa dorada que emana de Jesús… pero es un pequeño secreto. Hay algo sobre la frente de Platón, en la mano de Aristóteles, en Pascal, en Bergson…».
La siguiente pregunta del periodista fue inmediata: «¿Y por qué no hay ninguna en Jean Guittón?» (recordemos que se autorretrató en una esquina del lienzo). Su respuesta fue, simplemente: «Porque yo no era digno».