Foto: @DefenceHQ

Lo que no quiere un Occidente en crisis

Hay dos cosas que Occidente se esfuerza por mantener fuera de sus fronteras: la guerra y los inmigrantes. Sin tener en cuenta, en ambos casos, su propio papel.

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Simone Varisco

(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 03.10.2023).- Marsella tiene un gran puerto y es una gran puerta que no se puede cerrar». Esta fue la advertencia del Papa Francisco en su visita a la ciudad francesa, «capital de la integración de los pueblos».

 Una ‘ventana al Mediterráneo’ que lleva en sí misma no pocas contradicciones, también en materia de migración e inclusión. Porque si bien es cierto que la movilidad humana no es una «emergencia», como recordó también el Papa en Marsella, tampoco es un hecho fortuito: conflictos, desequilibrios económicos, sistemas antidemocráticos, persecuciones y violaciones de los derechos humanos, cambio climático y catástrofes naturales son sólo algunas de las razones que la explican. Y que, de diferentes maneras, denuncian las responsabilidades de Occidente.

 Porque quizá ningún fenómeno sea un signo tan claro de malestar y transformación como la migración forzada. Quizá ninguno, salvo la guerra. Somos exportadores sin parangón de ella, y por eso nos hemos engañado pensando que podemos mantenerla fuera de nuestras fronteras. Así las cosas.

 Otra señal, como vimos hace sólo unos días en el G20 de Nueva Delhi: la divergencia de posiciones ha monopolizado la atención mediática occidental, pero el regreso de la guerra a Europa se ha convertido más bien en el banco de pruebas de los nuevos equilibrios internacionales, post-anglosajones y post-liberales (¿y post-democráticos?), que en muchos sentidos han relegado a los márgenes la centralidad absoluta de Occidente.

 ¿Fragilidad o decadencia, entonces? Por un lado, el nihilismo, incluso hacia la vida naciente – «una deriva que en Europa nos dice algo malo»-, donde la moral de los individuos cuenta más que la ética comunitaria, «un falso derecho al progreso, que es en cambio un retroceso en las necesidades del individuo». Por otro, la crisis de las democracias, debilitadas por ese mismo relativismo ético que propugnan como valor. Y no es que ambas no tengan raíces comunes.

 Jugamos ‘con el martirio de un pueblo’ igual que jugamos al ‘ping pong’ con la vida de miles de personas. Surge una sospecha: que el gran problema de Occidente y de la humanidad es con la verdad. Un problema del que ninguna barrera, ni armamento, podrá defendernos por mucho tiempo.

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Redacción Zenit

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