Stefano Caprio
(ZENIT Noticias – Mondo Russo (Asia News) / Milán, 16.10.2023).- Rusia no ha condenado directa e inequívocamente los ataques de los terroristas de Hamás que el 7 de octubre dieron comienzo al terrible conflicto de los últimos días entre Israel y Gaza, con miles de muertos en ambos bandos y masacres tales que incluso hacen palidecer a los horrores de Bucha y Mariupol. Recién dos días después de que estallara el conflicto, el Ministro de Relaciones Exteriores Serguei Lavrov declaró que «hay que detener urgentemente el enfrentamiento armado palestino-israelí y resolver el problema de los civiles, que son víctimas de la situación», y sobre todo «prestar especial atención a las razones del conflicto», en alusión a la necesidad de reconocer el Estado palestino.
Sin embargo, en las diversas declaraciones de estos días turbulentos se trasluce una satisfacción mal disimulada de los rusos más «beligerantes», porque los hechos obligan a Occidente a desviar la atención de la guerra en Ucrania y a tomar decisiones dramáticas, incluyendo dejar el apoyo a Ucrania en segundo plano. Más allá de las teorías conspirativas que ven la mano de Moscú detrás de los ataques terroristas palestinos, vale por todas la exaltada declaración del ex presidente ruso Dmitry Medvedev: «Amigos de la OTAN, ¡se terminó el juego!».
Por otra parte no es difícil comprender cuán ventajoso resulta para Rusia la multiplicación de las guerras en todo el mundo, desde aquellas en las que está más involucrada, como en el Cáucaso, hasta las de Asia y Oriente Medio, o en África, donde los rusos participan activamente. Y casi sorprende que todavía no se hayan reactivado los conflictos en Sudamérica – quizás la eterna disputa por los bosques amazónicos entre Perú y Ecuador – a la espera de la invasión china de Taiwán. La «guerra mundial en pedazos» que evoca desde hace años el Papa Francisco se está verificando efectivamente de manera cada vez más global, y Rusia ve en ello el cumplimiento de su «misión» de desafiar el dominio del Occidente «colectivo».
La propaganda oficial de Rusia, tanto de políticos como de agitadores mediáticos, repite que cualquier conflicto es útil para Rusia, a veces sin tener siquiera el pudor de ocultarlo detrás de declaraciones aparentemente neutrales. Tigran Keosayan, uno de los presentadores del canal NTV, lo ha repetido varias veces, y otro de los principales «pregoneros» de la televisión, Vladimir Soloviev, acusó explícitamente en Rusia-1 a la UE y a EE.UU. de ser culpables de la escalada del conflicto palestino-israelí, añadiendo que «soy judío, pero no israelí, no apoyo a Israel». La directora del canal Russia Today, Margarita Simonián, señaló que “un país que no hace la guerra a sus vecinos, está haciendo la guerra a sus vecinos; ahora tenemos que esperar el éxodo de los pacifistas rusos de Israel… aunque en realidad es mejor que no lo esperemos, que se vayan a países aún más lejanos». Se refiere a los numerosos rusos que se han refugiado en Israel y se oponen a la guerra en Ucrania, y que ahora intentan volver a su país, como el multimillonario Mikhail Friedman del Alfa-Bank, que podría ser acusado de alta traición por haber apoyado con dinero a los ucranianos.
Incluso en el sitio web del Consejo Ruso de Política Exterior y Defensa apareció un comentario titulado «Todas las guerras de hoy favorecen a Rusia», donde se explica que ahora las guerras son algo normal, que tenemos que acostumbrarnos: » Miren, todos están en guerra: Azerbaiyán atacó a Armenia y conquistó Karabaj, Hamás atacó a Israel y Rusia está resolviendo sus problemas en Ucrania”. Por lo tanto, esta «normalización de la guerra» no es sólo una manía de los rusos, es una dimensión del mundo entero, «hemos entrado en la era de la inestabilidad y tenemos que acostumbrarnos a eso», se afirma en el sitio, no sin cierta satisfacción. Acostumbrarse a la guerra significa también darse cuenta de que no habrá soluciones rápidas de los conflictos, que la guerra nos acompañará durante muchos años, aseguran los rusos: «no terminará mañana, ni siquiera dentro de un año… en todas partes los hombres están peleando, a partir de ahora será siempre así».
No debería sorprender el descaro con que los rusos se jactan cada vez más del conflicto global, del que se sienten los verdaderos inspiradores: ya no hay nada de qué avergonzarse, se ha llegado demasiado lejos. En este momento Rusia sólo se comunica con un pequeño grupo de países aliados y «amigos», al margen de la comunidad internacional y con regímenes abiertamente autoritarios y agresivos, como Irán y Corea del Norte, por lo que ya no tiene nada que perder en términos de reputación. La población rusa, por costumbre, no critica a «la dirigencia» y, frente a todo esto se hunde cada vez más en la indiferencia y la apatía, hasta el punto de que ahora muchos sugieren simplificar las próximas elecciones presidenciales y ni siquiera acudir a las urnas, limitándose a la aclamación del zar. La gente en Rusia sabe bien que la propaganda prevalece sobre la realidad, tanto dentro como fuera del país, y por eso no vale la pena creerle a nadie ni «llenarse la cabeza», nie brat v golovu, para evitar que te la corten.
Uno de los comentaristas más explícitos es el ideólogo del putinismo extremo, el filósofo Aleksandr Dugin, según el cual “Israel es vasallo de EE.UU y no apoyó a Rusia en la operación militar especial, a pesar de que la nuestra es una guerra contra los nazis Banderavstsy ucranianos [partidarios de Stepan Bandera, colaboracionista de los años ’30], culpables de haber participado en el Holocausto judío”. El profeta del eurasianismo explica que «cualesquiera que sean nuestras opiniones sobre judíos y musulmanes, es una cuestión de principios: Irán es nuestro amigo, aliado y hermano, nos apoyó en el momento más difícil, mientras que Israel no lo hizo». En su opinión, «ahora también resulta más comprensible la lógica de Stalin: estuvo a favor de Israel mientras Israel estuvo a nuestro lado, y después se volvió en contra».
Dugin advierte que la escalada en Israel puede provocar una reacción colectiva del mundo árabe, porque «los palestinos no tienen ninguna posibilidad en esta guerra, no pueden destruir a Israel, ni siquiera infligirle una derrota». Pero Israel tampoco tiene muchas esperanzas de reconquistar los territorios palestinos que están dentro de sus fronteras, ni puede exterminar físicamente a todos los ciudadanos palestinos. Por lo tanto, hay que esperar la reacción de Irán, Turquía, Arabia Saudita, todos los Estados del Golfo y Egipto, que casualmente están todos más o menos alineados con Rusia. Por eso, concluye el ideólogo, «en el conflicto palestino-israelí a Rusia le resulta difícil elegir un bando, tenemos que prestar mucha atención al curso de los acontecimientos», conscientes de que «la multipolaridad se está reforzando, mientras que la intensidad de la hegemonía del Occidente colectivo se debilita”.
De todos modos, más allá de las estrategias políticas y militares, en Rusia está resurgiendo un sentimiento antisemita bastante arraigado, que ha atravesado varias fases en la historia pasada antigua y más reciente. Los judíos perseguidos en toda Europa recorrieron la ruta desde el Atlántico hasta las costas del Mar Negro, entre Rusia y Ucrania, en esa zona llamada Novorossiya, «nueva Rusia» a donde fueron expulsados para desvincularlos de los mercados bielorrusos, y que constituye una parte de la Malorossiya, la “pequeña Rusia” como se llama a Ucrania, precisamente las tierras donde se desarrolla el actual conflicto “especial”. Existe, por tanto, un sentimiento contradictorio de parentesco entre rusos e israelíes, alimentado por los flujos de emigración de Moscú hacia Tel Aviv incluso en la época soviética, que convierten a Israel en uno de los países más rusoparlantes del mundo, una expresión particular del «mundo ruso». Los padres fundadores del Israel moderno, desde Ben Gurion hasta Netanyahu, provienen de familias en las que se habla polaco, ruso o ucraniano, y el ruso resulta familiar incluso para los taxistas árabes de Jerusalén.
La última obra literaria del gran disidente y escritor soviético Aleksandr Solzhenitsyn, publicada en 2001 pocos años antes de su muerte, se titula «Doscientos años juntos» y habla sobre la convivencia entre rusos y judíos, que describió en dos etapas, 1795-1916 y luego en los años soviéticos, 1917-1995. Como dice en el prefacio, «busqué durante mucho tiempo a alguien que pudiera explicar detalladamente y de manera equilibrada esta relación tan difícil, pero siempre encontré opiniones unilaterales. Por un lado, la culpa de los rusos con respecto a los judíos, con toda la insistencia en la degradación del pueblo ruso, y por el otro las culpas de los judíos con respecto a los rusos; en ambos casos expresadas de manera apasionada e indirecta, sin intentar siquiera ver qué méritos se deben atribuir a unos u otros».
Muchos acusaron al mismo Solzhenitsyn de antisemitismo, y de haber incursionado en un tema histórico muy oscuro, alejado de sus grandes visiones de «La rueda roja» donde había intentado explicar las razones profundas de la revolución y los cambios epocales del siglo XX. El autor del «Archipiélago Gulag» no estaba ciertamente alineado con los pensamientos dominantes en Oriente u Occidente, pero a menudo sus visiones han sido proféticas: hoy nos enfrentamos una vez más al dilema; después de «siglos de estar juntos» y décadas de ilusiones, volvemos a la división y a la guerra, cuyas razones no se pueden comprender.