el Papa Francisco presidió un momento de oración por los emigrantes y refugiados en la Plaza de San Pedro Foto: Vatican Media

Papa aborda los 4 verbos que resumen acción con emigrantes: acoger, proteger, promover e integrar

Palabras del Papa durante el momento de oración por los emigrantes y refugiados en la Plaza de San Pedro del Vaticano

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 19.10.2023).- Hacia las 7:15 de la tarde, en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco presidió un momento de oración por los emigrantes y refugiados. La oración se tuvo en torno a la escultura sobre migrantes que se encuentra en la Plaza. Asistieron unas 500 personas, la mayoría de ellas participantes en los trabajos de la XIII Congregación General de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Ofrecemos a continuación el discurso del Papa en traducción al español realizada por ZENIT:

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Nunca estaremos suficientemente agradecidos a San Lucas por habernos transmitido esta parábola del Señor (cf. Lc 10, 25-37). También está en el corazón de la Encíclica Fratelli tutti, porque es una clave, yo diría la clave para pasar de la cerrazón de un mundo a un mundo abierto, de un mundo en guerra a la paz de otro mundo. Esta noche la hemos escuchado pensando en los emigrantes, a quienes vemos representados en esta gran escultura: hombres y mujeres de todas las edades y procedencias; y en medio de ellos los ángeles, que los guían.

 

 

El camino de Jerusalén a Jericó no era un camino seguro, como no lo son hoy las numerosas rutas migratorias que atraviesan desiertos, bosques, ríos y mares. ¿Cuántos hermanos y hermanas se encuentran hoy en la misma situación que el caminante de la parábola? Muchísimos. ¿Cuántos son robados, despojados y golpeados a lo largo del camino? Salen engañados por traficantes sin escrúpulos. Luego son vendidos como moneda de cambio. Son secuestrados, encarcelados, explotados y esclavizados. Son humillados, torturados, violados. Y muchos, muchos mueren sin llegar a su destino. Las rutas migratorias de nuestro tiempo están pobladas de hombres y mujeres heridos que quedan medio muertos, de hermanos y hermanas cuyo dolor clama ante Dios. A menudo son personas que huyen de la guerra y del terrorismo, como desgraciadamente vemos estos días.

También hoy, como entonces, hay quien ve y pasa de largo, seguramente dándose una buena excusa, en realidad por egoísmo, indiferencia, miedo. Esta es la verdad. En cambio, ¿qué dice el Evangelio de aquel samaritano? Dice que vio al herido y tuvo compasión de él (v. 33). Esta es la clave. La compasión es la huella de Dios en nuestros corazones. El estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura. Y la compasión es la huella de Dios en nuestro corazón. Esta es la clave. Aquí está el punto de inflexión. Porque a partir de ese momento, la vida de aquel hombre herido comienza a levantarse, gracias a aquel desconocido que actuó como un hermano. Y así el fruto no es sólo una buena acción de asistencia, el fruto es la fraternidad.

 

 

Como el Buen Samaritano, estamos llamados a estar cerca de todos los caminantes de hoy, para salvar sus vidas, curar sus heridas, aliviar su dolor. Para muchos, por desgracia, es demasiado tarde y sólo nos queda llorar sobre sus tumbas, si es que las tienen, o el Mediterráneo ha acabado siendo la tumba. Pero el Señor conoce el rostro de cada uno, y no lo olvida.

El buen samaritano no se limita a socorrer al pobre viajero en el camino. Lo carga en su yugo, lo lleva a una posada y cuida de él. Aquí podemos encontrar el significado de los cuatro verbos que resumen nuestra acción con los emigrantes: acoger, proteger, promover e integrar. Hay que acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes. Se trata de una responsabilidad a largo plazo, pues el buen samaritano se compromete tanto en el viaje de ida como en el de vuelta. Por eso es importante prepararse adecuadamente para los retos de las migraciones actuales, comprendiendo sus aspectos críticos, pero también las oportunidades que ofrecen, con vistas al crecimiento de sociedades más inclusivas, más bellas y más pacíficas.

 

 

Permítanme destacar la urgencia de otra acción, que no está contemplada en la parábola. Todos debemos esforzarnos por hacer la carretera más segura, para que los viandantes de hoy no sean víctimas de los salteadores de caminos. Es necesario redoblar los esfuerzos para luchar contra las redes criminales, que especulan con los sueños de los emigrantes. Pero es igualmente necesario señalar rutas más seguras. Para ello, hay que esforzarse por ampliar los canales regulares de migración. En el actual escenario mundial, está claro que hay que poner en diálogo las políticas demográficas y económicas con las políticas migratorias en beneficio de todos los implicados, sin olvidar nunca poner en el centro a los más vulnerables. También es necesario promover un enfoque común y corresponsable para gobernar los flujos migratorios, que parece que van a aumentar en los próximos años.

Acoger, proteger, promover e integrar: éste es el trabajo que debemos realizar.

Pidamos al Señor la gracia de hacernos cercanos a todos los emigrantes y refugiados que llaman a nuestra puerta, porque hoy «quien no es un bandido y quien no pasa de lejos, o está herido o lleva sobre sus hombros a algún herido» (Fratelli tutti, 70).

Y ahora haremos un breve momento de silencio, recordando a todos aquellos que no lo consiguieron, que perdieron la vida a lo largo de las diferentes rutas migratorias, y a los que fueron utilizados, esclavizados.

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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