Papa Francisco presidió la audiencia general del miércoles 29 de noviembre en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano Foto: Vatican Media

“Evangelizar hoy”, la catequesis que el Papa no dijo pero todos escucharon

Audiencia general del Papa 29 de noviembre sobre el tercer aspecto del anuncio: es para hoy

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 29.11.2023).- Papa Francisco presidió la audiencia general del miércoles 29 de noviembre en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano. Pero hubo una sorpresa y la dijo él mismo: “Continuamos con las catequesis, pero como yo todavía no estoy bien con esta voz, por la gripe, será Mons. Ciampanelli quien leerá”. Y así, a la alocución del domingo 26 de noviembre que el Papa no dijo, se suma esta catequesis, la número 28 sobre el tema general de “La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente”. En esta audiencia, la catequesis del Papa profundizó en un tercer aspecto del anuncio cristiano: el hecho de que es para hoy. Ofrecemos a continuación la traducción al castellano realizada por ZENIT.

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La última vez vimos que el anuncio cristiano es alegría y es para todos; hoy vemos un tercer aspecto: es para hoy.

 

 

Casi siempre se oye hablar mal del hoy. Ciertamente, con las guerras, el cambio climático, la injusticia planetaria y las migraciones, las crisis de la familia y de la esperanza, no faltan motivos de preocupación. En general, hoy parece habitarnos una cultura que pone al individuo por encima de todo y a la tecnología en el centro de todo, con su capacidad para resolver muchos problemas y sus gigantescos avances en tantos campos. Pero, al mismo tiempo, esta cultura del progreso técnico-individual conduce a la afirmación de una libertad que no quiere darse límites y es indiferente a los rezagados. Y así relega las grandes aspiraciones humanas a la lógica a menudo voraz de la economía, con una visión de la vida que descarta a los que no producen y se esfuerza por mirar más allá de lo inmanente. Incluso podríamos decir que nos encontramos en la primera civilización de la historia que globalmente intenta organizar una sociedad humana sin la presencia de Dios, concentrándose en enormes ciudades que permanecen horizontales aunque tengan rascacielos vertiginosos.

Me viene a la mente el relato de la ciudad de Babel y su torre (cf. Gn 11,1-9). En él se narra un proyecto social de sacrificar toda individualidad a la eficacia de lo colectivo. La humanidad habla una sola lengua -podríamos decir que tiene un «pensamiento único»-, está como envuelta en una especie de hechizo general que absorbe la singularidad de cada uno en una burbuja de uniformidad. Entonces Dios confunde las lenguas, es decir, restablece las diferencias, recrea las condiciones para que se desarrolle la singularidad, reaviva lo múltiple allí donde la ideología querría imponer lo único. El Señor también distrae a la humanidad de su delirio de omnipotencia: «hagámonos un nombre», dicen los habitantes exaltados de Babel (v. 4), que quieren llegar hasta el cielo, ponerse en el lugar de Dios. Pero éstas son ambiciones peligrosas, alienantes, destructoras, y el Señor, al confundir estas expectativas, protege a la humanidad, impidiendo un desastre anunciado. Esta historia parece realmente actual: aún hoy, la cohesión, en lugar de la fraternidad y la paz, se basa a menudo en la ambición, el nacionalismo, la homologación y las estructuras tecnoeconómicas que inculcan la persuasión de que Dios es insignificante e inútil: no tanto porque se busque más conocimiento, sino sobre todo para tener más poder. Es una tentación que impregna los grandes desafíos de la cultura actual.

 

 

En la Evangelii gaudium he intentado describir algunos de ellos (cf. nn. 52-75), pero sobre todo he reclamado «una evangelización que ilumine nuevos modos de relacionarse con Dios, con los demás, con el ambiente, y que suscite valores fundamentales. Es necesario llegar allí donde se forman las nuevas narrativas y paradigmas, alcanzar los núcleos más profundos del alma de las ciudades con la Palabra de Jesús» (n. 74). En otras palabras, sólo se puede anunciar a Jesús habitando la cultura de su tiempo; y teniendo siempre en el corazón las palabras del apóstol Pablo sobre el hoy: «He aquí ahora el tiempo favorable, he aquí ahora el día de salvación» (2 Co 6,2). Por tanto, no es necesario contrastar el hoy con visiones alternativas del pasado. Tampoco basta con reafirmar convicciones religiosas adquiridas que, por muy verdaderas que sean, se vuelven abstractas con el paso del tiempo. Una verdad no se hace más creíble porque se alce la voz al decirla, sino porque se testimonia con la vida.

El celo apostólico nunca es mera repetición de un estilo adquirido, sino testimonio de que el Evangelio está vivo hoy para nosotros. Conscientes de ello, consideremos nuestra época y nuestra cultura como un don. Son nuestras, y evangelizarlas no significa juzgarlas desde lejos, ni siquiera estar en un balcón gritando el nombre de Jesús, sino salir a la calle, ir a los lugares donde vive la gente, frecuentar los espacios donde se sufre, se trabaja, se estudia y se reflexiona, habitar las encrucijadas donde los seres humanos comparten lo que tiene sentido para sus vidas. Significa ser, como Iglesia, «fermento de diálogo, de encuentro, de unidad». Al fin y al cabo, nuestras mismas formulaciones de fe son fruto del diálogo y del encuentro entre culturas, comunidades e instancias diferentes. No debemos tener miedo al diálogo: al contrario, es precisamente la confrontación y la crítica lo que nos ayuda a preservar la teología de convertirse en ideología» (Discurso en la V Conferencia Nacional de la Iglesia Italiana, Florencia, 10 de noviembre de 2015).

 

 

Es necesario situarse en las encrucijadas de hoy. Abandonarlas empobrecería el Evangelio y reduciría la Iglesia a una secta. Frecuentarlas, en cambio, nos ayuda a los cristianos a comprender de forma renovada las razones de nuestra esperanza, a extraer y compartir del tesoro de la fe «cosas nuevas y cosas viejas» (Mt 13, 52). En definitiva, más que querer convertir el mundo de hoy, necesitamos convertir la pastoral para que encarne mejor el Evangelio en el hoy (cf. Evangelii gaudium, 25). Hagamos nuestro el deseo de Jesús: ayudar a los compañeros de viaje a no perder el deseo de Dios, a abrirle el corazón y a encontrar al único que, hoy y siempre, da al hombre la paz y la alegría.

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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