Virgen de Siracusa

Virgen que lloró en Siracusa cumple 70 años y esto dice Papa Francisco al respecto

Carta del Papa al arzobispo de Siracusa, Francesco Lomanto, en ocasión del 70 aniversario del brote de lágrimas de una imagen de la Virgen María en una ciudad de Sicilia, al sur de Italia

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 07.12.2023).- En ocasión del 70 aniversario del lagrimar de una imagen mariana en Siracusa, ciudad ubicada en la isla italiana de Sicilia, al sur del país, el Papa Francisco ha querido hacerse presente por medio de una carta enviada al arzobispo local. La carta expresa también el sentir del Pontífice respecto al fenómeno que llevó a que se construyese una gran basílica-santuarioinaugurada por san Juan Pablo II en noviembre de 1994. A continuación, la traducción de ZENIT de la carta del Papa.

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Al querido Hermano
Arzobispo Metropolitano de Siracusa

Han pasado setenta años desde que las lágrimas de Nuestra Señora se derramaron tiernamente en la tierra de Siracusa: entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre de 1953, lágrimas humanas brotaron de los ojos de la Virgen, representada con el Corazón Inmaculado en el cuadro colocado junto al lecho de un matrimonio. Desde entonces, la Iglesia de Siracusa custodia con cuidado y devoción estas lágrimas, que a menudo llegan a los enfermos, a los ancianos, a los que sufren y a las comunidades eclesiales de diversas partes del mundo, como signo de la presencia cercana y sentida de la Madre de Dios y nuestra. El llanto de María muestra su participación en el amor compasivo del Señor, que sufre por nosotros, sus hijos; que espera ardientemente nuestra conversión; que nos espera, como el Padre misericordioso, para perdonarnos todo y siempre.

Para nosotros, sin embargo, se renueva la pregunta del Siervo de Dios Pío XII: «¿Comprenderán los hombres el lenguaje arcano de esas lágrimas?» (Radiomensaje, 14 de octubre de 1954). Para acoger esta llamada profética, la Iglesia de Siracusa celebra un Año mariano: deseo expresar mi cercanía a la Comunidad diocesana, uniéndome espiritualmente y dirigiendo un cordial saludo a Vuestra Excelencia, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los fieles.

Las lágrimas tuvieron lugar, en el precario contexto de las secuelas de la segunda guerra mundial, en una modesta casa de pueblo donde vivía la humilde familia de Angelo Iannuso y Antonina Giusto, que esperaban su primer hijo. La conjunción de estas circunstancias recuerda el amor privilegiado del Señor, amante de la vida, por los pobres y necesitados: la Iglesia, su Esposa, no puede sino conformarse a esta predilección. Además, el prodigioso acontecimiento, ocurrido en la intimidad de un hogar, nos invita a considerar la extraordinaria belleza del hogar doméstico, centro del amor y de la vida, y a sostener la familia fundada en el matrimonio, resaltando su valor intrínseco como célula fundamental de la sociedad y de la Iglesia.

Pero las lágrimas de la Madre siguen derramándose cuando se discrimina a los más débiles y cuando proliferan la violencia y las guerras, que se cobran víctimas inocentes. Ante las pruebas de la vida y de la historia, especialmente ante los preocupantes escenarios bélicos de hoy, no nos cansemos de invocar la intercesión de María, Reina de la Paz y Madre de la Consolación. Que su solicitud materna impulse a los creyentes a construir y recorrer caminos de paz y de perdón, y a estar cerca de los enfermos del cuerpo y del espíritu, de los que están solos y abandonados. Nos consuela saber que la Madre de Dios, invocada con el título de «Nuestra Señora de las Lágrimas», ha prodigado tantas gracias a quienes se han dirigido a ella.

Que este significativo aniversario suscite en toda la Iglesia de Siracusa la gracia más grande, el deseo de conformar más la propia vida a Aquel que María nos indica, el Señor Jesucristo, para que se reavive la fe, se practique la caridad y se testimonie y suscite la esperanza. Que os sostenga la Virgen, a quien imploro con vosotros:

 

Oh Virgen María,
acompaña el camino de la Iglesia
con el don de tus santas lágrimas
concede la paz al mundo entero
y protege a tus hijos
con tu protección maternal.

Apóyanos en nuestra fidelidad a Dios
en el servicio a la Iglesia
y en el amor a todos nuestros hermanos y hermanas. Amén.

 

Al tiempo que os pido que recéis por mí, os envío cordialmente mi Bendición, que extiendo a todos los que participarán en las solemnes celebraciones conmemorativas.

 

 

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

 

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Redacción Zenit

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