(ZENIT Noticias – TerraSanta.net / Jerusalén, 11.12.2023).- Han pasado poco más de dos meses desde el «Sábado Negro» que, el 7 de octubre, marcó el inicio de esta última fase sangrienta en las relaciones entre israelíes y palestinos. Desde aquel día, se han cavado nuevas trincheras de odio, al tiempo que se han profundizado las heridas en las conciencias colectivas de los dos pueblos. Aún no podemos imaginar todas las consecuencias futuras.
Mientras tanto, es la población de la Franja de Gaza la que paga el precio más alto. Las armas volvieron a tronar tras la breve tregua de unos días -del 24 al 30 de noviembre- que permitió el intercambio de 105 rehenes de diversas nacionalidades -tomados por las milicias palestinas dentro de la Franja- por 240 detenidos palestinos en cárceles israelíes (cuyas celdas han sido ocupadas por otros palestinos de Cisjordania o de la Franja de Gaza detenidos y puestos en detención administrativa, día tras día, en las últimas semanas).
Heladas, hambre y enfermedades
Mientras continúa, aunque con menor intensidad, la lluvia de cohetes desde Gaza, el sur de Líbano y Yemen sobre territorio israelí, el número de muertos entre la población gazatí supera ya los 18.000 (7 de cada 10 serían mujeres y menores), entre ellos al menos 63 periodistas, según el Comité para la Protección de los Periodistas de Estados Unidos. También siguen muriendo soldados israelíes: unos 90 han caído ya en combate desde el comienzo de la invasión de la Franja de Gaza, mientras que 137 rehenes siguen sin ser liberados.
Tras hacerse con el control del norte de la Franja y obtener la rendición de decenas de combatientes, los israelíes se concentran ahora en la ciudad de Jan Yunis, considerada un bastión de Hamás.
En el extremo sur de esa franja se concentra ahora gran parte de la población civil, incluidos los numerosos evacuados del norte que han acatado la orden de evacuación dada por las fuerzas armadas israelíes.
Todos los habitantes de la Franja viven ahora en condiciones de extrema privación. La periodista del diario Haaretz Amira Hass ha intentado en los últimos días alinear algunos datos: el territorio gazatí tiene una superficie de 365 kilómetros cuadrados y una densidad de 6.100 personas por kilómetro cuadrado. Ahora, sin embargo, con el asalto a Jan Yunis, la población ha tenido que concentrarse en una porción aún más pequeña al sur: 110 kilómetros cuadrados, donde en este momento la densidad es de casi 18.200 personas por kilómetro cuadrado. En una situación así, incluso las infraestructuras que aún no han sido dañadas por los bombardeos se ponen a prueba: carreteras, red eléctrica, sistema de alcantarillado.
El invierno tampoco es benévolo en estos parajes, y las numerosas personas que sobreviven al frío o en refugios improvisados sufren infecciones respiratorias y gastrointestinales y están expuestas a contagios, parásitos y enfermedades cutáneas. Por no hablar de la falta de alimentos y de higiene personal.
Por una nueva tregua humanitaria
A pesar de los esfuerzos del personal médico que permanece sobre el terreno y de los trabajadores de las organizaciones dirigidas por la ONU -como Unrwa y Unicef-, la Cruz Roja y diversas organizaciones no gubernamentales, la atención médica prestada es insuficiente. Faltan medicamentos esenciales y la escasez de anestésicos obliga a los médicos a tratar a los heridos graves sin analgésicos ni sedantes.
Jordania ha enviado personal médico y ha instalado hospitales de campaña en la zona de Rafa. Emiratos Árabes Unidos e Italia también tienen intención de seguir su ejemplo. Una intervención apropiada pero insuficiente, dada la gravedad de la situación.
De visita en la Franja en los últimos días, la presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja, Mirjana Spoljaric, declaró que «el nivel de sufrimiento es intolerable. Es inaceptable que los civiles no dispongan de lugares seguros; con un asedio militar en vigor, incluso una respuesta humanitaria adecuada es ahora imposible».
Tonos aún más dramáticos resuenan en las palabras del Comisario General de la Unrwa, Philippe Lazzarini, quien anunció el 8 de diciembre que el día anterior había enviado una carta al Presidente de la Asamblea General de la ONU para comunicar la extrema dificultad en la que se encuentra la agencia para operar «bajo un bombardeo constante y una afluencia reducida e irregular de alimentos y otros suministros humanitarios». La Unrwa, denunció Lazzarini, también ha perdido a 130 miembros de su plantilla, mientras que el 70% del personal se ha visto obligado, una y otra vez, a evacuar. Lazzarini hizo un llamamiento a los Estados miembros de la ONU para que trabajen en pro de una tregua humanitaria en la Franja.
El veto de Estados Unidos
El Consejo de Seguridad de la ONU, reunido el 8 de diciembre en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York a instancias del Secretario General António Guterres, lo intentó una vez más en vano. El Consejo examinó un proyecto de resolución presentado por los Emiratos Árabes Unidos y apoyado por 97 Estados. El proyecto pedía el cese inmediato de los bombardeos, la liberación incondicional de los rehenes aún retenidos en la Franja y el libre acceso de los trabajadores humanitarios y de ayuda humanitaria.
El veto de Estados Unidos (que, con su constante cobertura en la ONU, se confirma como el aliado sin rival de Israel) impidió que se aprobara la resolución. De los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad, el Reino Unido se abstuvo, mientras que China, Francia y Rusia votaron a favor, al igual que los 10 miembros no permanentes restantes del organismo.
¿Cuánto durará esto? Las fuerzas armadas israelíes están logrando muchos de sus objetivos en la Franja de Gaza, pero -independientemente de cualquier consideración ética- la guerra cuesta dinero y también tiene fuertes repercusiones en la economía del Estado judío (basta pensar en las lagunas en la mano de obra de muchas empresas debido a los cientos de miles de reservistas llamados al servicio activo). Cada día que pasa, una campaña militar de tales proporciones -con los elevados costes humanos que conlleva- resulta también cada vez más difícil de digerir para otras naciones, cercanas y lejanas.
El objetivo de aniquilar a Hamás -y no sólo reducirlo a la impotencia militar- parece poco realista para muchos. Entre otras cosas, porque el movimiento islamista ha ganado popularidad entre sus compatriotas con las acciones del 7 de octubre del año pasado, que han llevado con fuerza la cuestión palestina a la atención del mundo entero. Será difícil pasar esto por alto en la posguerra, cuando llegue.
Construir el futuro
En una entrevista televisiva emitida el 8 de diciembre por la cadena estadounidense Bloomberg, el Primer Ministro de la Autoridad Nacional Palestina, Mohammad Shtayyeh, declaró que su gobierno está trabajando con la administración Biden para vislumbrar un futuro que, en su opinión, no será sin Hamás.
¿Qué será mañana de la Franja de Gaza y sus montones de escombros? ¿Quién la gobernará? ¿Quién dirigirá la reconstrucción? ¿En qué zonas podrá o no vivir su población? ¿De cuánta libertad de movimiento podrá disfrutar? ¿Qué niveles de interacción con Israel y el resto del mundo se le concederán? En otras palabras, ¿qué perspectivas se ofrecerán a esos más de dos millones de seres humanos?
Después de las armas, los bombarderos, los misiles y los tanques -incluso después de las manifestaciones, las oraciones y los ayunos por la paz- debe hablar la política, la buena política, entendida como planificación y construcción de un hogar común. Hay que dejar de lado los maximalismos y hacer los compromisos necesarios, sin dejar pasar más generaciones, sin dejar correr más sangre ni sacrificar innumerables vidas jóvenes en los altares de los resentimientos y las ideologías.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.