(ZENIT Noticias – Caffe Storia / Roma, 04.01.2024).- «Et claritas Domini circumfulsit illos». Las celebraciones del tiempo de Navidad han evocado a menudo la luz, un «resplandor» que viene de Dios, que se convierte también en «claridad» en el anuncio. Casi como si se tratara de una virtud indispensable desde el principio de la historia de la salvación. Un modelo que, más de dos mil años después, sigue siendo difícil de introyectar para muchos cristianos.
Claridad y aclaración
Un ejemplo de ello, se mire por donde se mire, es el reciente caso de la Declaración Fiducia supplicans, cuyos rescoldos polémicos, lejos de apagarse, se han ido mezclando en los últimos días con el incienso de la liturgia.
Indicativo de ello es la proliferación de entrevistas, incluso en un ajetreado periodo festivo, del Cardenal Víctor Manuel Fernández tras la publicación de la Declaración. Una dinámica que recuerda a los días inmediatamente posteriores a su nombramiento como nuevo Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe: difícil encontrar comparaciones en la historia más o menos reciente, con afirmaciones, acusaciones contra enemigos (o presuntos enemigos) e ilustraciones de sus propias publicaciones.
¿Un falso problema?
«Tengo una hija [homosexual] casada en Polonia que necesita esa bendición. Ella recibió la bendición de su padre de mi parte, pero no de la Iglesia. En algunos lugares [los homosexuales] son rechazados con mucha fuerza». Este es sólo uno de los muchos testimonios de fieles católicos recogidos desde la publicación de la Declaración Fiducia supplicans por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Por cierto, en el caso citado, se trata de la catedral de Buenos Aires (reportaje completo de AP aquí).
Esclarecedor testimonio de cómo se entiende la Declaración. Pero no sólo: útil para desenmascarar uno de los principales cortocircuitos internos del documento: quienes, homosexuales o heterosexuales, «no reclaman la legitimidad de su propia condición» de pareja ya están, en la inmensa mayoría de los casos, incluidos en la Iglesia (por ejemplo, mediante la participación activa en la vida de la comunidad cristiana, la oración, la caridad, la educación cristiana de los hijos, sin olvidar la Comunión espiritual); quienes sí la reclaman no entran, al menos oficialmente, en la casuística de Fiducia supplicans. ¿Se trata entonces de un falso problema? Y si es así, ¿por qué abordarlo?
Sin entrar en las complejas cuestiones teológicas y doctrinales puestas en cuestión por Fiducia supplicans, conviene reflexionar sobre la previsible narración mediática del documento y, sobre todo, sobre cómo ya es, y más aún será, recibido y entendido por la inmensa mayoría de los fieles católicos, empezando por el sentido de aprobación y buenos deseos comúnmente atribuido a la bendición.
«Previsible», escribo, porque, salvo excepciones humanas, tal vez haya llegado el momento de abandonar la idea de una comunicación vaticana sistemáticamente incapaz de transmitir el mensaje deseado, sorprendida y atónita, víctima de constantes malinterpretaciones, tergiversaciones y manipulaciones por parte de los medios de comunicación.
Que hay (también) un problema en la comunicación de la Iglesia está fuera de toda duda, pero después de años -por no hablar de milenios- de trato con los individuos y las masas, no es creíble que la Iglesia esté tan poco preparada para los cambios en los medios y lenguajes de la comunicación social. Es más creíble, en cambio, que en el nuevo rumbo emprendido hace tiempo, las palabras y las reacciones, lo hablado y lo no dicho, puedan gobernarse con provecho. Como en la música, compuesta tanto de sonidos como de silencios.
Animar y articular
Un terreno en el que el Card. Fernández es experto, proclive como es a definirse más por sustracción que por afirmación. «Siempre me ha gustado comunicar a través de los medios de comunicación. […] Desde hace unos años, publico con frecuencia reflexiones en Facebook y Twitter», recuerda el cardenal Víctor Manuel Fernández en una de las muchas entrevistas que concedió al día siguiente de su nombramiento como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. No es casualidad que incluso en la entrevista recogida por el P. Antonio Spadaro para La Civiltà Cattolica insista en el tema de la comunicación. «Con un lenguaje accesible, la teología entra en diálogo con la vida concreta, con las angustias y esperanzas de la gente, y muestra así su mayor fecundidad», afirma el Cardenal Fernández. «Por eso, el teólogo no busca en su obra sólo una realidad cognoscitiva, sino también una realidad constitutiva, capaz de crear cosas nuevas en el mundo y en la Iglesia, de animarlas, de articularlas, y además comunicativa y eficaz, capaz de iluminar a los demás y ayudarles a vivir».
La sensación, por tanto, es que somos muy conscientes de hasta qué punto se «animan» y «articulan» «cosas nuevas en el mundo y en la Iglesia», también a través de la comunicación, quizá especialmente cuando ésta parece alejarse de los contenidos escritos y de las intenciones oficiales, para aventurarse en el terreno escabroso de la interpretación más inmediata.
Bendita confusión
No es casualidad, pues, que en el caso de Fiducia supplicans, dejando a un lado las especulaciones ideológicas, la mayoría de las nuevas dudas del episcopado internacional se centren más en las consecuencias imaginables de la aplicación del documento en las comunidades cristianas que en su contenido.
Con un término destacando sobre los demás: confusión. Como si fueran conscientes de que los mayores riesgos residen más bien en lo no escrito y no dicho, en la cómoda banalización de los rumores, que «animarán» y «articularán» aquello «nuevo» que tal vez no se escribió ni se dijo, pero se dejó entender. Con una fuerza decididamente más penetrante que cualquier tradición, coacción y reafirmación; más peligrosa que cualquier supuesta heterodoxia, porque concede la falsa libertad a cada cual de «alentar» y «articular» lo «nuevo» que más le convenga.
Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.