Pontificia Universidad Gregoriana

Papa Francisco, demasiadas universidades eclesiásticas en Roma y el reto del qué hacer

Lo que el Papa ha dicho a inicios de 2024 no es algo nuevo. Es un tema que le ronda la cabeza. El 25 de febrero de 2023, en un discurso a las comunidades académicas de las Universidades e Instituciones Pontificias Romanas, trató también este tema

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(ZENIT Noticias / Roma, 15.01.2024).- “Aprovecho la ocasión para decir que hay demasiadas universidades eclesiásticas en Roma. Deben ponerse de acuerdo y lograr alguna forma de unidad: unidad en los planes de estudio… Pónganse de acuerdo, hablen”. Son palabras del Papa al iniciar 2024. Concretamente como parte de un discurso a una de esas “demasiadas universidades eclesiásticas”: el Studium Biblicum Franciscanum que depende de la Pontificia Universidad Antonianum de Roma.

Según el informe más reciente de la Conferencia de Rectores de Universidades e Instituciones Pontificias Romanas (CUIPRO), en la ciudad de Roma hay 22 universidades o instituciones pontificias de nivel superior. Durante el ciclo 2021-2022 hubo un total de 16 mil alumnos (más concretamente 15,644, pero hemos redondeado): un promedio de 727 alumnos por universidad, aunque bajando a detalles la realidad muestra algo menos homogéneo.

La Universidad Gregoriana es la que más alumnos tiene (2844) y el Juan Pablo II la que menos (154). Entre una y otra aparecen resultados como estos: Angelicum, 1077; Urbaniana, 1357; Lateranense, 1868; Antonianum, 525; Salesiana, 1780; Santa Croce, 1334; San Anselmo, 844; Regina Apostolorum, 1500; Seraphicum, 134; Teresianum, 381; Marianum, 107; Auxilium, 365; Bíblico, 305; Música Sacra, 155; Oriental, 300; Arqueología cristiana, 30; Estudios árabes e islámicos, 33; Alfonsianum, 260; Augustinianum, 127; y Claretianum, 145.

Lo que el Papa ha dicho a inicios de 2024 no es algo nuevo. Es un tema que le ronda la cabeza. El 25 de febrero de 2023, en un discurso a las comunidades académicas de las Universidades e Instituciones Pontificias Romanas dijo:

En la custodia de la armonía interior, os invito a “hacer coro” también entre los diferentes componentes de vuestra comunidad, y entre las diferentes instituciones que representáis. A lo largo de los siglos, la generosidad y la amplitud de miras de muchas órdenes religiosas, inspiradas por sus carismas, han enriquecido Roma con un número notable de Facultades y Universidades. Pero hoy, debido también al menor número de alumnos y profesores, esta multiplicidad de centros de estudio corre el riesgo de desperdiciar energías valiosas. Así, en vez de favorecer la transmisión de la alegría evangélica del estudio, de la enseñanza y de la investigación, a veces amenaza con ralentizarla y cansarla. Tenemos que tomar nota de ello. Especialmente después de la pandemia de Covid 19,es urgente iniciar un proceso que conduzca a una sinergia efectiva, estable y orgánica entre las instituciones académicas, para honrar mejor los propósitos específicos de cada una y promover la misión universal de la Iglesia. Y no discutir entre nosotros para tomar un alumno, una hora más. Por lo tanto, os invito a no conformarse con soluciones efímeras, y a no pensar en este proceso de crecimiento simplemente como una acción “defensiva», dirigida a enfrentar la disminución de los recursos económicos y humanos. Más bien se debe ver como un impulso hacia el futuro, como una invitación a acoger los desafíos de una época nueva de la historia. La vuestra es una herencia riquísima, que puede promover vida nueva, pero que puede también inhibirla, si se vuelve demasiado autorreferencial, si se vuelve una pieza de museo. Si queréis que tenga un futuro fecundo, su custodia no puede limitarse al mantenimiento de lo recibido: debe abrirse a desarrollos valientes y, si fuera necesario, también inéditos. Es como una semilla que, si no la esparces en la tierra de la realidad concreta, se queda sola y no da fruto (cfr. Jn  12,24). Os animo por tanto a iniciar lo antes posible un confiado proceso en esta dirección, con inteligencia, prudencia y audacia, teniendo siempre presente que la realidad es más importante que la idea (cfr. Exhort. Ap. Evangelii gaudium, 222-225). El Dicasterio para la Cultura y la Educación, con mi mandato, os acompañará en este camino.

A decir verdad, algunas de esas universidades ya han dado pasos. En la Asamblea de la Conferencia de Rectores de las Universidades e Instituciones Pontificias Romanas (CRUIPRO) del pasado 20 de noviembre se renovó para un segundo trienio el acuerdo por el cual es posible la movilidad de estudiantes dentro del sistema universitario eclesiástico romano. Ese acuerdo permite que cada semestre los estudiantes de las universidades miembros de la CRUIPRO puedan asistir gratuitamente a una de las otras universidades firmantes, previa autorización de la institución de origen y aceptación de la institución de destino.

Es cierto que esto es solo eso, un paso. Pero ya es un paso. ¿Cuál es el problema entonces? Desde luego no que haya demasiadas universidades eclesiásticas sino la no correspondencia de alumnos demandando una matrícula en alguna de ellas. En los últimos años el Dicasterio para el Clero y el Dicasterio para la Educación Católica han promovido que cada vez sean menos los que se trasladen a Roma a estudiar y que más bien se formen en sus propios seminarios locales. En el fondo, es una idea del Papa Francisco quien ha llegado a mencionar que, para favorecer el sentido de comunidad, en algunos lugares los seminarios deberían ser regionales: no de una sola diócesis, sino de varias. Esto también contribuye a que cada vez menos seminaristas se trasladen a Roma y que sean más bien sacerdotes quienes llegan para hacer algún estudio de postgrado.

No pocas de las universidades eclesiásticas romanas respondieron a necesidades puntuales de formación del clero en general a lo largo de la historia. Pero no es ingenuo el hecho de que la mayoría de ellas servían como centros para la formación de los miembros de los mismos entes promotores. Para este momento, con la realidad vocacional interna de cada congregación u orden que está detrás (a la que se suma la más amplia de la Iglesia), no parece sustentable a mediano plazo un sostenimiento de un sistema universitario eclesiástico como el actual.

Para las entidades detrás de cada universidad el sostenimiento de la institución supone inversiones anuales de sumas superiores a seis ceros y en euros. Una de las oficinas con más trabajo anual en una universidad no es la académica sino la de búsqueda de fondos. Pero, a ese llamado de “lograr alguna forma de unidad” lanzado por el Papa, ¿quién cede primero y en base a qué?

Alguna universidad aducirá su historia, otra pondrá delante de todos la cantidad de alumnos que tiene, otra la salud financiera, otra más la calidad de sus profesores y alguna incluso mencionará su especificidad… ¿En base a qué se decide la modificación? ¿Y si fuesen los estudiantes los que decidieran? ¿O los obispos? Un obispo africano optaría por que sus seminarista se formen en una determinada universidad cuya formación no coincide con la sensibilidad pastoral del lugar de origen. Que hoy haya más alumnos en algunas universidades no se debe a que los obispos puedan elegir del todo sino a que es sólo ahí donde pueden obtener algunas becas.

O veámoslo por los alumnos: tal vez estos valorarían mejor la pedagogía de enseñanza, la inclusión de tecnologías, la formación integral… ¿Y si fuesen los profesores los que aportan a la decisión? Algo tan elemental y de interés particular para ellos: ¿y dónde quedarían ellos en ese futuro reorganizado? ¿Sobrarían profesores? ¿Y de dónde exactamente? Más aún: los que son sacerdotes y profesores -y dejarían de enseñar-, ¿ahora qué harían? No es una decisión práctica fácil toda vez que muchos de ellos han dedicado su vida a este campo.

¿Y si fuese por especialización? Es verdad, hay facultades muy especificas que sólo hay en una universidad (comunicación institucional en la Santa Cruz, bioética en el Regina Apostolorum, Música Sacra en la escuela homónima, etc.) pero, y de las otras facultades qué. Esto se vuelve aún más dramático si se considera que la escuela de derecho canónico de la gregoriana no es la misma que la de la Santa Cruz o de la lateranense… y eso aplica también a la teología del Ángelicum que a la escuela de teología de las otras universidades.

Como se puede ver, el reto en este campo no parece que tendrá una solución a corto plazo. Pero de que es algo importante y relevante, lo es. La realidad vocacional, de economía, de optimización de recursos humanos y también un trabajo en conjunto están en el horizonte. Tan es así que el Papa lo tiene en la cabeza y de ahí no es difícil que se pudiera convertir, a mediano plazo, en un nuevo Motu proprio.

 

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Jorge Enrique Mújica

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