(ZENIT Noticias / Quito, 16.02.2024).- El pasado 7 de febrero la Corte Constitucional de Ecuador despenalizó la eutanasia en el país. El desenlace se dio a raíz del caso de un hombre 42 años que padece esclerosis lateral amiotrófica.
Una semana después, el 14 de febrero, la Conferencia Episcopal Ecuatoriana emitió una nota en la que pone su postura “Frente a la despenalización de la eutanasia”.
La nota inicia recordando que “La Iglesia Católica, de la que forman parte la mayoría de ecuatorianos, siguiendo la práctica de Jesús de curar a los enfermos, ha combatido el dolor y el sufrimiento de las personas aquejadas por distintos males y dolencias, especialmente las enfermedades degenerativas, crónicas e incurables”. Evidencia que “Los servicios de salud regentados por la Iglesia atraviesan el territorio nacional y se sitúan, especialmente, en los sectores más empobrecidos de nuestra sociedad”.
La experiencia en el campo de la salud lleva a evidenciar que “Ahí, compartimos el dolor y el sufrimiento de tantos hermanos, y junto a ellos buscamos restaurar su dignidad y darles la mejor calidad de vida. No somos ajenos a esa realidad. No hablamos desde la fría distancia del “deber ser”, sino desde el compromiso con la vida en sus múltiples formas. Por mandato de la Corte Constitucional, el Ecuador es el noveno país en el mundo en aceptar la eutanasia, a pesar de contar con apenas un 3,5% de cobertura de cuidados paliativos para la población”.
La nota continúa diciendo que “Es preocupante observar cómo la cultura del descarte, impulsada por algunos jueces, está convirtiéndose en un nuevo integrante de nuestra realidad social. La reciente Sentencia 67-23-IN/24 despenaliza la eutanasia en Ecuador bajo ciertas condiciones. Podrá ser realizada por un médico, siempre y cuando la persona afectada por un sufrimiento intenso exprese un consentimiento inequívoco, libre e informado, ya sea personalmente o a través de un representante legal en casos de incapacidad. Si bien es cierto, no se acoge la petición de la demanda de que sea un derecho y, por ende, un servicio público; sin embargo, se convierte en una realidad con la que tendremos que convivir, y que muchos enfermos o personas en situaciones vulnerables se verán obligados a recurrir para “no ser gravosos o molestos para sus familias o para el Estado”.”.
Se subraya que “Estamos ya al inicio de una pendiente resbaladiza cuyos caminos de muerte no engrandecen nunca a una sociedad”.
A continuación la Iglesia ofrece una reflexión y realiza un compromiso:
La vida humana es sagrada e inviolable. Cualquier complicidad con la muerte la terminan pagando los más débiles y vulnerables. Una sociedad que no los defiende está condenada a las más grandes manipulaciones y a las peores tragedias. Es diabólico querer defender la vida dando a un homicidio un marco de legalidad.
La eutanasia no es sinónimo de una muerte sin dolor y sufrimiento. En muchos casos, los pacientes presentan complicaciones, como el vómito de la mediación letal o con la recuperación de la conciencia luego de un efecto inicial. El proceso puede demorar 25 minutos, pero el rango reportado supera los 4 días. No son pacientes que mueren aliviados en lo emocional, psicológico, físico, ni espiritual.
La eutanasia no es un tema de libertad personal. La libertad del paciente, en condición altamente vulnerable, está fuertemente condicionada y afectada emocionalmente. Además, en muchos casos, la decisión puede llegar a ser del médico, la familia, e incluso del Estado o las empresas de salud que se niegan a proveer de los cuidados necesarios para atender de mejor manera la condición del enfermo o la falta de recursos; como, en efecto, pasa en los países donde esta ley está vigente.
El derecho a la vida, como todos los derechos humanos, es irrenunciable. La eutanasia desconoce la dignidad de todas las personas, haciendo una discriminación injusta entre quienes merecen vivir, recibir ayuda y atención y quienes no. Categorizamos a los seres humanos en grupos: los sanos, los incapacitados, los improductivos, los pobres que no pueden acceder a un mejor acompañamiento en el sufrimiento. Esto tiene un efecto disuasivo, ya que genera una coacción sutil y una sensación de ser una “carga”, ya que el enfermo sabrá que hay una puerta de salida para evitar problemas a otros.
Buscar eliminar el sufrimiento es casi como eliminar la naturaleza humana. La vida, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte son parte de la condición humana. No hay una sola persona en la historia de la humanidad que haya podido evadir el sufrimiento. ¿Qué nos corresponde hacer como sociedad? Aliviar el sufrimiento. Buscar y promover una ley de Cuidados Paliativos en Ecuador, que al momento no existe, en vez de conformarnos con la peor de las posibilidades.
No podemos ofrecer muerte si ni siquiera proveemos los mínimos requerimientos de salud para una vida digna.
Muchos hombres y mujeres en este país, en nombre de su fe en Jesucristo, consagran su tiempo y sus energías para acompañar, médica, psicológica y espiritualmente, a quienes sufren enfermedades degenerativas, crónicas o incurables, los ancianos, los niños y las personas con discapacidad. Es por todos ellos que levantamos la voz, porque ninguna vida vale menos que otra.
La Constitución y la ley deben estar al servicio de la salud y de la vida de todos los ecuatorianos, especialmente de las personas que sufren intensamente por causa de enfermedades castróficas, buscando todos los medios posibles para aliviarlas.
El dictamen de la Corte Constitucional ha conmocionado al Ecuador. Nosotros seguiremos anunciando el Evangelio de la Vida con nuestra compasión y nuestra acción.
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