(ZENIT Noticias / Buenos Aires, 19.02.2024).- La canonización de María Antonia de San José, mejor conocida como Mamá Antula, se suma a los cuatro santos argentinos canonizados hasta ahora: san Héctor Valdivielso, canonizado en 1999; san José Gabriel del Rosario Brochero, en 2016; santa Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús March, en 2018; y san Artémides Joaquín Desiderio María Zatti, canonizado en 2022.
María Antonia de Paz y Figueroa nació en Santiago del Estero de una familia acomodada que le dio educación religiosa y espiritual. En 1745 dejó su hogar con 15 años para eludir un matrimonio concertado y se internó en un convento para obtener inmunidad.
Mamá Antula, con era nombrada. entró al servicio de los jesuitas bastante joven como laica consagrada. Fue a Buenos Aires en 1779. No fue bien recibida por su aspecto, la creyeron loca y bruja. Con tres compañeras, se refugió en la parroquia Nuestra Señora de la Piedad. Se dedicó a organizar Ejercicios Espirituales. Logró del Virrey y del obispo permiso para su proyecto, solo para buscar el bien del pueblo.
Tenía 37 años cuando aconteció la primera expulsión de la Compañía de Jesús y escribió en una carta: «Me sentí atormentada y desconsolada. La angustia era por el bien que el Pueblo de Dios perdía con esta ausencia».
La canonización se fundamenta en la curación al santafesino Claudio Perusini quien por su intercesión sanó de forma inexplicable tras un accidente vascular en el cerebro por la obstrucción de las venas que se dictaminó irremediable.
Establecida en Buenos Aires, obtuvo un terreno y construyó una casa de ejercicios en 1795, donde murió, en 1799. El edificio funciona actualmente como lugar de retiros y convento.
Mamá Antula fue beatificada en agosto de 2016 durante una misa multitudinaria en la ciudad norteña de Santiago del Estero. El Vaticano le atribuyó también la curación, en 1904, de una religiosa de las Hijas del Divino Salvador, desahuciada.
El papa Francisco recibió el 8 de febrero a 300 peregrinos argentinos llegados a Roma para la canonización de aquella mujer laica que vestía el hábito de los jesuitas con un pequeño séquito femenino, que llegaba a un pueblo y pedía permiso a las autoridades para organizar los ejercicios. Luego recorría los campos solicitando comida y colocaba carteles escritos en lugares donde se reunían la gente para invitarles a los Ejercicios Espirituales.
“En esta beata encontramos un ejemplo y una inspiración que reaviva «la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha», expresó el Papa Francisco a sus connacionales.
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