Papa Francisco: orientar a alumnos hacia el discernimiento y elección, ampliando así los perímetros de las aulas

Discurso a la Delegación del Instituto de Educación Superior «Merrimack College», de Massachusetts

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(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 10.05.2024).- La Sala Clementina del Palacio Apostólico fue el lugar donde el Papa Francisco recibió en audiencia a una delegación del Merrimack College, una universidad privada y católica, ubicada en North Andover, Massachusetts, Estados Unidos de América. Ofrecemos una traducción al castellano del discurso que dirigió el Papa a los participantes:

***

Saludo al Presidente y a todos vosotros: me alegro de conocerles.

Desde hace casi ochenta años, el Merrimack College trabaja por la formación de los jóvenes, inspirándose en el principio agustiniano de «cultivar el conocimiento para alcanzar la sabiduría», como dice también vuestro lema elegido: «per scientiam ad sapientiam» (cf. San Agustín, De Trinitate, 13.19.24). Por eso, a la luz de vuestra historia, quisiera reflexionar brevemente con vosotros sobre esta misión y, en particular, sobre dos aspectos interrelacionados: educar a los jóvenes para afrontar los desafíos con el fin de crecer en solidaridad.

Primero: educar para afrontar los retos. Nos hará bien, a este respecto, recordar las circunstancias en las que ustedes iniciaron su labor educativa, fundada por los Padres Agustinos en 1947 en favor de los soldados que regresaban de la Segunda Guerra Mundial. Evidentemente, a estos jóvenes, veteranos de experiencias traumáticas, testigos de los horrores de la guerra, no les bastaba con ofrecerles caminos académicos: era necesario darles sentido, esperanza y confianza en el futuro, enriqueciendo sus mentes, sí, pero también reavivando sus corazones y devolviendo la luz a sus vidas; en otras palabras, era necesario ofrecerles, a través del estudio y de la comunidad escolar, un camino de renacimiento integral. Me gusta decir: de la mente al corazón y del corazón a las manos. Estos son los tres lenguajes: el lenguaje de la mente, el lenguaje del corazón y el lenguaje de la mano. Que uno piense lo que siente y hace; que uno sienta lo que piensa y hace; que uno haga lo que siente y piensa.

Menciono esto porque también nuestros jóvenes de hoy viven en medio de muchas «criticidades»: a nivel económico-financiero, laboral, político, ambiental y de valores, demográfico y migratorio (cf. Congr. para la Educación Católica, Educar para el humanismo solidario, 2017, 3). Y es importante que también a ellos, en el presente como en el pasado, se les enseñe a afrontar juntos los desafíos, sin dejarse aplastar por ellos, más bien reaccionando para que cada crisis, incluso en el sufrimiento, se transforme en una oportunidad de crecimiento.

Y aquí tocamos el segundo aspecto: crecer en solidaridad. El Papa Benedicto XVI escribió que «no es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor» (Carta encíclica Spe salvi, 26). Se trata, pues, de formar a las nuevas generaciones para que vivan las dificultades como oportunidades, no tanto para lanzarse hacia un futuro lleno de dinero y éxito, sino de amor: para construir juntos un humanismo solidario (cf. Mensaje para el lanzamiento del pacto educativo, 12 de septiembre de 2019). Se trata de enseñarles a identificar y orientar los recursos disponibles, con una planificación creativa, hacia modelos de vida personal y social marcados por la justicia y la misericordia, que hagan «aceptable y digna la existencia de todos y cada uno» (Congr. para la Educación Católica, Educar para un humanismo solidario, 2017, 6).

Por ejemplo, es cierto que la globalización en curso tiene aspectos negativos, como el aislamiento, la marginación y la cultura del descarte; pero, al mismo tiempo, también los tiene positivos, como la posibilidad de amplificar y magnificar la solidaridad y promover la equidad, a través de medios y potencialidades desconocidos para quienes nos precedieron, como hemos visto en los últimos tiempos, durante los desastres climáticos y las guerras. Y es importante, en la labor educativa, orientar a los alumnos hacia esta capacidad de discernimiento y elección, ampliando ideal y prácticamente los perímetros de las aulas, para llegar allí donde «la educación puede generar solidaridad, compartir, comunión» (cf. ibíd., 10).

Queridos amigos, ésta es vuestra responsabilidad, y es grande; como valioso es el trabajo que realizáis. Por eso os doy las gracias y os bendigo de corazón, encomendándoos a la intercesión de la Virgen María y de san Agustín. Y, por favor, no olvidéis rezar por mí. Gracias.

Traducción del original en lengua italiana realizada por el director editorial de ZENIT.

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Redacción Zenit

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