Por eso se ven tantas banderas del «Orgullo» en los actos a favor del aborto y carteles del derecho al aborto en los desfiles del «Orgullo».

Por eso se ven tantas banderas del «Orgullo» en los actos a favor del aborto y carteles del derecho al aborto en los desfiles del «Orgullo». Foto: Revista Anfibia

La extraña alianza entre transexualidad y aborto

Tanto los defensores del aborto como los del movimiento LGBTQ creen, en general, que el sexo debe ser libre, por cualquier motivo, con cualquier persona y sin ninguna consecuencia. Y exigen que esta filosofía sea aceptada por todos. Los dos movimientos van de la mano, no sólo en principio, sino también económicamente. Por eso se ven tantas banderas del «Orgullo» en los actos a favor del aborto y carteles del derecho al aborto en los desfiles del «Orgullo».

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Shawn Carney and Steve Karlen 

(ZENIT Noticias / Christchurch, 15.09.2024).- Cuando se habla de la moda transgénero y del aborto, a menudo menos es más. Pero la alianza entre el movimiento trans y el movimiento pro aborto se ha vuelto tan agresiva que no podemos evitar hablar de ella (por mucho que nos gustaría).

A primera vista, los temas del aborto y LGBTQ parecen no estar relacionados. Las relaciones entre personas del mismo sexo son estériles y no pueden dar lugar a embarazos. Pero el movimiento homosexual se ha insertado activamente en el debate sobre el aborto porque tanto el movimiento trans como el proaborto se basan en una filosofía compartida: la licencia sexual que no acepta limitaciones sexuales por parte de la Iglesia, el Estado o la cultura.

Tanto los defensores del aborto como los del movimiento LGBTQ creen, en general, que el sexo debe ser libre, por cualquier motivo, con cualquier persona y sin ninguna consecuencia. Y exigen que esta filosofía sea aceptada por todos.

Los dos movimientos van de la mano, no sólo en principio, sino también económicamente. Por eso se ven tantas banderas del «Orgullo» en los actos a favor del aborto y carteles del derecho al aborto en los desfiles del «Orgullo». 

Entra el movimiento transgénero.

Los activistas por los derechos de los homosexuales lograron una victoria total en 2015, cuando el Tribunal Supremo obligó a los 50 estados a reconocer legalmente las uniones entre personas del mismo sexo como matrimonios. Pero la revolución nunca termina, solo encuentra una nueva salida para trastornar la sociedad. Así que no es de extrañar que ese mismo año, el extremo TQ (transgénero/«queer») del acrónimo LGBTQ saltara a la fama cuando la leyenda olímpica Bruce Jenner insistió en que es una mujer llamada Caitlyn.

Al igual que la causa homosexual, el movimiento trans se ha aliado con el movimiento proaborto. El aborto parece ser el siguiente, mientras los defensores trans gritan: «¡Los hombres trans son hombres… y a veces necesitan abortar!». Estamos llegando al pico de la locura.

Es muy posible que el péndulo vuelva a la cordura más pronto que tarde, porque la coalición de desviados sexuales que apoya a la industria del aborto es cada vez más inestable.

La industria del aborto ha estado aliada durante mucho tiempo con un movimiento feminista construido sobre la promoción de los intereses de las mujeres. Pero ahora la industria del aborto ha unido fuerzas con un movimiento trans que esencialmente niega que exista tal cosa como una mujer. Una retórica cada vez más extraña revela que la impía trinidad de la industria del aborto, el feminismo radical y LGBTQ está construida sobre un castillo de naipes. Y está al borde del colapso.

Quizá no haya dos movimientos en la historia del mundo que hayan hecho más hincapié en la realidad del sexo biológico que las feministas y los homosexuales.

Durante más de un siglo, las feministas han trabajado por la igualdad en el lugar de trabajo, la igualdad en los deportes y la celebración de las muchas cosas que las mujeres pueden hacer tan bien o mejor que los hombres. Se trata de un planteamiento bienintencionado, aunque a veces se desvíe gravemente hacia la defensa del aborto y otros males.

Pero independientemente de que el movimiento feminista tenga razón o no en un tema determinado, es indiscutiblemente cierto que para las feministas ser mujer importa. La diferencia entre mujeres y hombres importa.

Tu sexo no fue más «asignado al nacer» que los órganos reproductores que tienes. Vaginas y penes no son intercambiables para las feministas. Son absolutamente binarios, y son relevantes para las feministas y para su causa.

Los hombres no pueden quedarse embarazados. Los hombres no soportan las alegrías y los dolores del embarazo, el parto y el alumbramiento. Los hombres no hacen los sacrificios necesarios para amamantar a sus hijos. Las feministas lo saben tan bien como cualquiera, y tradicionalmente han sido las más ruidosas en compartirlo.

También el movimiento homosexual entiende que «sexo biológico» es un término redundante. Por eso el movimiento LGBTQ siempre estuvo destinado a fracturarse.

Por un lado, está el lado «TQ» del acrónimo, que defiende que existe un número infinito de géneros, que los géneros pueden cambiar o que el género no existe. Por otro lado, el lado «LG» del acrónimo se toma tan en serio la realidad del sexo biológico que las personas homosexuales eligen a sus parejas sexuales basándose en la realidad de su sexo biológico.

Los hombres homosexuales quieren tener relaciones sexuales con otros hombres porque son hombres. Las lesbianas quieren tener relaciones sexuales con mujeres porque son mujeres.

A menudo, los homosexuales basan su identidad en su atracción por el mismo sexo. Dedican un mes entero a celebrar su atracción por miembros del mismo sexo. Llevan décadas presionando para que se reconozca legal y socialmente el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Los cristianos y los activistas homosexuales discrepan profundamente sobre la moralidad de las relaciones sexuales entre dos personas del mismo sexo. Pero al menos estamos de acuerdo en qué son esas relaciones y a quién implican.

Los activistas transexuales tiran por la ventana ese entendimiento común, que ha estado vigente durante toda la historia de la humanidad. Algunos insisten en que los homosexuales deben ser mujeres trans heterosexuales. Otros insisten en que las lesbianas son intolerantes si se niegan a salir con mujeres trans (que en realidad son hombres).

El párrafo anterior sería risible si no fuera la filosofía dominante en los medios de comunicación, la política, los negocios, el entretenimiento y el mundo académico. Pero en resumidas cuentas, el movimiento transgénero está abriendo una brecha entre sí mismo y algunos de los otros movimientos progresistas que probablemente consideres sus aliados naturales: los movimientos feminista y homosexual.

No siempre lo admiten públicamente, pero muchas feministas y homosexuales están indignadas por cómo el movimiento trans se ha apropiado de sus causas. Tuvimos una muestra de ello cuando hubo división de opiniones sobre si las mujeres trans (hombres de verdad) podían formar parte de la Marcha de las Mujeres. Este tipo de divisiones demuestran por qué la alianza entre el feminismo y el transgenerismo no es sostenible.

Recuerda estos tres puntos cuando las tonterías transgénero entren en tu discusión sobre el aborto:

Primero, no estás loco. Los hombres no pueden ser mujeres y las mujeres no pueden ser hombres. Hay dos sexos, siempre los ha habido y siempre los habrá. Ninguna medicación o cirugía puede cambiar esta realidad.

Afirmar a quienes sufren disforia de género es participar en una mentira. No podemos participar en la mentira por mucho que griten los defensores de los transexuales. Si te exijo que me llames mujer (o que te dirijas a mí como Frank Sinatra, Rosa Parks o el presidente Ulysses S. Grant), no debes acceder.

En segundo lugar, la idea de que los hombres pueden quedarse embarazados y tener hijos es el mayor insulto a las mujeres de nuestra vida. Y es totalmente nuevo. ¿Te imaginas a Jane Fonda, Whoopi Goldberg, Hillary Clinton o cualquier feminista de hace 20 años diciendo: «Los hombres pueden tener hijos»?

Pero, sorprendentemente, algunas de las mismas feministas que defendieron el aborto argumentando: «Soy una mujer, no un útero», ahora reducen su identidad a su capacidad reproductiva autoidentificándose como «personas que dan a luz».

Está claro que el movimiento feminista ha fracasado si las mujeres ya no pueden reclamar el dominio exclusivo sobre el genio único de concebir, dar a luz, alimentar y nutrir a otro ser humano. Y si los hombres pueden tener bebés, era sólo cuestión de tiempo que nos dijeran que los hombres pueden abortar.

En tercer lugar, las mujeres que abortan -se arrepientan o no- saben que han tomado una decisión seria y difícil. Por la forma en que los partidarios del aborto discuten el tema, uno tendría la impresión de que el aborto es el Trofeo Vince Lombardi de lo que las mujeres pueden lograr en la América post-Roe. Los partidarios del aborto más acérrimos y ruidosos lo han convertido en un sacramento.

En este nuevo mundo feliz, la esencia de la feminidad es el acceso, la voluntad y la capacidad de abortar. El aborto es visto como el pináculo de la experiencia femenina, social, política y moralmente. Sólo hay un problema: las mujeres de verdad no están de acuerdo.

Atacar a las mujeres en nombre de los derechos de la mujer no es algo nuevo. Y no es algo que debamos temer en la conversación.

Pero el intento transgénero de aniquilar a las mujeres es sólo una prueba más de que el bando provida es el bando de la ciencia, la razón, la naturaleza, la compasión, las alternativas médicas y, por supuesto, las mujeres.

Nota del editor: Este es un extracto adaptado del libro «What to Say When 2: Your Proven Guide in the New Abortion Landscape-How to Discuss, Clarify, and Question Abortion in a Hostile Culture» (Kolbe & Anthony, 10 de septiembre). Traducción del original en lengua inglesa realizada por ZENIT.

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Redacción Zenit

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