Stefano Fontana
(ZENIT Noticias – La Bussola Quotidiana / Roma, 18.02.2025).- ¿Qué tendría que decir la Doctrina Social de la Iglesia sobre el discurso del Vicepresidente estadounidense James David Vance en Munich el pasado viernes 14 de febrero? Ese discurso está destinado a ser recordado durante mucho tiempo, tanto por las cosas que se dijeron como por las que deberían decirse para completar el argumento.
Será recordado durante mucho tiempo no sólo por su impacto en las cuestiones políticas, económicas y militares actuales, sino sobre todo por su intento de hacer una propuesta global que vaya a la raíz de las razones de la coexistencia política. En el centro del discurso estaba la constatación de que el enemigo no está fuera, sino dentro, tanto de Europa como de América, y que consiste en un retroceso de los propios valores fundacionales. Una enfermedad del alma, un agotamiento de la propia fuerza moral y espiritual.
El lector del discurso puede haber pensado que esta crítica de Vance iba dirigida únicamente a Europa. En cambio, se dirigía también a América, pero con la diferencia de que allí se ha despertado mientras que Europa vive aún en el sueño profundo del artificio que desprecia la realidad. Por ejemplo: en Europa se aplica una forzada pedagogía de masas para educar al hombre europeo, pero para ello utilizan técnicas desarrolladas en Estados Unidos, donde la educación de las masas tiene una larga historia científica y práctica.
Sin embargo, los estadounidenses han empezado a cambiar de rumbo y la nueva administración, por ejemplo, ha suprimido la USAID, que financiaba formas ideológicas y forzadas de educación cívica subversivas para el sentido común. Vance habla, pues, tanto de una ideología europeísta como de una americanista. Denuncia sobre todo la primera, pero sólo porque había hablado largo y tendido de la segunda en la campaña electoral y porque es el representante de un gobierno salido de ella. Sus palabras dirigidas a Europa, tan duras, su parresía que no concedió mucho al bon ton político a pesar de encontrarse en un contexto diplomático, derivan de la conciencia de que representa a una América que ha salido o está saliendo de un sistema pseudototalitario en el que los europeos siguen enredados.
Visto desde el punto de vista de la Doctrina Social de la Iglesia, este «retorno a la realidad» en defensa de una auténtica libertad que nunca empieza por sí misma, sino que se nutre de la realidad y del «sentido común», debe valorarse positivamente. Juan Pablo II, a quien Vance cita por otra parte al final de su discurso, había escrito en Evangelium vitae que «el valor de la democracia se sostiene o decae con los valores que encarna y promueve». Desgraciadamente, la Iglesia en Europa, como se ha demostrado recientemente en un Informe dedicado a ella, no ha tratado de liberar al pueblo de la ideología europeísta, ha secundado todas las políticas que luego se han revelado infructuosas y ha renunciado a su propio papel de educar en la verdad a la luz de la razón y de la fe. Puede decirse entonces que el discurso de Vance contiene también implícitamente un reproche a la actitud de la Iglesia católica, que se ha convertido en «capellanía» del curso político imperante. Pero si uno se refiere a la Doctrina Social de la Iglesia y no a su praxis, el juicio sobre estos aspectos del discurso no puede ser sino positivo.
Hay una parte del discurso de Vance en la que alude a algunas perspectivas interesantes. Cuando entra en el tema de la crisis de la democracia en Europa, dice que la verdadera democracia es la que escucha al pueblo, la que no engulle voces, opiniones, conciencias (las referencias a las restricciones del aborto en Inglaterra y Escocia fueron muy elocuentes), la que se basa en el principio de que el pueblo importa, la que acepta la voluntad del pueblo, aunque no esté de acuerdo con ella, la que busca un verdadero mandato democrático para tomar las duras decisiones necesarias.
Esto no ha sucedido y no está sucediendo en Europa, como demuestran los diversos casos que menciona. Al decir esto, parece entender al pueblo no como una colección inconexa de individuos según la visión del individualismo liberal, sino como un organismo portador de un «sentimiento común» que no se origina con él, sino que le precede. Esto es lo que adorna Vance, una dimensión a la que parece aludir en referencia a ese «sentido común» también evocado por Trump en su discurso de investidura. La «democracia», parece decir, «no debe consistir, so pena de su propio suicidio, en la lucha de la mayoría contra ese sentido común que el pueblo conserva en su interior». Sin embargo, se trata de indicios y referencias que, si se desarrollaran, encontrarían el pleno consenso de la Doctrina Social de la Iglesia.
Y por último llegamos a lo que Vance no dijo porque se detuvo antes, pero que la Doctrina Social tiene muy presente. ¿En qué se fundamenta en última instancia la democracia? Decir que se funda en el mandato popular, incluso con las prometedoras alusiones a la naturaleza del pueblo de las que acabo de hablar, es insuficiente. Llamar a Europa a no domesticar el mandato popular o incluso a negarlo, como en el caso que citó de la anulación de las elecciones en Rumanía, no es suficiente, porque así se puede fundar una «soberanía» del pueblo que es igualmente potencialmente totalitaria. Aquí es donde intervendría la Doctrina Social de la Iglesia para pedir a Vance que siga por el camino de ese «sentimiento común» al que aludía, para llegar a la concepción de ese orden social y finalista que da a la democracia los valores que defender. Las mayorías no crean los valores, los respetan y los defienden.
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.
Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de este enlace.