(ZENIT Noticias / Roma, 02.03.2025).- El 27 de febrero se hizo pública una carta de respuesta que el Papa Francisco contestó a una madre que perdió a su hijo. «Ni siquiera hay palabras para dar un nombre a una madre o a un padre que pierde a un hijo. La mujer que pierde a su marido es viuda. El marido que pierde a su mujer es viudo. El hijo que pierde a uno de sus padres es huérfano. Pero para un padre que pierde a un hijo no hay palabra». El Papa Francisco escribe esto desde las páginas de «Piazza San Pietro», una revista mensual que explora temas de fe, espiritualidad y vida cotidiana, respondiendo -como cada mes- a una de las cartas que le dirigen. En este caso se trata de la de una mujer que ha experimentado el mayor de los dolores: ver morir a su propio hijo.
La tragedia de Cintia, una madre romana que perdió a su hijo de 21 años en un accidente de tráfico, conmovió al Santo Padre. «Jesús, que llora con nosotros, sembrará en nuestros corazones todas las respuestas que buscamos» es el mensaje del Papa -elaborado en los días previos a su hospitalización- que citando a San Juan Pablo II escribe: «No hay mal del que Dios no sepa sacar un bien mayor”».
La carta dirigida al Papa la ofrecemos a continuación y después la respuesta del Papa
CARTA AL PAPA FRANCISCO
Querido Papa Francisco
Soy Cintia la madre de Fabrizio, un chico de sólo 21 años, bueno, generoso y altruista, que en la noche entre el 4 y el 5 de octubre de 2019, salió a pasar una velada con amigos, pero que nunca regresó a casa porque el coche en el que estaba sentado en la parte trasera, conducido por un joven de su edad con carnet de conducir nuevo, volcó varias veces por no respetar las normas de circulación, y Fabrizio se llevó la peor parte, salvando con su cuerpo a la chica que se sentaba a su lado, pero dejando a toda nuestra familia sumida en el dolor más atroz.
Tras la tragedia, mi marido y yo nos hundimos en la oscuridad, sentimos odio, rabia, pena y perdimos la fe. Luego, el 8 de diciembre de 2019, gracias a la Virgen María, volví a la fe y empecé a rezar de nuevo; mi marido, en cambio, no podía. Nos dimos cuenta de que teníamos que hacer algo para recuperarnos y dar sentido a aquella desgracia. Nos hicimos voluntarios de la Cruz Roja. Para ayudar a los que sufren y necesitan ayuda, fundamos una asociación sin ánimo de lucro, «Juntos por Fabrizio APS», con el objetivo de promover una cultura que favorezca la vida y los valores asociados a ella, en particular trabajando por la prevención y la seguridad vial en las escuelas y en todos los lugares de agregación.
Papa Francisco, gracias por sus palabras del pasado 31 de octubre dirigidas a los padres que han perdido un hijo, y precisamente por esto quisiera preguntarle ¿por qué el Señor no salvó a Fabrizio regalándonos este gran dolor que siempre está presente en nuestros corazones? ¿Y dónde está Fabrizio? ¿Está en el cielo? ¿Se ha convertido en nuestro ángel de la guarda? Sólo Usted Santo Padre puede responder a estas preguntas que me afligen diariamente.
Muchas gracias y rezo por usted todos los días.
Cintia desde Roma
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RESPUESTA DEL PAPA FRANCISCO
Querida Cintia,
Tu oración nace del dolor más atroz y antinatural: la pérdida de tu hijo Fabrizio. Hace poco dije, como recordarás, que no hay palabras, ni siquiera palabras de consuelo incluso con la mejor intención.
Incluso estas palabras pueden acabar amplificando la herida. Sabed que estoy con vosotros, y ojalá pudiera consolaros como Jesús consoló a los afligidos y alentó la esperanza.
Ni siquiera hay palabras para nombrar a la madre o al padre que pierde a un hijo. La mujer que pierde a su marido es viuda. El marido que pierde a su mujer es viudo. El hijo que pierde a uno de sus padres es huérfano. Pero para un padre que pierde a un hijo no hay palabra.
La respuesta a tus preguntas parte de una premisa. Pide siempre la intercesión de María, que tanto te ha ayudado y que siempre estará cerca de ti y de tu marido Antonio. Y me gustaría que hiciéramos nuestras las palabras de la oración de Don Tonino Bello «Virgen de la espera»:
Santa María, mujer de la espera, consuela el dolor de las madres por sus hijos que, habiendo salido un día de casa, nunca han vuelto […]. La espera es siempre signo de esperanza. Haznos, pues, ministros de la espera. Y que el Señor que viene, virgen del Adviento, nos sorprenda, también por tu materna complicidad, con la lámpara en la mano.
No podemos tener todas las respuestas ante el misterio del sufrimiento inocente. También hoy María participa y comparte tu dolor como Madre de la humanidad, Madre de todos nosotros. Una madre cercana, que permanece en silencio y acompaña cada corazón roto.
Me ayudan también unas palabras de san Juan Pablo II: «No hay mal del que Dios no sepa sacar un bien mayor». Y esto debe darnos esperanza, queridos Cintia y Antonio. En la oración, en la gracia que Dios nos regala cada día sin medida, en el progreso de nuestro camino de fe, en nuestra vida sacramental, abramos sinceramente nuestro corazón. Jesús, que llora con nosotros, sembrará en nuestros corazones todas las respuestas que buscamos.
El encuentro con Él es el Amor que salva, el Amor más grande que todo mal.
Francisco
Traducción del original en lengua italiana realizado por el director editorial de ZENIT.
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