(ZENIT Noticias / Berlín, 30.10.2025).- En un país que en su día fue considerado la cuna de la Reforma y de la teología católica moderna, el vínculo de Alemania con sus iglesias parece estar desvaneciéndose a una velocidad alarmante. Una nueva encuesta nacional realizada por el Instituto Mentefactum para el Grupo de Investigación de la Cosmovisión en Alemania (Fowid) ofrece una perspectiva preocupante: la Iglesia institucional —tanto protestante como católica— no solo está perdiendo fieles, sino también sentido en la vida cotidiana de sus propios fieles.
Según el estudio, que encuestó a cerca de 1.000 miembros de iglesias y se presentó este mes en Berlín, solo el 39% de los cristianos practicantes en Alemania afirma que volvería a pertenecer a su iglesia si la decisión dependiera de ellos en su vida adulta. Hace dos décadas, en 2005, esa cifra se situaba en el 62%. El descenso no es solo estadístico: marca un cambio generacional y cultural que pone en entredicho siglos de tradición religiosa.
Quizás aún más revelador sea el descenso en el número de personas que hoy en día se harían miembros de una iglesia sin dudarlo. En 2005, más de un tercio (el 36 %) respondió afirmativamente. En 2025, esa cifra se ha reducido a tan solo el 16 %. Los datos sugieren no solo desafección, sino también un distanciamiento creciente: más de la mitad de los encuestados afirma ahora que probablemente o definitivamente no volvería a la Iglesia.
Las causas de esta erosión son complejas, pero un tema resalta con claridad: muchos alemanes aún valoran la misión social de la Iglesia, incluso si han perdido la confianza en su presencia institucional. Programas como Cáritas (católica) y Diakonie (protestante) siguen siendo el pilar moral de la credibilidad pública de la Iglesia. La encuesta reveló que una amplia mayoría de los feligreses consideraría abandonarla si se recortaran o se les retirara la financiación a estas iniciativas de ayuda social. En otras palabras, la relevancia de la Iglesia ahora reside más en su capacidad para servir a los pobres y vulnerables que en su capacidad para inspirar la fe.
El sociólogo Carsten Frerk, quien dirige el equipo de investigación de Fowid, califica este momento como «un punto de inflexión histórico». Por primera vez en siglos, señala, pertenecer a una iglesia ya no es la norma social en Alemania. Menos de la mitad de la población del país se identifica como católica o protestante, y la tendencia no muestra indicios de revertirse. «Estamos presenciando no solo un declive estadístico», explica Frerk, «sino una redefinición de lo que significa ser alemán en una sociedad poscristiana».
El debilitamiento del vínculo es visible en todas las denominaciones, aunque los católicos aún muestran un apego ligeramente mayor que los protestantes: el 41 % de los católicos afirma que volvería a la Iglesia, en comparación con el 36 % de los miembros de la Iglesia Evangélica en Alemania (EKD). Pero la brecha entre géneros revela otra dimensión de la transformación. En 2005, dos tercios de las mujeres y más de la mitad de los hombres afirmaron que optarían por permanecer en su iglesia. Para 2025, esas cifras han caído drásticamente: al 36 % de las mujeres y al 43 % de los hombres.
Para muchos alemanes, la cuestión de la pertenencia a una iglesia no comienza con la fe, sino con el bautismo. El bautismo infantil sigue siendo la norma tanto en las comunidades protestantes como en las católicas, y a menudo se realiza durante los primeros meses de vida. Sin embargo, a medida que la afiliación religiosa se vuelve cada vez más cultural que espiritual, el sacramento corre el riesgo de convertirse en una formalidad social en lugar de una señal de fe para toda la vida.
Las implicaciones culturales más amplias son profundas. La Iglesia en Alemania, que en su día fue una de las instituciones religiosas más ricas e influyentes de Europa gracias al impuesto eclesiástico recaudado por el Estado, se encuentra ahora inmersa en una crisis de identidad. A medida que su legitimidad financiera y moral disminuye, su futuro puede depender de su capacidad para reinventarse como una comunidad con propósito, en lugar de una reliquia burocrática del pasado.
No obstante, subsiste una paradoja en el corazón de esta transformación. Aun cuando la creencia tradicional declina, los valores históricamente cultivados por el cristianismo —caridad, solidaridad, compasión— siguen inspirando un profundo respeto. Puede que los alemanes estén dejando de asistir a misa, pero muchos aún conservan fragmentos del legado ético del Evangelio en su visión de la justicia social.
Queda por ver si la Iglesia institucional podrá transformar ese capital moral residual en una fe renovada. Por ahora, las cifras revelan un repliegue silencioso pero constante: una sociedad donde la fe ya no define la identidad, donde la puerta de la iglesia permanece entreabierta no para la conversión, sino para el servicio.
En la tierra de Lutero y Benedicto XVI, la religión no ha muerto, pero sin duda está cambiando.
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