(ZENIT Noticias / Madrid, 21.11.2025).- Durante décadas, Las Chumberas fue el tipo de barrio que rara vez aparecía en revistas de arquitectura o guías de viaje internacionales. Un rincón tranquilo de San Cristóbal de La Laguna, enclavado en el terreno volcánico de Tenerife, era más conocido por sus bloques de viviendas antiguos que por cualquier atisbo de ambición arquitectónica. Sin embargo, el foco mundial se ha centrado inesperadamente en este modesto distrito, gracias a un edificio que parece desafiar tanto su entorno como las expectativas de lo que puede ser una iglesia parroquial.
La Iglesia y Centro Comunitario del Santísimo Redentor, un proyecto concebido por el arquitecto canario Fernando Menis, ha sido nombrada Edificio Mundial 2025 en el Festival Mundial de Arquitectura, un galardón que incluso los arquitectos más experimentados consideran un momento cumbre. El anuncio ha causado gran revuelo tanto en el mundo de la arquitectura como en el público en general, en parte porque la estructura no se parece en nada a la imagen convencional de una iglesia. Desde lejos, se asemeja a un conjunto de rocas volcánicas fracturadas, como si un fragmento de la antigua geología de Tenerife hubiera emergido del pavimento.

El parecido es intencional. Menis diseñó el complejo como si el paisaje de la isla emergiera para reclamar una zona urbana largamente abandonada. Los cuatro volúmenes monumentales, esculpidos en hormigón en bruto, parecen haberse separado naturalmente, creando estrechas fisuras por donde la luz inunda el interior. Lo que podría haber sido una imponente masa gris se transforma en una especie de caverna luminosa. Quienes entran suelen hablar menos de teoría arquitectónica y más de una transformación emocional: la sensación de dejar atrás el denso mundo urbano y adentrarse en un espacio que se siente a la vez crudo y contemplativo.
Esta sorprendente serenidad es el resultado de una historia que se desarrolló a lo largo de casi dos décadas. A diferencia del desfile habitual de proyectos cívicos bien financiados, esta iglesia creció lentamente, casi orgánicamente, gracias a las donaciones de feligreses y vecinos. El centro social se terminó primero en 2008, convirtiéndose en un punto de encuentro para las familias locales. La iglesia principal se inauguró en 2022, y la plaza circundante —ahora una plaza pública inesperadamente animada— se finalizó el año pasado. El resultado es un lugar donde la liturgia, las reuniones comunitarias y las conversaciones cotidianas coexisten con naturalidad, reflejando una visión que trasciende los límites entre la vida sagrada y la cívica.

Si bien el jurado de los premios elogió el poder escultórico del edificio, los visitantes suelen encontrar el interior aún más cautivador. La luz se filtra entre las masas de hormigón a través de aberturas angulares, trazando líneas cambiantes que se transforman a lo largo del día. El efecto no es ni teatral ni frío. En cambio, se siente instintivo, como la luz del sol filtrándose por las grietas de una cueva. Sobre este telón de fondo, la cruz del altar se convierte en un punto focal: una fractura vertical por la que inunda el espacio la luz del día, un gesto que Menis desarrolló tras profundizar en textos teológicos y el simbolismo litúrgico de la luz. Para muchos, este movimiento de la sombra al resplandor evoca la transición espiritual de la muerte a la vida, expresada no en el lenguaje de la doctrina, sino en el del espacio y la piedra.
El sitio web de la parroquia describe esta tensión entre el hormigón y la luminosidad como un eco de la lucha que reside en el corazón de la experiencia humana. Sin embargo, la innovación no reside únicamente en el simbolismo. El ingenio de Menis, basado en la simplicidad —que utiliza áridos volcánicos locales, estrategias de refrigeración pasiva y soluciones acústicas integradas en los muros texturizados—, permite que el edificio funcione de forma sostenible en un clima cálido sin depender de sistemas de alto consumo energético. El mismo hormigón robusto que define el exterior también proporciona una acústica excepcional en el interior, lo que hace que la iglesia sea idónea tanto para celebraciones litúrgicas como para conciertos comunitarios.
El reconocimiento internacional, no obstante, tiene una importancia que trasciende la estética. Las Chumberas, un barrio históricamente marcado por el declive urbano, ha encontrado en este proyecto un catalizador para la renovación. La plaza se ha convertido en un punto de encuentro cotidiano. La iglesia y el centro social albergan desde catequesis hasta iniciativas cívicas. Los residentes hablan de un renovado sentido de pertenencia, un cambio que, admiten, les habría parecido una utopía hace veinte años.

El Festival Mundial de Arquitectura de este año destacó diseños audaces de todo el mundo, desde el visionario aeropuerto futurista de Gelephu en Bután hasta el intrincado interior de la Capilla Fractal en Graz. Pero fue el modesto complejo parroquial de Tenerife el que se alzó con el máximo galardón. Quizás porque, en una era de formas experimentales y fachadas de alta tecnología, este edificio recuerda al mundo que la arquitectura aún puede transformar lugares mediante la humildad, la presencia y una profunda comprensión del terreno.
En el corazón de Las Chumberas, un conjunto de «rocas» de hormigón ostenta ahora el prestigio de un título internacional. Sin embargo, el éxito del edificio se mide menos en trofeos que en la vida cotidiana que se desarrolla a su alrededor: niños cruzando la plaza, ancianos descansando a la sombra, feligreses entrando en un espacio donde la antigua geología de la isla parece encontrarse con el anhelo humano de luz.
Y en esa silenciosa convergencia, el mundo ha redescubierto algo excepcional: una iglesia que respira con su barrio, y un barrio que, por fin, se reconoce reflejado en la piedra.
Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de este enlace.
Ver esta publicación en Instagram
