(ZENIT Noticias / Roma, 23.11.2025).- Durante más de treinta años, una corriente constante, en gran parte desapercibida, ha estado fluyendo bajo la superficie del cristianismo británico. No ha acaparado los titulares que antes generaban las disputas doctrinales, ni ha provocado el drama que suelen generar las controversias eclesiásticas. Sin embargo, su efecto acumulativo es significativo: desde 1992, los exclérigos anglicanos han representado un tercio de todos los que ingresaron al ministerio sacerdotal católico en Inglaterra y Gales.
Un nuevo estudio, elaborado por la Sociedad de San Bernabé en colaboración con investigadores del Centro Benedicto XVI de la Universidad de Santa María en Twickenham, arroja luz sobre el fenómeno. Lejos de ser una nota a pie de página histórica, la llegada de estos clérigos se ha convertido en un patrón recurrente e influyente en la vida de la Iglesia católica en Gran Bretaña.
La historia comienza en 1992, cuando el Sínodo General de la Iglesia de Inglaterra aprobó la ordenación de mujeres. Esa votación no desencadenó de inmediato una migración masiva, pero sí abrió un largo y complejo capítulo en el que cuestiones de identidad, tradición y conciencia comenzaron a pesar considerablemente sobre muchos sacerdotes anglicanos. El informe describe cómo su número aumentó en momentos clave: más de 150 ingresaron a la Iglesia Católica en 1994, y otra ola le siguió en 2011 con la creación del Ordinariato Personal de Nuestra Señora de Walsingham, que permitió a los antiguos anglicanos mantener elementos litúrgicos y pastorales familiares dentro de la unidad católica.
A pesar de estos picos, los investigadores señalan que, en un año promedio, el movimiento no se mide en multitudes; por lo general, se reciben hasta once clérigos anglicanos y se ordena aproximadamente la misma cantidad. Aun así, la aritmética a largo plazo es sorprendente. Los autores estiman que alrededor de 700 clérigos, religiosos e incluso obispos anglicanos de Inglaterra, Gales y Escocia se han unido a la Iglesia Católica desde 1992. Dieciséis ex obispos anglicanos se encuentran entre ellos, y el más reciente, Richard Pain, se incorporó a la Iglesia en 2023.
Sin embargo, las cifras solo cuentan una parte de la historia. Las entrevistas realizadas para el estudio revelan un panorama marcado por el discernimiento, la tensión interna y el coste personal. Muchos describieron un período de «inquietud eclesial», una sensación de encontrarse en una encrucijada intelectual y espiritual mucho antes de dar cualquier paso hacia adelante. Para los clérigos casados, las ansiedades a menudo se extendían al ámbito práctico: abandonar la única profesión para la que se formaron, sin garantías de empleo futuro y con la posibilidad real de amistades rotas, matrimonios tensos o la pérdida de las redes comunitarias construidas a lo largo de toda una vida.
La formación planteó sus propios desafíos. Varios ex anglicanos sintieron que sus años de estudio teológico y servicio pastoral no siempre fueron plenamente reconocidos, y que las expectativas entre las diócesis variaban considerablemente. Además, los candidatos casados se enfrentaban al escrutinio adicional del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, ya que su ordenación requería la aprobación explícita de Roma. El Ordinariato, en cambio, ofrecía lo que muchos describieron como un camino más predecible y consistente.
El cardenal Vincent Nichols, director de la Sociedad de San Bernabé, escribe en el prólogo del informe que estos caminos no deben malinterpretarse como un abandono de la herencia anglicana. En cambio, los presenta como un movimiento hacia la «plena comunión visible» dentro del catolicismo: una continuación, y no un repudio, de las tradiciones espirituales que los moldearon.
Paul Martin, director de la Sociedad y exsacerdote anglicano que recibió la ordenación en 1994, va más allá: sin la ayuda financiera y pastoral de la Sociedad, argumenta, muchos no habrían podido dar el paso. Los sacrificios requeridos fueron demasiado grandes y los riesgos prácticos demasiado elevados para que los clérigos con familias los afrontasen solos.
El estudio también cuestiona varias suposiciones generalizadas. Stephen Bullivant, uno de sus autores, señala la persistente caricatura de que todos los exclérigos anglicanos que cruzan el umbral son tradicionalistas de la alta iglesia motivados por la hostilidad a la ordenación femenina. Los datos y las entrevistas, afirma, presentan un panorama mucho más diverso. Muchos hablaron abiertamente y con aprecio de su formación anglicana, e incluso aquellos que experimentaron un profundo conflicto no redujeron sus decisiones a un solo tema.
Bullivant también observa que las sensibilidades ecuménicas han desalentado durante mucho tiempo el debate público sobre estas tendencias. Esa reticencia, por bienintencionada que fuera, ha tenido consecuencias: algunas familias sintieron que sus difíciles decisiones se habían pasado por alto, o que el coste personal de tales transiciones se había absorbido discretamente en la cautela institucional. Incluso las referencias a la canonización de Newman, según algunos, parecían, en ocasiones, minimizar la disrupción y el sacrificio que puede conllevar la conversión.
El informe concluye reconociendo una paradoja. Mientras que la Iglesia católica en Inglaterra y Gales recibe solo un pequeño número de nuevos candidatos al sacerdocio cada año (dieciséis comenzaron su formación en 2023), el anglicanismo continúa ordenando a cientos anualmente. Ambas tradiciones tienen visiones fundamentalmente diferentes del sacerdocio, y el ministerio católico, como señala Bullivant, exige un estilo de vida caracterizado por una disponibilidad radical: los sacerdotes van adonde los envía su obispo, el celibato sigue siendo normativo y los márgenes de decisión personal son estrechos.
Pero el movimiento no es unidireccional. Algunos exanglicanos que se convirtieron en sacerdotes católicos posteriormente reingresaron al ministerio anglicano. Otros abandonaron la vida sacerdotal por completo, a menudo vinculados de alguna manera con el matrimonio o las circunstancias familiares. El informe trata estos viajes inversos no como anomalías, sino como recordatorios de la complejidad humana que se esconde tras las estadísticas eclesiásticas.
Lo que emerge, en última instancia, es un panorama moldeado no por rupturas dramáticas, sino por decisiones silenciosas y firmes tomadas a lo largo de muchos años: decisiones a la vez teológicas, personales y profundamente costosas. Tres décadas después, estos antiguos anglicanos se han convertido en una presencia duradera, aunque discreta, dentro del catolicismo británico. Y mientras las cuestiones de identidad, autoridad y conciencia sigan moldeando ambas tradiciones, parece improbable que desaparezca la lenta corriente que lleva al clero a través del Tíber.
Informe completo en inglés aquí.
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