(ZENIT Noticias / Roma, 04.12.2025).- Marielis Delgado es una joven nacida en Cuba bajo el férreo régimen comunista, en una familia sin ninguna afiliación ni práctica religiosa.
En una entrevista concedida a Miguel Ángel Idrogo, un youtuber católico dedicado a difundir historias de conversión, Marielis contó que en su casa nunca le hablaron de Dios ni de Jesús, ni de nada relacionado con la fe, y mucho menos en la escuela. Sin embargo, recuerda que, cuando se sentía sola o triste, sin saber por qué, levantaba la mirada al cielo y experimentaba la sensación de que había algo más allá de lo visible que la cuidaba.
Creció de la misma manera: sin convicciones religiosas, pero con el deseo sincero de ser una buena persona. Ese deseo la llevó a estudiar medicina para ayudar a los demás y tener una vida mejor. No obstante, cuando se graduó en 2019 y empezó a trabajar, la pandemia de Covid golpeó al mundo y ella comenzó a atravesar una situación muy difícil.
A esto se sumaron los problemas del país, lo que agravó su estado de ánimo. Estaba profundamente triste por las condiciones en Cuba y decidió salir para buscar mejores oportunidades en Estados Unidos. Lo hizo a escondidas, pues el gobierno impide que las personas abandonen libremente la isla. Marielis dice que al cruzar la frontera sintió como si saliera de una cárcel y por fin fuera libre.
Su travesía la llevó por varios países —Nicaragua, Guatemala y México— hasta llegar a Estados Unidos. En Nicaragua empezaron las dificultades: la persona que debía recogerla no apareció, y tuvo que pasar la noche sola en el aeropuerto. Aun así, cuenta que se sentía protegida, sin miedo.
Durante el camino escuchó por primera vez hablar de “El Señor”. Un hombre se acercó a ella y a otras cuatro personas para contarles cómo el Señor había transformado su vida, alejándolo de malos pasos y devolviéndolo al buen camino. Marielis pensó que quizá ese era el Señor que la había estado cuidando desde siempre y, desde entonces, empezó a darle gracias por su protección.
Al llegar a Estados Unidos fue recibida por una amiga de su hermana, pero luego vivió con varias familias cristianas y católicas que la acogieron. Con ellas pudo conocer más sobre la Biblia y el cristianismo, algo completamente nuevo para ella. Se sintió fascinada y comenzó a estudiar las Escrituras con dedicación.
Gracias al apoyo de esas familias volvió a estudiar medicina para revalidar su título y poder ejercer. Mientras lo hacía, un amigo cristiano que también investigaba sobre los primeros siglos del cristianismo le planteó una duda: ¿no es extraño que existan tantas denominaciones cristianas si el Espíritu de Dios es uno, como dice la Biblia? Ambos decidieron buscar la verdad revisando los documentos de los primeros cristianos para descubrir cómo vivían y cómo entendían la fe. Cuando una mujer de su comunidad protestante les advirtió: “tengan cuidado de no salirse de la Biblia”, a ellos les sorprendió, pues pensaban que si la Biblia es verdad, nada verdadero podría contradecirla.
Descubrieron entonces varias cosas que los impactaron: que incluso Pedro decía que los escritos de Pablo eran difíciles de interpretar; que la celebración de la misa en las primeras comunidades se parecía mucho a la liturgia católica actual; y que durante más de mil quinientos años la creencia en la presencia real de Jesús en la Eucaristía había sido indiscutida. Marielis se preguntaba cómo era posible que la Iglesia fundada por Jesús hubiera estado equivocada durante tanto tiempo si Él mismo la guiaba.
En paralelo, Marielis conoció en su trabajo a una mujer cuya forma de ser la impresionó profundamente. Dice que parecía tener algo que ella no sabía definir, pero que deseaba. Su humildad, sencillez y bondad la atraían, y al descubrir que era católica —luego de haberla cuestionado inicialmente— comprendió que no todos los católicos eran como los que ella había conocido antes o como se los habían presentado en la comunidad a la que asistía.
Entonces comenzó a investigar qué enseñaba la Iglesia sobre temas que suelen generar conflicto con las comunidades protestantes: los santos, los sacramentos, las imágenes, el papel de María, entre otros. Finalmente decidió hablar con la familia protestante con la que vivía para contarles que estaba descubriendo cosas que la llevaban a creer que la Iglesia católica era la fundada por Jesús. Ellos le respondieron que orarían para que Dios la guiara de nuevo y la preservara de caer en la perdición.
Mientras tanto, su novio —que había sido su compañero en la búsqueda de la verdad— le dijo: “Mary, vamos a visitar la Iglesia católica, a ver qué encontramos allí”. Ella recuerda que llevó una Biblia bajo el brazo como si fuera su escudo y que le sorprendió que nadie más la llevara. Pensó: “Nadie trae Biblia a la Iglesia; por eso no saben nada…”. Sin embargo, al ver la reverencia de la gente ante Cristo, quedó impresionada. Le llamó la atención cómo todos se arrodillaban, y durante la misa notó que toda la adoración estaba dirigida a Dios, lo que contradecía la idea de idolatría que ella tenía. En medio de la celebración escuchó al sacerdote decir: “Benditos los que sean parte de este sacrificio”, y pensó: “Yo quiero ser parte de este sacrificio”. “Ese día el corazón se me rompió —dice—; hay orgullo, y Dios no trabaja en un corazón orgulloso”.
Después de esto lo compartió con la familia que la había acogido. Ella dice que eran casi como unos padres para ella, por el cariño y el cuidado que le habían dado, pero cuando les dijo que, tras conocer más la Iglesia católica, estaba convencida de que allí estaba la verdad y Dios la llamaba, le respondieron que, si esa era su decisión, no podía seguir viviendo con ellos. Así que al día siguiente —porque ya era de noche— dejó la casa. Encontró rápidamente un departamento que pudo alquilar con facilidad y a un precio muy bajo para comenzar a vivir allí.
Desde entonces continuó profundizando en su fe. Empezó a asistir a la Iglesia los jueves y domingos. Se casó con su prometido y afirma: “La Iglesia católica ha cambiado mi vida. Yo entendí que mi identidad no está en mi título de medicina, ni en si soy linda o fea, si soy cubana o americana; mi identidad está en Cristo. Me casé y estoy abierta a la vida. Sé que la santidad es posible. Quiero vivir bajo la gracia del Señor, si Dios tiene misericordia y me ayuda”.
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