(ZENIT Noticias / Roma, 14.12.2025).- La alta costura rara vez dirige su mirada al Palacio Apostólico, pero en 2025 el mundo de la alta costura y el ritual católico convergieron brevemente. La edición estadounidense de Vogue incluyó al Papa León XIV en su lista de las figuras mejor vestidas del año, situando al Obispo de Roma junto a celebridades, artistas y figuras culturales de renombre mundial. La elección no se presentó como una novedad, sino como el reconocimiento de un lenguaje visual que fusiona tradición, simbolismo y visión personal.

Según Vogue, León XIV representa una clara desviación estilística de las preferencias «austeras» de su predecesor, el Papa Francisco. Sin embargo, la revista también señala una paradoja en la imagen del nuevo pontífice: en lugar de reinventar desde cero la vestimenta papal, ha preservado la histórica tradición sastre del Vaticano, manteniendo la continuidad en la artesanía de las vestimentas litúrgicas. Con ello, León XIV se ha posicionado no como un disruptor de la moda, sino como un cuidadoso intérprete de una estética heredada.
En el centro de esta interpretación se encuentra el diseñador italiano Filippo Sorcinelli, fundador y director creativo del taller litúrgico LAVS. Sorcinelli no es un desconocido en el Vaticano, pues ha colaborado con pontífices anteriores, incluido Benedicto XVI. Su trayectoria es excepcionalmente multifacética: más allá de las vestimentas sagradas, compone e interpreta música sacra, fabrica perfumes y se forma como organista. Su trabajo para León XIV ha llamado la atención no por su extravagancia, sino por su riqueza deliberada: texturas de terciopelo, bordados en hilo de oro y proporciones cuidadosamente equilibradas.

Vogue destacó la primera aparición pública del papa tras su elección como la imagen que define la identidad visual de su papado. De pie en la logia central de la Basílica de San Pedro, León XIV lució una muceta de satén rojo y una estola color vino bordada en oro, rematada por una cruz pectoral suspendida de un cordón de seda dorada. Retransmitido por millones de personas, el momento cargó con el peso del ritual y la historia, a la vez que señaló una renovada confianza en el poder expresivo de la vestimenta litúrgica. Para Sorcinelli, estas vestimentas nunca son meramente decorativas. Describe las vestimentas sagradas como parte de una tradición viva, que se renueva continuamente sin romper sus raíces. Algunas piezas se transmiten de papa en papa, acumulando lo que él llama una memoria compartida. Otras son concebidas para un momento único e irrepetible, diseñadas para encarnar un acontecimiento que nunca volverá a ocurrir de la misma manera. En su opinión, cada pontificado deja una huella, y las vestimentas registran silenciosamente esas decisiones espirituales y personales.
Preparar la vestimenta de un papa, explica Sorcinelli, significa asumir el peso de los siglos. Cada puntada entra en lo que él describe como una memoria universal, que vincula pasado, presente y futuro. El Vaticano, en sus palabras, es un lugar donde la piedra parece respirar y la liturgia da forma al tiempo mismo. Trabajar allí es participar en una corriente que fluye a través de las generaciones, exigiendo la belleza no como lujo, sino como responsabilidad.

Su filosofía se forjó desde muy temprano, comenzando con una casulla que hizo para un amigo durante su ordenación. Desde esa primera pieza, Sorcinelli se convenció de que las vestimentas sagradas requieren tanto maestría técnica como conciencia espiritual. Cualquier defecto, insiste, se hace visible de inmediato. La precisión, el respeto por la proporción y un cuidado casi obsesivo por el detalle no son opcionales, porque la tela está destinada a plasmar un acto de fe en forma visible.
La prominencia de Sorcinelli en los círculos eclesiásticos es aún más llamativa dado su perfil personal. Abiertamente gay y visiblemente tatuado, no se ajusta a los estereotipos que a menudo se asocian con los artesanos del Vaticano. Habla con franqueza sobre su sexualidad como parte integral de su identidad y, por extensión, de su creatividad. Si bien reconoce momentos de rigidez y sospecha, sostiene que la belleza ha demostrado ser siempre más fuerte que el prejuicio, permitiendo que su obra hable donde las palabras podrían fallar.

La inclusión del Papa León XIV en el ranking anual de Vogue, junto a figuras como Michelle Obama, Rihanna y Cate Blanchett, refleja más que una simple apreciación por la alta sastrería. Pone de relieve cómo el simbolismo religioso sigue resonando en la cultura contemporánea, incluso en espacios seculares. En el caso de León XIV, las vestimentas se han convertido en una forma de diálogo: entre tradición y modernidad, fe y estética, continuidad y expresión personal.
En un año dominado por el estilo de las celebridades y el espectáculo cultural, la imagen de un Papa con un atuendo litúrgico cuidadosamente elaborado logró destacar. No porque siguiera la moda, sino porque recordó a una audiencia global que, en ciertos contextos, la vestimenta aún lleva consigo el peso de la historia, la creencia y el significado.
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