Sarah Mullally, a solo unas semanas de convertirse formalmente en la primera mujer arzobispo de Canterbury Foto: Reuters

Primera mujer en liderar iglesia anglicana podría dimitir antes de tomar cargo por mala gestión de abusos

En conjunto, los casos en Inglaterra y Norteamérica apuntan a una preocupante continuidad entre las estructuras anglicanas, que difieren teológica y culturalmente, pero que parecen igualmente vulnerables a la falta de rendición de cuentas

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(ZENIT Noticias / Londres, 16.12.2025).- El intento de la Iglesia de Inglaterra de marcar un nuevo comienzo se enfrenta a una prueba temprana e incómoda. Sarah Mullally, a solo unas semanas de convertirse formalmente en la primera mujer arzobispo de Canterbury, se encuentra bajo un nuevo escrutinio por su gestión de una denuncia de abuso durante su mandato como obispa de Londres. El caso ha reabierto interrogantes no solo sobre la responsabilidad individual, sino también sobre si la Comunión Anglicana es capaz de romper con una cultura de fallos procesales que ha socavado repetidamente su autoridad moral.

La acusación se centra en una denuncia presentada en 2020 por un superviviente de abuso clerical, identificado públicamente solo como «N». Según declaraciones del Palacio de Lambeth, la denuncia no se presentó ni se le dio el seguimiento adecuado debido a fallos administrativos y a una suposición errónea sobre los deseos de la denunciante. Las autoridades han reconocido que el asunto debería haberse tramitado en su momento y no lo fue, una admisión que deja el historial de Mullally bajo una luz desfavorable precisamente cuando se prepara para asumir el cargo más alto de la iglesia.

Mullally ha declarado públicamente que la superviviente se sintió «defraudada por los procesos de la Iglesia de Inglaterra», enfatizando que la acusación original contra el sacerdote fue abordada exhaustivamente. Sin embargo, también admitió que una denuncia posterior presentada contra ella personalmente fue mal gestionada. Este reconocimiento no ha contribuido a acallar las críticas, sobre todo dada la naturaleza de la acusación: la denuncia alega que Mullally contactó directamente con el sacerdote acusado tras conocer la denuncia de abuso, lo que constituiría una infracción de los protocolos disciplinarios anglicanos diseñados para proteger a los denunciantes y preservar la integridad de las investigaciones.

El Palacio de Lambeth ha confirmado que el registrador provincial se ha disculpado con los implicados y que se están tomando medidas urgentes para garantizar que la denuncia se examine mediante el proceso canónico correspondiente. Dependiendo del resultado, el asunto podría dar lugar a un procedimiento disciplinario formal, con posibles sanciones que van desde una reprimenda hasta la prohibición permanente del ministerio. Para un líder presentado como símbolo de reforma y renovación, la imagen que se proyecta es profundamente perjudicial.

El momento no podía ser más inoportuno. El nombramiento de Mullally se presentó como una respuesta a la crisis que forzó la renuncia de su predecesor, Justin Welby, tras un devastador informe sobre la gestión de los abusos por parte de la Iglesia de Inglaterra relacionados con John Smyth. Ese caso expuso décadas de silencio, protección institucional y fallos catastróficos en la protección, lo que dejó a la Iglesia luchando por persuadir a las víctimas y al público en general de que se había afianzado un cambio significativo.

Esta última controversia corre el riesgo de reforzar la percepción de que, a pesar de los cambios de liderazgo y retórica, las debilidades estructurales siguen intactas. Los críticos argumentan que el problema ya no se limita a errores aislados, sino que refleja una incapacidad sistémica para priorizar a los sobrevivientes sobre la autoprotección institucional. La admisión de Mullally de que el sistema falló bajo su dirección ha sido interpretada por algunos no como transparencia, sino como la confirmación de ese malestar más profundo.

La crisis no se limita a Inglaterra. Al otro lado del Atlántico, la Iglesia Anglicana en Norteamérica se enfrenta a su propio ajuste de cuentas. El arzobispo Stephen Wood, el líder de mayor rango de la denominación, se enfrenta a un juicio eclesiástico completo después de que una junta de investigación encontrara causa probable para los cargos formales, que incluyen abuso de poder e inmoralidad sexual. Wood ha sido suspendido del ministerio y niega todas las acusaciones.

Los cargos se derivan de denuncias presentadas en octubre y se relacionan con presunta mala conducta antes de su elección como arzobispo. Según The Washington Post, las acusaciones incluyen conducta sexual inapropiada, intimidación del personal y plagio de sermones. Desde entonces, una segunda mujer ha presentado una acusación formal de acoso sexual. Si bien la junta de investigación no publicó los detalles de los cargos, identificó violaciones de los votos de ordenación, conducta que dio lugar a escándalos y abuso de autoridad eclesiástica.

Durante la suspensión de Wood, sus funciones serán asumidas por el obispo Julian Dobbs, mientras que la Diócesis de las Carolinas, donde Wood se desempeña como obispo, estará bajo liderazgo interino. Wood también ha renunciado al cargo de rector de su parroquia en Carolina del Sur. De ser declarado culpable, las posibles sanciones van desde la censura hasta la destitución del ministerio.

En conjunto, los casos en Inglaterra y Norteamérica apuntan a una preocupante continuidad entre las estructuras anglicanas, que difieren teológica y culturalmente, pero que parecen igualmente vulnerables a la falta de rendición de cuentas. La Iglesia Anglicana en Norteamérica fue fundada en 2009 por conservadores que se distanciaron de las provincias más liberales, alegando fidelidad doctrinal y claridad moral. Sin embargo, ahora se encuentra lidiando con acusaciones que reflejan los mismos abusos que una vez citó como evidencia de decadencia en otros lugares.

Para la Comunión Anglicana global, estas crisis paralelas subrayan una dura realidad. Las transiciones de liderazgo, los hitos simbólicos y la renovación institucional ofrecen poca protección si los mecanismos de protección siguen siendo inconsistentes y la confianza sigue siendo frágil. Mientras Mullally se prepara para asumir el cargo en Canterbury y Wood espera el juicio, la pregunta que enfrenta el anglicanismo ya no es si reconoce los fracasos del pasado, sino si puede finalmente demostrar que sus estructuras son capaces de prevenir su repetición.

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Elizabeth Owens

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