(ZENIT Noticias / Río de Janeiro, 26.08.2025).- Desde las laderas del Corcovado, el Cristo Redentor contempla Río de Janeiro con los brazos abiertos, una figura que desde hace mucho tiempo simboliza la fe y la nación. Para millones de personas, no es simplemente una atracción turística, sino un santuario celestial: un lugar de oración, peregrinación y vida sacramental donde se celebran bodas, bautizos y misas diarias con el horizonte más famoso de Brasil como telón de fondo.
Sin embargo, tras la serenidad de este monumento se esconde una disputa que enfrenta el papel histórico de la Iglesia con las exigencias de las autoridades ambientales. El núcleo del conflicto no es la estatua en sí —consagrada en 1931 y confiada desde entonces a la Arquidiócesis de Río de Janeiro—, sino el terreno que la rodea, una fracción del vasto Parque Nacional de Tijuca.
A finales de junio, un tribunal federal falló a favor del Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio), organismo que administra el parque, en un caso relacionado con los puestos comerciales a lo largo de las escaleras que conducen al monumento. Si bien la Arquidiócesis no fue sometida a juicio formal, se ha alineado con los vendedores, muchos de los cuales operan bajo acuerdos de larga data con la Iglesia. El fallo generó confusión en la prensa y en las redes sociales, y algunos cuestionaron quién gobierna realmente el santuario.
La Arquidiócesis respondió con firmeza en agosto: el monumento, la meseta y la capilla que se encuentra debajo siguen siendo propiedad de la Iglesia, resguardados por la Mitra Arquidiocesana. «El pueblo brasileño debe tener la certeza de que Cristo Redentor es sagrado», declaró el padre Omar Raposo, rector del santuario, quien subrayó que la Iglesia es la única autoridad legítima sobre su uso y preservación.
Su recordatorio tiene peso. El Redentor es más que un símbolo religioso; está entretejido en la historia de Brasil. Sus orígenes se remontan a la princesa Isabel, quien a finales del siglo XIX promovió la idea de honrarse no a sí misma, sino al Sagrado Corazón de Jesús en la cima del Corcovado. Para la década de 1920, las donaciones de los fieles financiaron el diseño del ingeniero Heitor da Silva Costa: una figura de 30 metros de altura con brazos extendidos casi igual de anchos, coronada con una capilla en su base.
Desde entonces, el monumento ha estado bajo el cuidado de la Arquidiócesis, que se considera tanto guardiana de un lugar sagrado como administradora de un tesoro nacional. Su papel ha sido reconocido en repetidas ocasiones: en 1973, el Cristo Redentor fue declarado Patrimonio Histórico y Artístico de Brasil, y en 2007 fue elegido una de las Siete Nuevas Maravillas del Mundo.
Aun así, persisten ambigüedades legales. Dado que el Parque Nacional de Tijuca se estableció décadas después de la finalización de la estatua, la superposición de jurisdicciones ha generado tensiones. Un proyecto de ley, actualmente en trámite en el Senado brasileño, busca resolver el asunto reservando una pequeña área —menos del 0,02 % del parque— para su gestión exclusiva por parte de la Arquidiócesis. Los partidarios argumentan que este ajuste liberaría a la Iglesia de restricciones burocráticas y no afectaría la biodiversidad, dado que la zona en disputa ya está muy urbanizada.
Movimientos populares se han movilizado a favor de la medida, instando a los senadores a garantizar que la administración del santuario permanezca en manos de la Iglesia. Para el padre Omar, estas iniciativas no reflejan política, sino devoción: «Muestran cómo el pueblo brasileño ama y desea cuidar a Cristo Redentor, un monumento construido por la Iglesia con las ofrendas de los fieles, y que recibe a todos con los brazos abiertos».
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