prólogo del Papa a la nueva edición de «La práctica de la presencia de Dios» Foto: AICA

Este es el prólogo de León XIV al libro que más ha influido en su vida

León XIV habló de este libro con los periodistas a su regreso del Líbano: «Léanlo, si quieren saber algo de mí, de lo que ha sido mi espiritualidad durante muchos años, en medio de grandes desafíos…”

Share this Entry

(ZENIT Noticias / Roma, 21.12.2025).- Publicamos una traducción al castellano del prólogo del Papa a la nueva edición de «La práctica de la presencia de Dios», del hermano Lorenzo de la Resurrección, un clásico del siglo XVII. León XIV habló de este libro con los periodistas a su regreso del Líbano: «Léanlo, si quieren saber algo de mí, de lo que ha sido mi espiritualidad durante muchos años, en medio de grandes desafíos… Yo confío en Dios y este mensaje es algo que comparto con todas las personas».

***

Como ya he tenido ocasión de decir, junto con los escritos de san Agustín y otros libros, este es uno de los textos que más han marcado mi vida espiritual y que me han formado sobre cuál puede ser el camino para conocer y amar al Señor.

Este pequeño libro pone en el centro la experiencia, más aún, la práctica de la presencia de Dios, tal como la vivió y enseñó el fraile carmelita Lorenzo de la Resurrección, que vivió en el siglo XVII.

El camino que fray Lorenzo nos indica es simple y arduo al mismo tiempo: simple, porque no exige otra cosa que hacer memoria constantemente de Dios, con pequeños actos continuos de alabanza, oración, súplica y adoración, en cada acción y en cada pensamiento, teniendo como horizonte, fuente y fin solo a Él.

Arduo, porque exige un camino de purificación, de ascesis, de renuncia y de conversión de la parte más íntima de nosotros, de nuestra mente y de nuestros pensamientos, mucho más que de nuestras acciones. Es lo que ya san Pablo escribía a los fieles de Filipos: «Tengan en ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5); por tanto, no solo han de conformarse con Dios las actitudes y los comportamientos, sino precisamente nuestros sentimientos, nuestro mismo modo de sentir.

En esta interioridad encontramos su presencia, la presencia amorosa y ardiente de Dios, tan «otra» y, sin embargo, tan familiar a nuestro corazón. Como escribe san Agustín, «el hombre nuevo cantará el cántico nuevo» (Sermones 34,1).

La experiencia de unión con Dios, descrita en las páginas de fray Lorenzo como una relación personal hecha de encuentros y coloquios, de ocultamientos y de sorpresas, de abandono confiado y total, evoca las experiencias de los grandes místicos, ante todo Teresa de Ávila, quien también había testimoniado esta familiaridad con el Señor hasta el punto de hablar de un «Dios de las ollas». Sin embargo, indica un camino practicable por todos, precisamente porque es simple y cotidiano.

Como muchos místicos, fray Lorenzo habla con gran humildad, pero también con humor, pues sabe bien que toda realidad terrena, incluso la más grandiosa e incluso la más dramática, es bien poca cosa frente al amor infinito del Señor. Así, puede decir irónicamente que Dios lo «engañó», porque él, habiendo entrado quizá con cierta presunción en el monasterio para sacrificarse y expiar duramente los pecados de su juventud, encontró en cambio una vida llena de alegría.

A través del camino que fray Lorenzo nos propone, a medida que la presencia de Dios se vuelve familiar y ocupa nuestro espacio interior, crece la alegría de estar con Él, florecen gracias y riquezas espirituales, e incluso las tareas cotidianas se vuelven fáciles y ligeras.

Los escritos y testimonios de este hermano carmelita del siglo XVII, que atravesó con fe luminosa las turbulentas vicisitudes de su tiempo, ciertamente no menos violento que el nuestro, pueden ser también inspiración y ayuda para la vida de nosotros, hombres y mujeres del tercer milenio.

Nos muestran que no existe circunstancia alguna que pueda separarnos de Dios, que cada una de nuestras acciones, cada una de nuestras ocupaciones e incluso cada uno de nuestros errores adquieren un valor infinito si son vividos en la presencia de Dios y ofrecidos continuamente a Él.

Toda la ética cristiana puede resumirse verdaderamente en este hacer memoria continua del hecho de que Dios está presente: Él está aquí. Esta memoria, que es algo más que un simple recuerdo porque implica nuestros sentimientos y afectos, supera todo moralismo y toda reducción del Evangelio a un mero conjunto de normas, y nos muestra que realmente, como Jesús nos prometió, la experiencia de confiarnos a Dios Padre nos concede ya el céntuplo aquí en la tierra. Confiarnos a la presencia de Dios significa gustar un anticipo del Paraíso.

Traducción del original en lengua italiana bajo responsabilidad del director editorial de ZENIT.

Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de este enlace.

 

Share this Entry

Redacción Zenit

Apoya ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }