Foto: Opus Dei

Cómo el clero y los religiosos lidian con la castidad en la era tecnológica

En la cruda realidad, muchos sacerdotes y religiosos no logran integrar adecuadamente su sexualidad. No le dedican el tiempo, la energía ni la atención necesarios. Este vacío se llena cada vez más con un mundo virtual con tintes seculares que se infiltra en conventos, monasterios y seminarios, causando una desorientación y una desviación significativa de sus vidas consagradas y castas.

Share this Entry

Mary Tran Thi Yen*

(ZENIT Noticias / Hanoi, 24.07.2025).- La revolución digital ha transformado por completo la existencia humana. Gracias a la influencia del individualismo y el liberalismo, las personas ahora disfrutan del placer sin el temor tradicional a la condena o al castigo.

Sin embargo, a medida que los medios de comunicación trascienden las fronteras nacionales, convirtiendo a cada persona en un ciudadano global, nuestras relaciones han adquirido una nueva dimensión, a menudo desconcertante. Las fronteras, antes claras, entre los espacios virtuales y físicos ahora están innegablemente difusas.

Este cambio radical presenta un desafío formidable para los sacerdotes y religiosos: cómo integrarse en la sociedad moderna y mantenerse tecnológicamente relevantes sin comprometer el camino estrecho y exigente de Jesús, preservando así su voto sagrado de castidad célibe.

El Catecismo de la Iglesia Católica define la castidad como el reflejo de la pureza de Cristo a través de la integración adecuada de la sexualidad en la vida moral y las relaciones de la persona. Pero ¿qué implica exactamente esta “integración sexual”?

Los psicólogos católicos lo aclaran como posicionar la propia sexualidad apropiadamente dentro de toda la personalidad.

En la cruda realidad, muchos sacerdotes y religiosos no logran integrar adecuadamente su sexualidad. No le dedican el tiempo, la energía ni la atención necesarios. Este vacío se llena cada vez más con un mundo virtual con tintes seculares que se infiltra en conventos, monasterios y seminarios, causando una desorientación y una desviación significativa de sus vidas consagradas y castas.

Ya sea trabajando en el mundo o enclaustrados en oración, los hombres y mujeres religiosos se enfrentan a una amenaza constante e insidiosa a su voto sagrado. La pornografía y el contenido sexualmente explícito están a un solo clic de distancia. Si bien la tecnología es innegablemente crucial para el ministerio, el estudio y la comunicación, las tentaciones a la castidad acechan como un león hambriento, listo para devorar a quienes no están preparados.

No se trata de un mero desafío; es una batalla existencial por la supervivencia espiritual y la integridad misma de la vida consagrada.

Las consecuencias son escalofriantes: los religiosos más jóvenes, trágicamente, suelen ser los más vulnerables. El abuso de computadoras y teléfonos para las redes sociales se ha convertido en una puerta de entrada a la adicción a la pornografía, el sexting, la masturbación compulsiva e incluso a los encuentros sexuales anónimos.

Las consecuencias son graves: deterioro de la salud, violaciones flagrantes de las normas comunitarias, negligencia crónica en sus deberes y atención pastoral, desecación espiritual y una escandalosa abdicación de la responsabilidad hacia sus comunidades, congregaciones o parroquias. El resultado final, horroroso, son las relaciones sexuales, el embarazo y el abandono forzado de su vocación.

Los religiosos que no logran la integración sexual invariablemente desvían su tiempo y energía mental de Dios y su obra divina. Descuidan las necesidades básicas, abandonan la oración y abandonan sus responsabilidades, completamente absorbidos por el canto de sirena de internet. Ignoran el profundo autoexamen diario que propugnaba San Agustín: «Soy, sé y quiero». Esta negligencia genera desastre.

Muchos que regresan a la vida secular lo hacen porque han forjado muchas relaciones poco saludables a través de las redes sociales. Mi amiga, una monja, y un hermano consagrado mantuvieron contacto desde sus días universitarios. Tras sus primeros votos, reconectaron. Con el tiempo, florecieron afectos prohibidos, lo que finalmente los obligó a abandonar sus vocaciones. Este patrón no es infrecuente.

Las raíces de esta crisis son múltiples. Las presiones externas incluyen cargas de trabajo agobiantes, dinámicas comunitarias inestables que conducen a una profunda soledad o la seducción de los afectos mundanos. Sin embargo, el factor interno más profundo e insidioso es la propia inmadurez emocional y sexual del individuo. Cuando la discordia comunitaria genera aislamiento, por ejemplo, en lugar de buscar la reconciliación, muchos recurren trágicamente a «rellenadores» externos, a menudo, peligrosamente, a personas del sexo opuesto fuera de sus comunidades.

Mi propia experiencia lo atestigua. En 2012, siendo estudiante universitaria, descubrí Facebook, un mundo nuevo y embriagador. Caí en una espiral de adicción a las redes sociales, buscando conectar con el sexo opuesto. Los mensajes «coquetos» me conmovían profundamente, proporcionándome un placer perverso que me hundía aún más en el abismo digital. En momentos de soledad o incomprensión, estos afectos superficiales se convertían en un engañoso consuelo.

Pero, afortunadamente, Dios intervino, ayudándome a superar otros acontecimientos. Ahora entiendo con una claridad escalofriante: la atracción sexual es un instinto humano primario; surgirá en cualquier momento. No puedo evadirla ni negarla. En cambio, debo enfrentarla de frente, aceptarla tal como es y, con la gracia divina, sublimarla en consonancia con mi vocación sagrada.

El génesis de todo pecado reside en la inmadurez, la ignorancia y una impactante incapacidad para controlar los instintos naturales, lo que conduce inevitablemente a una deficiencia paralizante o a un exceso destructivo.

Para evitar un uso excesivo de las redes sociales, los sacerdotes y los religiosos deben cultivar una conciencia perspicaz de sus acciones, preguntándose constantemente:

  • ¿Quién soy yo?
  • ¿Cuál es mi propósito real al utilizar estas herramientas?
  • ¿Cuánto tiempo realmente les estoy dedicando a ellos frente a Dios y a mis deberes?
  • Si hago un mal uso de ellos, ¿a qué consecuencias negativas me enfrentaré?
  • ¿Soy realmente lo suficientemente maduro para soportar el ataque sexual que desatan las redes sociales?

Si las respuestas sugieren un alejamiento de mis normas religiosas, de mi identidad consagrada, o si mi «rueda del bienestar» se desequilibra, el mensaje es innegable: estoy en grave peligro espiritual. Es absolutamente imperativo actuar de inmediato y con decisión.

Vivir una vida célibe es inherentemente desafiante, sobre todo cuando los medios de comunicación son parte ineludible de la vida diaria. Por lo tanto, para que sacerdotes y religiosos maduren, la oración constante y un vínculo inquebrantable con Jesús en la Eucaristía no son opcionales, sino esenciales.

Es este extraordinario amor a Dios el que nos capacitará para mantener el equilibrio y la templanza en todas nuestras acciones, alineando nuestras intenciones con las suyas. Y es este mismo amor el que santificará nuestra fatiga y nuestros agravios, transformando el sacrificio en profunda alegría, felicidad y gratitud.

*Mary Tran Thi Yen es monja de las Amantes de la Santa Cruz, con sede en Hanói. Este comentario se basa en un artículo en vietnamita publicado inicialmente en tonggiaophanhanoi.org. Fue resumido, traducido y editado por UCA News. Traducción del original en lengua inglesa bajo responsabilidad del director editorial de ZENIT.

Gracias por leer nuestros contenidos. Si deseas recibir el mail diario con las noticias de ZENIT puedes suscribirte gratuitamente a través de este enlace.

 

Share this Entry

Redacción Zenit

Apoya ZENIT

Si este artículo le ha gustado puede apoyar a ZENIT con una donación

@media only screen and (max-width: 600px) { .printfriendly { display: none !important; } }