Mons Cañizares abrazo con el Papa © Vatican Media

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Valencia: "El sacerdote es libre cuando está unido a Cristo"

Palabras del Papa a la Curia valenciana

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(ZENIT – 21 septiembre 2018).- A las 12:15 horas, en la Sala del Consistorio del Palacio Apostólico, el Santo Padre Francisco ha recibido en audiencia a los sacerdotes y miembros de la curia de la archidiócesis de Valencia (España), acompañados por el cardenal arzobispo Antonio Cañizares Llovera.
Publicamos a continuación el discurso que el Papa ha dirigido a los presentes en la audiencia:
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Discurso del Papa Francisco
Queridos hermanos: Con gozo me encuentro entre ustedes, accediendo a la petición del Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Arzobispo de Valencia, de recibir en una audiencia a su equipo de gobierno y presentarme la iniciativa del Convictorio Sacerdotal de los sacerdotes recién ordenados. Los saludo con afecto y de modo especial a los sacerdotes aquí presentes.
Valencia, tierra de santos, celebra este año el jubileo por uno de ellos, san Vicente Ferrer, que trabajó y se empeñó con todas sus fuerzas por la unidad en la comunidad eclesial. Este santo propone a los sacerdotes tres medios fundamentales para conservar la amistad y la unión con Jesucristo: el primero es la oración, como alimento de todo sacerdote; el segundo, la obediencia a la vocación de la predicación del Evangelio a toda criatura; y el tercero, la libertad en Cristo, para poder así beber el cáliz del Señor en cualquier circunstancia (cf. Mt 20,22).
De algún modo, la Iglesia en Valencia, al conservar la reliquia del santo cáliz en su catedral, se hace testigo y portadora de la verdad de la salvación. El sacerdote es hombre de oración, es el que trata a Dios de tú a tú, mendigando a sus pies por su vida y también por la de su pueblo. Un sacerdote sin vida de oración no llega muy lejos; está ya derrotado y su ministerio se resiente, yendo a la deriva. El pueblo fiel tiene buen olfato y percibe si su pastor reza y tiene trato con el Señor.
Rezar es la primera tarea del obispo y del sacerdote. De esta relación de amistad con Dios se recibe la fuerza y la luz necesaria para afrontar cualquier apostolado y misión, pues el que ha sido llamado se va identificando cada vez más con los sentimientos del Señor y así sus palabras y hechos rezuman ese sabor puro de amor de Dios. San Vicente Ferrer nos propone una sencilla oración: «Señor, perdóname. Tengo tal defecto o pecado, ayúdame». Una petición sincera y real, que se hace en silencio, y que tiene un sentido comunitario. La vida interior del sacerdote repercute en toda la iglesia, empezando por sus fieles. Necesitamos la gracia para seguir en el camino y para recorrerlo con los que nos han sido encomendados. El sacerdote, al igual que el obispo, va delante de su pueblo, pero también en medio y detrás; allá donde se le necesita, y siempre con la oración. Necesitamos tener presente en nuestra vida a aquellos que nos enseñaron a rezar: nuestros abuelos, nuestros padres, a aquel sacerdote o religiosa, al catequista… Ellos nos precedieron y nos transmitieron el amor al Señor; ahora nosotros tenemos que hacer lo mismo.
El segundo aspecto es la obediencia para predicar el evangelio a toda criatura. El Señor nos llama al sacerdocio para ser sus testigos ante el mundo, para transmitir la alegría del Evangelio a todos los hombres; esta es la razón de nuestro existir. No somos propietarios de la Buena Noticia, ni “empresarios” de lo divino, sino custodios y dispensadores de lo que Dios nos confía a través de su Iglesia. Esto supone una gran responsabilidad, pues conlleva preparación y actualización de lo aprendido y asumido. No puede quedar en el baúl de los recuerdos, sino que se necesita revivir de nuevo la llamada del Señor que nos cautivó y nos hizo dejar todo por él. Es necesario el estudio y también confrontarse con otros sacerdotes para hacer frente a los momentos que estamos viviendo y a las realidades que nos cuestionan. Ustedes lo realizan a través de la iniciativa del Convictorio Sacerdotal y con otros encuentros; la formación permanente es una realidad que tiene que profundizarse y tomar cuerpo en el presbiterio. Siempre encomiendo a los obispos que estén presentes, que sean accesibles a sus sacerdotes y los escuchen, pues ellos son sus inmediatos colaboradores, y junto a ellos, a los demás miembros de la Iglesia, porque la barca de la Iglesia no es de uno, ni de unos pocos, sino de todos los bautizados; y cuánto necesita también del entusiasmo de los jóvenes y de la sabiduría de los ancianos para ir mar adentro.
Por último, el sacerdote es libre en cuanto está unido a Cristo, y de él obtiene la fuerza para salir al encuentro de los demás. San Vicente tiene una bonita imagen de iglesia en salida: «Si el sol estuviese quieto en un lugar, no daría calor al mundo: una parte se quemaría, y la otra estaría fría; […] tengan cuidado, no se lo impida el afán de comodidad». Estamos llamados a salir a dar testimonio y a llevar a todos la ternura de Dios, también en el despacho y en las tareas de curia, sí; pero con actitud de salida, de ir al encuentro del hermano. En este momento, deseo agradeceros todo lo que hacen en esa Archidiócesis en favor de los más necesitados; en particular por la generosidad y grandeza de corazón en la acogida a los inmigrantes; todos ellos encuentran en ustedes una mano amiga y un lugar donde poder experimentar la cercanía y el amor.
Gracias por este ejemplo y testimonio que dan, muchas veces con escasez de medios y de ayudas, pero siempre con el mayor de los precios, que no es el reconocimiento de los poderosos ni de la opinión pública, sino la sonrisa de gratitud en el rostro de tantas personas a las que les han devuelto la esperanza. Sigan llevando la presencia de Dios a tantas personas que la necesitan; este es uno de los desafíos del sacerdote hoy. Permanezcan libres de toda mundanidad; esta nos va enredando a este mundo y nos va alejando de Dios y de los hermanos, haciéndonos esclavos; y de ahí viene gran parte del anti-testimonio. Podemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas riquezas? ¿Dónde tenemos puesto el corazón? ¿Cómo buscamos colmar nuestro vacío interior? Respondan en su interior y pongan los medios para que siempre se reconozcan pobres de Cristo, necesitados de su misericordia, para dar testimonio ante el mundo de Jesús, que por nosotros se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.
Que la Virgen María, Madre de los Desamparados, los cuide y los sostenga siempre, para que no dejen de volcar en los demás el don que han recibido y de testimoniarlo con alegría y generosidad.
© Librería Editorial Vaticano

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ZENIT Staff

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