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Monseñor Enrique Díaz Díaz: «Corazón podrido»

XIX Domingo Ordinario

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Sabiduría 18, 6-9: “Castigaste a nuestros adversarios y a tus elegidos nos cubriste de gloria”

Salmo 32: “Dichoso el pueblo escogido por Dios”

Hebreos 11, 1-2. 8-19: “Esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios”

San Lucas 12, 32-48: “También ustedes estén preparados”

Irapuato ha sufrido sequías en los últimos meses y los pocos días que ha llovido lo ha hecho de una forma inusitada. La lluvia ha llegado con tempestad, vientos fuertes y tormenta. Esto ha provocado inundaciones, calles y caminos destrozados, bardas destruidas, casas derrumbadas y árboles caídos. Al contemplar un enorme pino que bloqueaba la carretera, los vecinos descubrieron que el centro del tronco ya estaba podrido y sus raíces deshechas, ya tenía la raíz podrida y no pudo sostenerse. “¡Cómo se iba sostener si tenía el corazón podrido!”, sentenció uno de los lugareños.

Es contrastante el primero de los consejos que hoy da Jesús a sus discípulos. Por una parte, se expresa con diminutivos y con ternura que nos hacen pensar en lo frágil de la comunidad, pero por otra los invita a no tener miedo. La base de esta paz y seguridad no proviene de nosotros mismos, sino porque “tu Padre ha tenido a bien darte el Reino”. Hemos llegado a una tremenda situación de miedo que se transforma en formas patológicas de temor que hacen a las personas encerradas en sí mismas, hurañas y agresivas. Es cierto, la violencia en el país nos lastima a todos, es cierto se pierde la confianza, pero también es cierto que debemos crear espacios de esperanza y creatividad que logren superar esos temores. No podemos renunciar a la libertad y a la esperanza en aras de la seguridad. Debe haber un cierto equilibrio entre la libertad y la seguridad; si no, terminaremos encerrados en nuestras propias prisiones. Hay muchos ataques externos y tenemos que estar muy atentos como el dueño de la casa que no deja que lo asalte el ladrón, debemos estar precavidos en aquellas cosas que nos pueden hacer daño, pero el verdadero discípulo siempre tendrá en su corazón un remanso de paz y un sano optimismo.  ¿Qué sentimos cuando Cristo nos dice: “No temas, rebañito mío”?

Cristo nos dice que no tengamos miedo, pero también advierte dónde puede crecer el mal y cuál es el más grave peligro. El corazón se enferma cuando no vive el amor. El corazón pierde su sentido cuando se le pegan las cosas y faltan los sentimientos. La acumulación de bienes es con frecuencia un comportamiento casi instintivo que surge del miedo a la miseria y al futuro. Pero no es raro que se transforme en egoísmo, en lujo desmesurado, en excesos de opulencia y finalmente en avaricia. A veces se quiere acallar la conciencia dando una limosna o donando lo que ya no sirve, pero el corazón se queda atascado en los bienes materiales. Frente a los hermanos se requiere una gran generosidad; y frente a los bienes, una verdadera libertad. Como en el ejemplo del administrador,  los bienes no son nuestros, son de Papa Dios y son para toda la humanidad. San Basilio nos enseñaba: “El pan que guardas para ti, es del que tiene hambre; el manto que escondes en el ropero, es del desnudo; los zapatos que se quedan olvidados en un rincón, son del descalzo; el dinero que escondes, es del que tiene necesidad…” Es necesario fortalecer nuestro corazón y no dejarlo atarse a lo superfluo, aunque es remar contra el egoísmo, pero siempre nos hará más libres.

Los tres ejemplos que nos ofrece hoy Jesús tienen cada uno su propia enseñanza y nos cuestionan fuertemente sobre la forma de vivir nuestra existencia, de utilizar los bienes y de esperar la venida del Señor. La vigilancia del discípulo no es pura y simple expectación. Se refiere a un estilo de vida dinámico y creativo que busca, inquiere, espera, goza y trabaja en la construcción del reino. No es el administrador que maltrata, bebe, se embriaga y olvida que está por llegar el Señor, así sólo tendríamos una vida mediocre y egoísta que nos llevaría a la ruina. Uno de los riesgos que nos amenazan constantemente es el caer en una vida superficial, mecánica, rutinaria y masificada de la que no es fácil escapar. Con el correr de los años, con el luchar contra las dificultades, mucha gente se desalienta y termina viviendo una vida sin sentido, reduciendo sus ideales y empobreciéndose espiritualmente. Estar vigilantes es despertar cada día con ganas de vivir más y mejor, de ahondar el sentido de lo que hacemos, de encontrar felicidad en el servicio. Tiempo de vigilancia y de espera significa tiempo de gozo, tiempo de trabajo, tiempo de construcción, responsabilidad, fidelidad y tiempo de amar. Con cada uno de los ejemplos, Jesús nos lleva a revisar nuestra vida y a buscar darle sentido.

El pasaje de este día tiene muchas posibilidades de reflexión. Necesitaríamos darnos cuenta cabal de cuáles son los ladrones que en verdad están robando nuestra paz, por dónde están entrando o si nosotros mismos los hemos invitado a casa. Es triste que, disfrazados de bienestar y comodidad, muchas veces metemos enemigos que socavan la paz y la armonía del hogar. Necesitamos estar alertas, pero también necesitamos hacer un chequeo muy minucioso del corazón, si no está lleno de egoísmo; si no se han obstruido sus arterias por tanta grasa de los bienes materiales; si no se ha endurecido por la envidia, el rencor o la venganza. Mirar los enemigos de fuera que pueden derrumbarnos, pero estar muy atentos a los enemigos de dentro que pueden contaminar el corazón. Ante todos estos peligros, escuchemos con mucha atención y cuidado los ejemplos de Jesús que nos invita a estar alertas, pero con la seguridad y la esperanza que nos dan sus palabras: “No temas, rebañito mío”

Dios, Padre Bueno, concédenos la sabiduría para descubrir las argucias del ladrón que quiere robarnos la paz interior y danos una gran generosidad para entender que el compartir nos da la felicidad. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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