Ordenación Episcopal de Mons. Alberto Lorenzelli © Vatican Media

Mons. Alberto Lorenzelli: «Actuar en coherencia al Evangelio nos llevará a restablecer la confianza»

Entrevista al obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago de Chile

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(ZENIT – 6 agosto 2019).- El padre salesiano Alberto Lorenzelli (Isidro Casanova, Argentina, 1953) llegó a Santiago de Chile el pasado 22 de julio de 2019 para tomar posesión de su nuevo cargo: obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santiago.

Hijo de inmigrantes, regresó a Italia en 1972. Alberto Lorenzelli habla con zenit en exclusiva sobre la prevención de abusos sexuales en Chile, la creciente inmigración en el país, la restauración de la confianza en la Iglesia, y la actividad pastoral con los jóvenes, entre otras cuestiones.

«Voy con todas mis pobrezas, mis límites, pero también con espíritu de fe», revela, mientras recuerda con cariño la actitud paternal del Papa Francisco el día de su ordenación episcopal.

En cuanto a los retos que se le presentan en su nueva etapa, ve la «necesidad de hacer un camino espiritual, partiendo por nuestra fe, y esa fe del pueblo, cómo hacerla siempre más viva y significativa».

Así, el nuevo obispo auxiliar piensa que hay que «recuperar la confianza que la Iglesia ha perdido», la mayoría no cree ya en la Iglesia institucional.

«¿Cómo ir generando confianza?» plantea Mons. Lorenzelli. «Se genera sobre todo en la verdad, en la transparencia, en la misericordia, pero la misericordia necesita también que se haga con justicia. Actuar en coherencia al Evangelio nos llevará a restablecer la confianza».

El obispo argentino, de descendencia italiana, se reunirá con víctimas de abusos por parte de sacerdotes y con todos los que le requieran: «Siempre, como estilo, tengo una puerta abierta para todos. Recibir a las personas creo que es una tarea que el obispo tiene que hacer. Tener las puertas cerradas o encerrarse en un computador o en una oficina no es hacer una actividad pastoral», asegura.

A continuación presentamos la entrevista completa concedida por Mons. Lorenzelli a zenit.

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Zenit: ¿Cómo vivió su ordenación episcopal? ¿Qué fue lo que más le llamó la atención de lo que le dijo el Papa?

Mons. Alberto Lorenzelli: La primera cosa que sentí en mi ordenación episcopal fue una gran emoción, sobre todo porque estaba viviendo un momento particular, un momento del Espíritu. Gracias a que fui acompañado por alguien que me fue guiando, me preocupé menos de lo que sucedía a mi alrededor y me concentré en vivirlo interiormente. En segundo lugar, la presencia del Papa fue muy significativa, muy paternal. En todo momento y desde que estábamos en la sacristía, donde me recibió, me acogió, me dio un gran abrazo y me agradeció por haber aceptado.

Luego estuvo la presencia de mi familia que, aunque reducida en número y con familiares cercanos de avanzada edad, algunos de ellos pudieron acompañarme. Para algunos, viajar desde mi pueblo hasta Roma era difícil. Eso también me hizo sentir acompañado.

Después, la gran presencia de mis hermanos salesianos. Eran más de 250 los presentes. Toda esa oración te sostiene y uno dice: «bueno, ahí donde no llegan mis fuerzas, mis capacidades, donde están las fragilidades y limitaciones, es el Señor que sabe asistir».

Z: ¿Cómo recibió la noticia de su nombramiento como obispo auxiliar de Santiago? ¿Qué le dijo el Papa sobre esta elección?

AL: Cuando me llamaron a la Congregación para los Obispos y me entregaron la carta con el nombramiento hecho, me desorientó muchísimo. Mons. Ilson Montanari intentó animarme y le dije que yo creía que no era la persona justa para asumir este desafío, y no por falsa humildad, sino por conciencia de lo que significa. En ese diálogo, él me dijo: «No, esta es voluntad del Papa. Él le pide esto y bueno, vamos a la capilla y digamos una oración». Con la carta en las manos, rezamos.

Después hablé con un amigo para pedirle consejo. Le conté que no me sentía a la altura de lo que se me pedía por las dificultades a raíz de la profunda y dolorosa crisis que se vive en la Iglesia de Chile. El consejo que me dio este querido amigo fue: «Mira, deja pasar ahora este día con calma y mañana, o pasado mañana, pide un diálogo, un contacto con el Papa, y te puedes encontrar con él y contarle estas cosas. Yo creo que él lo va a entender y lo va a tener presente». Pero el Papa es verdaderamente profético y ese día mismo me pidió vernos en la Casa Santa Marta. Allí me encontré con él y tuvimos un diálogo amplio, muy bonito y paterno. Le dije mis preocupaciones, mis dudas, pero el Papa me animó a aceptar este ministerio con disponibilidad y generosidad a la misión.

En ese minuto, no le dije que no, pero tampoco le dije que sí, ciertamente dentro de mí sentí una paz interior que me decía: «Bueno, es el Papa quien me lo pide y me lo pide por el bien de la Iglesia». Además, como salesianos tenemos el deber de obediencia al Papa, nuestro primer superior, y los artículos de las constituciones lo dicen muy claro, las que yo he acogido, aceptado y profesado. Entonces, ahí me entregué más a un espíritu de obediencia y concluimos con una hermosa bendición que él me dio y me sentí más tranquilo, más sereno.

Aunque la preocupación de volver a Chile y tener que enfrentar algunos desafíos está siempre presente, voy también con mucha alegría. Pasé seis años muy bonitos donde fui muy bien acogido por mis hermanos salesianos. No podemos esconder que tuvimos dificultades y problemas, y casos de abusos sexuales y delitos. Tengo que decir que es verdad que hay una crisis muy profunda en la Iglesia chilena y muchas heridas que sanar, pero, por el otro lado, tengo que reconocer que he visto mucha vitalidad. Existe esa religiosidad popular muy profunda, donde los laicos están vinculados e involucrados en llevar adelante las capillas, las comunidades de base. Eso a mí me anima muchísimo y lo veo con mucha esperanza, estoy convencido de que el Pueblo de Dios debe ser protagonista.

Voy con todas mis pobrezas, mis límites, pero  también con espíritu de fe, que es lo que me ha acompañado en todo este tiempo; con mucha esperanza; y, como he puesto en mi lema episcopal, con alegría, esa que nace del corazón y que quiere ser caridad para las personas que son víctimas, que han sufrido, que son más vulnerables, y particularmente para los más jóvenes, porque me parece que no hemos sido capaces de captar su sensibilidad y sus demandas y necesidades hacia la Iglesia. Los hemos decepcionado en muchos momentos y muchos de ellos se han alejado.

Entonces, ¿cómo generar una confianza para que este pueblo de Dios, que es profundamente religioso, encuentre en esta Iglesia institucional y en nosotros, los pastores, sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, personas que pueden generar esa confianza, ese deseo de vivir nuevamente esa fe que ellos tienen, pero que de alguna manera no siempre han podido manifestar por la vergüenza que les hemos provocado?

Z: ¿Cómo es el escudo episcopal y el lema que usted ha elegido?

AL: Mi escudo episcopal es muy sencillo, tiene tres signos fundamentales. Una estrella que corresponde a la Virgen María que ilumina nuestra vida. En Ella veo a la Auxiliadora de los cristianos, la Virgen de Don Bosco, que tanto lo acompañó, al punto que el santo llegó a decir: «Ella lo ha hecho todo». Y en Ella yo también confío que hará aquello que yo no puedo hacer.

El segundo símbolo es un corazón que manifiesta flamas, un corazón encendido. Significa caridad, pero también significa la pastoral educativa. Don Bosco decía: “La educación es cosa de corazón”. El Papa Benedicto decía que estábamos en una emergencia educativa, y en ese sentido, debemos hacerle frente con un corazón educativo. El corazón en la caridad pastoral habla de un corazón abierto para que, como decía Alberto Hurtado, ese fuego que sale del corazón encienda otros fuegos. Por otro lado, está el corazón de Dios, que es mucho más grande que el corazón humano, donde entran todos los corazones. Es verdaderamente una comunión de corazones para una Iglesia más grande, que está peregrinando y caminando en busca de fe, espiritualidad, respondiendo además a los signos de los tiempos que estamos viviendo, que no son negativos, como muchas veces nos quieren presentar, ¡son estos los tiempos que Dios nos ofrece!, y a ellos debemos responder.

Por último, tenemos el símbolo del ancla, que es la fe que está bien enraizada y que tiene firme este barco de la Iglesia. Es la fe que uno manifiesta, creíble y auténtica.

Después hay unos pequeños símbolos, por ejemplo, un mar, que representa un poquito mi vida. Mi nacimiento en Argentina con el Océano Atlántico; viví toda mi actividad pastoral por muchísimo tiempo en Génova, con el Mar Mediterráneo; y mis seis años en Chile, donde ahora vuelvo, con el Océano Pacífico. Entonces, es un mar que me acompaña y que espero sea pacífico acompañando a la Iglesia de Dios que peregrina en Santiago.

Z: ¿Qué retos se presentan para usted, junto a Mons. Celestino Aós, en la Arquidiócesis de Santiago?

AL: Yo creo que mi primera tarea es colaborar positiva y proactivamente al Administrador Apostólico. Él guía nuestra diócesis y nosotros nos unimos a él para hacer un camino. Yo veré las tareas que él me quiera entregar y confiar, para poder acompañarlo y acompañar también la Iglesia de Santiago.

En cuanto a los retos, veo la necesidad de hacer un camino espiritual, partiendo por nuestra fe, y esa fe del pueblo, cómo hacerla siempre más viva y significativa. Eso creo que es un primer camino.

El segundo camino que yo veo es recuperar la confianza que la Iglesia ha perdido, la mayoría no cree ya en la Iglesia institucional. No dejan de creer en Dios o en la Virgen María, pero sí en la Iglesia institucional. Entonces, ¿cómo ir generando confianza? Se genera sobre todo en la verdad, en la transparencia, en la misericordia, pero la misericordia necesita también que se haga con justicia. Actuar en coherencia al Evangelio nos llevará a restablecer la confianza.

Tercero, la comunión entre nosotros los sacerdotes, donde miremos todos adelante, con un mismo rumbo y camino, para responder verdaderamente a lo que Dios nos pide, algo que tenemos que hacer unidos. Es verdad que no estamos en los tiempos de los grandes números. Una de las cosas que me ha acompañado últimamente es una frase del Papa Benedicto que en un viaje a los periodistas decía que hay que pensar en las minorías creativas. Entonces, yo digo, si hoy no somos grandes números, somos minorías, pero si queremos ser esas minorías creativas, debemos ser capaces de encender nuevos espíritus, entusiasmar y re-encantar al Pueblo de Dios.

Por último, vivir la caridad pastoral, sobre todo, con los más pobres, con los más vulnerables, con aquellos que son los más necesitados. Hoy hay desafíos en este sentido en nuestra Iglesia de Santiago. Hay situaciones de pobreza, no solo material, sino espiritual, afectiva y cultural. Los inmigrantes que llegan y buscan ser acogidos e integrados y tantos otros temas.

Otro reto, por sensibilidad mía y mi vocación salesiana, es atender particularmente a los jóvenes. A ellos tenemos que re-encantar y hacerles ver que la fe cristiana no es una adhesión a una doctrina o a una ideología, sino un encuentro con la persona de Jesús, experiencia que te cambia la vida.

Z: ¿Cómo es posible «re-encantar» a los jóvenes para que vuelvan a tener confianza en la Iglesia? ¿Cómo se está trabajando con ellos, cómo están participando en las nuevas iniciativas?

AL: Hay un buen grupo de jóvenes que están vinculados a la Iglesia, muy comprometidos. Ellos generan muy buenos ambientes de animación, de servicio, de voluntariado y un clima muy generoso. Yo creo que tenemos que caminar con los jóvenes y hacia otros jóvenes.

Pensar hacerlo yo como obispo o nosotros como sacerdotes no da el mejor resultado, porque hoy la pastoral juvenil no es hacer algo para los jóvenes, porque entonces los jóvenes serían objeto de pastoral. En cambio, nosotros tenemos que llevar a ser sujetos de pastoral a nuestros mismos jóvenes, vinculándonos con ellos y poniéndonos a su lado, ver cómo integrar a otros jóvenes que tienen inquietudes. Ellos tienen un lenguaje más directo que logra convencer a otros, porque cuando un joven va y dice: “Yo creo”, y es capaz de manifestar su fe, eso contagia. Tenemos que generar esa confianza y ese camino con los jóvenes por contagio: «con los jóvenes para los jóvenes». Esto creo que será un muy buen camino.

También es necesario ser una Iglesia coherente, donde las palabras se condicen con las acciones y en la cual se da testimonio a través de los hechos. Los jóvenes tienen mucha conciencia crítica y hoy demandan esta coherencia, que también tiene que verse expresada sobre todo en los temas de abuso, donde muchas veces no hemos actuado a tiempo y donde no hemos sido consecuentes.

Tenemos también el desafío de ser una Iglesia que se actualiza y es capaz de leer las inquietudes de los jóvenes y hablarle en los códigos y lenguajes actuales, por ejemplo las redes sociales.

Z: El problema de los abusos se está clarificando, se está mejorando gracias a la intervención del Papa Francisco. Parece que se está renovando la Iglesia en Chile. ¿Cuál cree que es la clave para prevenir esos abusos en Chile?

AL: La primera cosa que me parece es decir con fuerza una frase llena de significado: “Nunca más”, pero verdaderamente “nunca más”. Hemos vivido momentos difíciles, nos hemos avergonzado por algunos hermanos que no han respondido a la vocación de Dios, a la confianza que la Iglesia les ha dado y a las personas que se les han confiado, sobre todo, los jóvenes y los niños.

Tenemos que empezar a trabajar en los procesos formativos, en los seminarios. Debemos acompañar a nuestros jóvenes que tienen inquietudes vocacionales para que lleguen a un equilibrio interior y armonizar bien lo que el Señor pide para la vocación sacerdotal, lo que tiene que vivir para tener relaciones sanas con las personas. Eso exige muchas veces sanación profunda, interior y personal; porque todos tenemos heridas dentro de nuestro corazón, pero si no hacemos el esfuerzo por sanarlas, podemos generar dentro relaciones complejas, que pueden transformarse en abusos de poder, de confianza, de conciencia y sexuales.

Se necesita también una formación en prevención de abusos y promoción de ambientes sanos para todos nuestros agentes pastorales y sacerdotes, en donde se entreguen las herramientas para que todos los actores de nuestra Iglesia seamos agentes activos en la prevención, y conozcamos los protocolos adecuados que se deben seguir para actuar a tiempo en estos hechos delictivos.

Tenemos que preocuparnos de que esto no suceda en el clero, pero también que no suceda en las familias, en las actividades deportivas, artísticas, etc. Tenemos que llegar a una sociedad más sana y más respetuosa de las personas, porque el abuso, en cualquiera de sus tipos, limita la dignidad de las personas. En eso tenemos que caminar y hacer un esfuerzo.

Aquí no hay solo un camino para la Iglesia. Necesita una participación más amplia, de la escuela, de la parroquia, de los centros deportivos, de las actividades culturales. Todos. La sociedad civil, que camina para decir: nosotros queremos tener una sociedad sana y no jóvenes heridos y marcados por toda su vida, con heridas que no nos permitirán vivir en una sociedad serena, tranquila y armoniosa.

Z: ¿Tiene previsto reunirse con Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, como hizo Mons. Celestino Aós cuando llegó a Santiago?

AL: Siempre, como estilo, tengo una puerta abierta para todos. Recibir a las personas creo que es una tarea que el obispo tiene que hacer. Tener las puertas cerradas o encerrarse en un computador o en una oficina no es hacer una actividad pastoral. Si ellos desean encontrarse conmigo, lo haré con mucho gusto, también porque me servirá para participar del dolor que llevan, porque es necesario hoy tener empatía con las personas. Si bien han sufrido mucho, con su valentía nos han hecho un bien. Exponerse para contar sus historias les debe haber costado muchísimo. Esto abrió una caja de pandora, pero que hoy nos permite purificarnos. Abrirnos y liberarnos nos permite, verdaderamente, ser una Iglesia más profética. Profética en el espíritu y en la comunión, para ser una Iglesia más servidora, que se pone al lado de las personas y camina con ellas.

Z: El tema de inmigración en Chile, e imagino que en Santiago por lo tanto, preocupa cada vez  más ¿Cómo se afronta desde la Arquidiócesis y cuál debe ser el papel de la Iglesia?

AL: Creo que tenemos que trabajar unidos. La sociedad, el mundo político y la Iglesia juntos podemos ver cómo acoger a las personas, integrarlas y acompañarlas, porque es un proceso delicado. Eso es importante. Ser un país acogedor es muy positivo, pero también tenemos que acoger con criterios justos, comprendiendo que las personas que vienen lo hacen para aportar.

¿La Iglesia dónde se pone? Se pone en el camino de la formación. Muchísimos de estos inmigrantes que llegan son católicos, creyentes. Por lo tanto, hay que acompañarlos para que ellos mismos no creen grupos apartados, sino que se vayan integrando. Cuando un país te acoge, también tú tienes que ser acogedor y aportar al bien del país. Esto me parece que es el sentido. Pero eso también lo tenemos que hacer con la sociedad civil, política, eclesial y con todas las personas de buena voluntad. En donde se ha hecho esto, se ha generado un país muy abierto, acogedor y significativo

Yo vengo de una experiencia de migración. Mis padres, italianos, inmigraron en Argentina en el 1946. Fue un momento especial, con una llegada importante de gente de países de Europa, porque después de la guerra, por la situación en España, en Portugal, en Italia, en Alemania, muchísimos emigraron. Pero yo creo que hubo una buena integración, no hubo conflictos ni situaciones difíciles, un buen camino de integración.

En esa línea tenemos que caminar en Chile. Ser un país acogedor. Como dice la canción, Chile es un país que acoge al viajero y le hace sentir su cariño; hagámos sentir el cariño, pero exigiendo a quien llega que cumpla con las leyes y con todo lo que es un buen vivir en la sociedad.

Z: ¿Cómo le felicitó Mons. Celestino Aós por su ordenación?

AL: Monseñor Celestino fue muy fraternal, muy paternal al venir y participar en mi ordenación episcopal. Yo lo conocía desde que era obispo de Copiapó porque tenemos una presencia salesiana allí. Con él he dialogado varias veces, hemos hablado.

Me agradeció muchísimo mi disponibilidad a ir a colaborar con él, lo que voy a hacer con total generosidad y dedicación porque, como el Papa me dijo, que era ser inconsciente aceptar, creo que él fue aún más inconsciente que yo.

Segundo, me dijo: «Tú vienes a vivir en la casa conmigo». Eso me alegró muchísimo. Poder compartir con él, rezar a la mañana, en la tarde y noche; compartir la mesa; dialogar, puede ser que algunas veces con divergencia de ideas; pero el convivir juntos nos lleva también a participar. En algunos momentos también a animarnos el uno al otro.

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Rosa Die Alcolea

Profesional con 7 años de experiencia laboral en informar sobre la vida de la Iglesia y en comunicación institucional de la Iglesia en España, además de trabajar como crítica de cine y crítica musical como colaboradora en distintos medios de comunicación. Nació en Córdoba, el 22 de octubre de 1986. Doble licenciatura en Periodismo y Comunicación Audiovisual en Universidad CEU San Pablo, Madrid (2005-2011). Ha trabajado como periodista en el Arzobispado de Granada de 2010 a 2017, en diferentes ámbitos: redacción de noticias, atención a medios de comunicación, edición de fotografía y vídeo, producción y locución de 2 programas de radio semanales en COPE Granada, maquetación y edición de la revista digital ‘Fiesta’. Anteriormente, ha trabajado en COPE Córdoba y ABC Córdoba.

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