CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 16 enero 2005 (ZENIT.org).- La adecuada integración de los inmigrantes exige el «justo equilibrio» entre la afirmación de la propia identidad y el reconocimiento de la del otro, consideró Juan Pablo II este domingo, día en el que la Iglesia celebraba la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado.
Antes de rezar el Ángelus junto a varios miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano, el pontífice subrayó la idea central que ha querido dejar con motivo de esta Jornada que en este año llevaba por tema «La integración intercultural».
La había recogido en el «Mensaje» escrito para esta ocasión y que la Santa Sede publicó el pasado 9 de diciembre.
En ese documento, dijo hablando con voz relativamente clara y dejando espacio entre las frases para tomar aire, «he querido subrayar la importancia de la integración entre los pueblos, que exige un justo equilibrio entre la afirmación de la propia identidad y el reconocimiento de la del otro».
«A todos los emigrantes les dirijo mi cordial saludo y deseo que a través del diálogo crezca la simpatía y la comprensión entre las diferentes culturas», añadió el Santo Padre quien hablaba desde la ventana de su estudio en una soleada mañana de invierno.
El «Mensaje», enviado en diciembre por el Papa, invitaba a superar tanto los modelos de integración de inmigrantes tanto de carácter «asimilacionista» como los de «marginación» que pueden llevar al «apartheid».
Para el Santo Padre, según señala el texto, la integración no es «asimilación», «que induce a suprimir o a olvidar la propia identidad cultural». «El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su «secreto», a abrirse a él para aceptar sus aspectos válidos y contribuir así a un conocimiento mayor de cada uno».
«En ese proceso, el emigrante se esfuerza por dar los pasos necesarios para la integración social, como el aprendizaje de la lengua nacional y la adecuación a las leyes y a las exigencias del trabajo, a fin de evitar la creación de una diferenciación exasperada», añadía.
Al mismo tiempo, indicaba, «es necesario reconocer la legítima pluralidad de las culturas presentes en un país, en compatibilidad con la tutela del orden, del que dependen la paz social y la libertad de los ciudadanos».