El Papa denuncia la precariedad laboral y el trabajo en negro
En un encuentro con los dirigentes y trabajadores del Instituto Nacional de Seguridad Social en Italia, Francisco indica que la exigencia de santificar el descanso se convierte en un tiempo que permita cuidar la vida familiar, cultural, social y religiosa
En el discurso que les ha dirigido, reunidos en la plaza de San Pedro, Francisco ha observado que a ellos se les confía “el cuidado del derecho al descanso”. Me refiero –ha especificado– no solamente al descanso que es sostenido y legitimado por una amplia serie de prestaciones sociales sino también y sobre todo a una dimensión del ser humano que no le faltan las raíces espirituales y de las cuales también vosotros, por vuestra partes, sois responsables.
Asimismo, el Santo Padre ha asegurado a los presentes que “vuestra difícil tarea es contribuir para que no falten las subvenciones indispensables para los trabajadores desempleados y sus familias”. Y les ha pedido que no les falte entre sus prioridades una atención privilegiada por el trabajo femenino, así como la asistencia a la maternidad que debe tutelar siempre la vida que nace y a quien la sirve cotidianamente. Que no falte nunca “el seguro por la vejez, la enfermedad, las lesiones unidas al trabajo”, ha exhortado. Y ha proseguido: “no falte el derecho a pensión, y subrayo: el derecho, la pensión es un derecho, porque de esto se trata”.
Tal y como les ha recordado, “vosotros honráis la delicada tarea de tutelar algunos derechos legales del ejercicio del trabajo; derechos basados en la naturaleza misma de la persona humana y de su trascendente dignidad”.
De este modo, ha explicado que el descanso, en el lenguaje de la fe, es por tanto una dimensión humana y divina al mismo tiempo. Con una prerrogativa única: “no es una simple abstención del cansancio y del compromiso ordinario, sino una ocasión para vivir plenamente la propia creaturalidad elevada a la dignidad filial de Dios mismo”.
Asimismo, el Papa ha recordado que la exigencia de “santificar” el descanso se une a un tiempo que permita cuidar la vida familiar, cultural, social y religiosa, haciendo de todos estos horizontes un espacio y un tiempo para Dios y para el hombre.
Por esto, ha subrayado a los presentes que “contribuyen a poner las bases para que el descanso pueda ser vivido como dimensión auténticamente humana, y por esto abierta a la posibilidad de un encuentro vivo con Dios y con los otros”.
Además, el Pontífice ha asegurado que están llamados “a hacer frente a desafíos cada vez más complejos”. Desafíos –ha indicado– que provienen tanto de la sociedad actual, con la criticidad de sus equilibrios y la fragilidad de sus relaciones; como del mundo del trabajo, plagado de la insuficiencia ocupacional y de la precariedad de las garantías que logra ofrecer.
Ha advertido que hasta hace algún tiempo era común asociar la meta de la pensión a la llegada de la tercera edad. Pero, ha observado “la época moderna ha cambiado sensiblemente los ritmos”. Por un lado, “la eventualidad del descanso se ha anticipado, a veces diluida en el tiempo, a veces renegociada hasta los extremos aberrantes, como el que distorsiona la idea misma de una cesación laboral”. Y por otro lado, ha asegurado, “nunca nos olvidamos de las exigencias de atención, tanto para quienes perdieron o nunca tuvieron un trabajo, como para aquellos que se ven obligados a interrumpirlo por varias razones”.
Trabajar, ha asegurado el Papa, quiere decir prolongar la obra de Dios en la historia, contribuyendo de forma personal, útil y creativa. De este modo ha añadido que el trabajo “no puede ser prolongado o reducido en función del beneficio de pocos y de formas productivas que sacrifican valores, relaciones y principios”.
Finalmente, Francisco ha pedido “amar y servir al hombre con conciencia, responsabilidad y disponibilidad”. Trabajad para quien trabaja –ha concluido– y para quien quisiera hacerlo pero no puede. No como solidaridad, sino como deber de justicia.
La generosidad de la viuda
XXXII Domingo Ordinario
I Reyes 17, 10-16: “Con el puñado de harina la viuda hizo un panecillo y se lo llevó a Elías”
Salmo 145: “El Señor siempre es fiel a su palabra”
Hebreos 9, 24-28: “Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados de todos”
San Marcos 12, 38-44: “Esa pobre viuda ha echado en la alcancía más que todos”
“¡Eso es una locura! Es quedarse expuesto a todos los peligros y abrir con ingenuidad las puertas a los desconocidos”. Son las objeciones de quienes escuchan con admiración los métodos y caminos de “Los Traperos de Emaús”, en su terca misión de transformar la sociedad: “Dar todo, dar a todos, abrir la puerta y compartir la mesa”. Dicen no tener nada porque se han dedicado a recoger lo que la sociedad ha desechado, pero tienen un techo, un trabajo y una comunidad y lo arriesgan todo abriendo el corazón a quien llega a sus puertas. “Como muestra de confianza entregamos la llave de la casa al que solicita su admisión”. Así, dando todo, encuentran la fuerza para levantar a hombres y mujeres marginados por la sociedad. Sólo tienen “la basura” que recogen, seleccionan y ofrecen. Sus ganancias las entregan con generosidad a quien llega y quien más lo necesita.
Las enseñanzas de Jesús parten de la vida, a veces resaltando lo positivo y a veces denunciando las injusticias y las mentiras que perjudican a la vida de sus discípulos. San Marcos nos presenta a un Jesús observador y crítico que pone en evidencia el fuerte contraste que existe entre la conducta de los escribas y la de la viuda pobre. Jesús ve más allá de las apariencias, penetra en el interior y nos obliga a fijar nuestra mirada en los pequeños, en los desconocidos, en los sin nombre, en esos hombres y mujeres que, aparentemente, no tienen nada pero son los que van construyendo el Reino. Desde su mirada misericordiosa contempla con dolor la ostentación de los ricos, pero también las pequeñas monedas que se pierden en la oscuridad de las alcancías. Para Él no puede pasar inadvertida la insignificante ofrenda de la viuda. El contraste es manifiesto y Jesús se muestra juez implacable de los que hacen ostentación de su dinero, poder y generosidad, y al mismo tiempo, insobornable defensor de los más pobres.
Ante la escandalosa pobreza, un mundo que se desbarata y una hermana madre tierra que gime, los poderosos ofrecen vistosas soluciones y detrás de sus propuestas, esconden intereses egoístas y fraudulentos rescates. Ya lo denuncia el Papa Francisco en su encíclica “Laudato Si”, acusando a quienes fingen y proponen soluciones pero no arriesgan nada y son los pobres quienes tienen que sacrificar sus pocas pertenencias y son exigidos sin misericordia. Acusar y no comprometerse hoy igual que ayer. Los nuevos escribas y fariseos se echan sobre las pobres pertenencias de los pobres. Pero Jesús, cuando dice “¡Cuidado!” , nos lo dice también a nosotros que tenemos el corazón muy propenso a la riqueza, a la fama y al placer.
Dos viudas, pobres, humildes, hoy nos reclaman nuestros tibios compromisos y nuestra muy condicionada participación. Para construir el Reino se necesita entregar todo.
Ellas no sabrán mucho de teologías, pero saben de generosidad; ellas no comprenderán de sistemas económicos ni de teorías ambientalistas, pero saben ofrecer todo lo que tienen; ellas no disertarán sobre nuevos sistemas y brillantes soluciones, sólo viven la fraternidad. La viven a plenitud y con una confianza inmensa en el amor de Dios que ve el interior del corazón y que reconoce la bondad de los pequeños.
La generosidad de “estas viudas” y las viudas y pobres de hoy, es también la base de la solidaridad. No se trata de dar lo que nos sobra o ya no necesitamos; no se trata de deshacernos de la basura que estorba en nuestras casas y que “a lo mejor al otro le puede ser útil”. No se trata de una ayuda que humille, sino de un compromiso que promueva la hermandad. Siguiendo el ejemplo de Jesús, y también el de la viuda, la solidaridad implica un intercambio entre iguales aunque poseamos diferente; una entrega de lo que da vida, una donación de nuestro tiempo y de todo lo que somos nosotros. Uno es generoso no cuando se atiene a todas sus posesiones para sentirse seguro, sino cuando ofrece aquello que también a él le hace falta. Ciertamente es una revolución en nuestro pensamiento y en nuestras ambiciones, pero la propuesta de Jesús es revolucionaria o deja de ser verdadera. Jesús no propone la mediocridad y la indiferencia, Él mismo se ha entregado a plenitud. Hay otra enseñanza que nos deja esta viuda pobre: hacer nuestras tareas a plenitud y no en la mediocridad. Hay muchos que van “sobreviviendo”, “pasándola”, “dejándose llevar por los vientos”, pero sin vivir plenamente. Si contemplamos a Jesús, lo descubrimos viviendo y dándose sin medida, sin cálculos. Dando todo lo que tiene y dándose todo entero; vaciándose, anonadándose y agotándose, sin nada para sí mismo. Por eso se entrega en un pan: triturado, para que todos lo coman y tengan vida.
Hoy hay gente que vive así. Que les gusta dejarse llevar por la explosión de su generosidad, que llenan cada momento con su entusiasmo y su alegría, aunque tengan los bolsillos vacíos. No se trata de huir artificialmente de una situación de crisis, sino que es la única manera de vivir cristianamente la crisis: compartiendo en la fe, en la generosidad, y no dejando que muera la esperanza. Sólo uniendo lo poco, casi nada, que tienen miles de personas generosas se logrará crear un mundo nuevo. Conozco personas a quienes la crisis y la pobreza les ha dejado un carácter agrio y las ha dividido y las colocado en pleito con sus cercanos; y recuerdo, con admiración, familias que gracias a una crisis económica han descubierto que tenían muchos más valores que compartir y a quienes su amor los sostiene y alienta. Nuestra aportación a un mundo mejor, nuestra generosidad, por ser tan pequeña, parece que no solucionará los graves problemas, pero desencadena la esperanza y la alegría por hacer, mantiene viva la débil llama del amor. Actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de demostrar que el amor vence al odio, a la indiferencia y a la injusticia.
Ayúdanos, Padre bueno, a que dejando en tus manos amorosas todas nuestras preocupaciones, nos entreguemos con mayor libertad y generosidad a la construcción de tu Reino. Amén.
Francisco recibe a los ganadores del Nobel de la Paz 2015
El Cuarteto de Diálogo Nacional Tunecino fue galardonado el pasado 9 de octubre ‘por su decisiva contribución a crear una democracia plural en Túnez’
Por su parte, los galardonados con el Nobel han dado las gracias al Papa por haberles recibido y han subrayado la importancia del trabajo realizado por el Pontífice “verdadero hombre de paz”, para que ésta pueda establecerse en todas partes.
El papa Francisco les ha regalado la medalla del pontificado y una copia de la encíclica Laudato si’ en francés. Asimismo, ellos han entregado al Santo Padre un volumen de historia forense y un cuadro que representa a Mahatma Gandhi, otra de las grandes figuras que representa la paz en el mundo.
El Cuarteto de Diálogo Nacional Tunecino fue galardonado el pasado 9 de octubre con el Premio Nobel de la Paz “por su decisiva contribución a crear una democracia plural en Túnez”. El jurado elogió al grupo por «su decisiva contribución a la construcción de una democracia plural en Túnez tras la Revolución de los Jazmines en 2011».
Tal y como explicó en su día el comité, esta organización «estableció un proceso político pacífico y alternativo en un momento que el país estaba al borde de la guerra civil» y se convirtió en un «instrumento para posibilitar que Túnez, en el espacio de unos años, estableciera un sistema constitucional de gobierno garantizando los derechos fundamentales de toda la población, sin importar el género, las convicciones políticas o creencias religiosas».
El Vaticano acoge un Simposio Internacional para jóvenes contra la trata de personas
Busca tomar conciencia de la emergencia global de las nuevas formas de esclavitud
La Pontificia Academia de las Ciencias Sociales realiza este fin de semana el Simposio Mundial de Jóvenes contra la Trata de personas «para dar a conocer la preocupante situación por las nuevas formas de esclavitud, que afectan a millones de personas en todo el mundo». El encuentro se celebra en la Casina Pío IV del Vaticano y lleva por lema «El perfecto amor echa fuera el temor, la avidez y la esclavitud: los jóvenes tienen que guiar el camino«.
“El futuro de nuestro mundo globalizado está en las manos de los jóvenes. Debemos confiar en ellos. A continuación del seminario de noviembre 2014 sobre Los jóvenes contra la prostitución y la trata de personas, un año después queremos invitarlos e invitarlas nuevamente a un seminario de toma de conciencia de la emergencia global de las nuevas formas de esclavitud”, indica monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias, en una carta de presentación del encuentro.
Nuestro propósito –asegura– es componer una guía para distribuir entre los jóvenes de todo el mundo, que explique las diferentes formas de esclavitud moderna y las mejores prácticas que pueden seguir los jóvenes para combatirlas. «Asimismo nos proponemos determinar una estrategia para desarrollar una red mundial de jóvenes con experiencia territorial que sean promotores y puntos de referencia para las agencias y las instituciones que combaten esta causa en el mundo», explica el canciller.
Asimismo, monseñor Sorondo afirma que “la humanidad progresivamente está reaccionando delante de esta tragedia, que compromete a más de 30 millones de personas, con una nueva forma de solidaridad intergeneracional y intra-generacional. Los y las jóvenes están llamados a reforzar esta conciencia y a comunicarla a su generación y a las futuras, haciendo el propio camino al andar”.
‘El Vaticano II depositó una gran esperanza en la tarea evangelizadora de los laicos’
Entrevista a monseñor Miguel Delgado Galindo, subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos, a propósito del 50º aniversario del decreto del Concilio Vaticano II Apostolicam Actuositatem sobre el apostolado de los laic
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El 10 de noviembre de 2015 se celebra en Roma, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, una Jornada de Estudio titulada «Vocación y misión de los laicos. Cincuenta años después del decreto Apostolicam Actuositatem «, con la que el Consejo Pontificio para los Laicos quiere celebrar el 50º aniversario de la promulgación del decreto conciliar que, en el contexto del Concilio Vaticano II, trató de analizar y aumentar la importancia de la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo. Para compreder mejor la relevancia de este documento y el papel de los laicos en la Iglesia y en la sociedad, ZENIT ha entrevistado a monseñor Miguel Delgado Galindo, subsecretario del Consejo Pontificio para los Laicos
La semana que viene se celebra una jornada de Estudio sobre el decreto Apostolicam Actuositatem. ¿Cuáles serán los principales temas a tratar?
— Monseñor Delgado: La Jornada de estudio del próximo martes, 10 de noviembre, tendrá lugar con motivo del 50º aniversario de la promulgación del decreto del Concilio Vaticano IIApostolicam actuositatem sobre el apostolado de los laicos, que lleva la fecha del 18 de noviembre de 1965. El Consejo Pontificio para los Laicos, junto con la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, ha considerado importante organizar esta Jornada de estudio para recordar las enseñanzas del último concilio ecuménico acerca del apostolado de los fieles laicos, para reflexionar sobre la teología del laicado cincuenta años después de la conclusión del Vaticano II, así como para analizar los grandes desafíos que interpelan a los laicos en el actual contexto cultural. No se trata sólo de un acto académico conmemorativo en un aniversario significativo; se pretende propiciar una reflexión teológico-pastoral sobre la misión del laicado católico en el mundo contemporáneo, dentro del contexto de la etapa evangelizadora a la que todos los fieles en la Iglesia hemos sido convocados por el papa Francisco con su exhortación apostólica Evangelii gaudium. Por tanto, los temas fundamentales de la Jornada del próximo martes girarán en torno a la vocación y la misión de los fieles laicos en la Iglesia y en el mundo actual, a la luz del contenido del decretoApostolicam actuositatem. Al final de la Jornada, el arzobispo emérito de Burgos, Mons. Francisco Gil Hellín, presentará el volumen que contiene la sinopsis del decreto Apostolicam actuositatem, publicado recientemente dentro de la colección «Sinopsis de los documentos del Concilio Vaticano II».
¿Qué supuso la publicación de este documento en su momento?
— Monseñor Delgado: En el conjunto de los 16 documentos del Concilio Vaticano II, el decreto Apostolicam actuositatem representó una gran novedad. Recordemos que sobre los fieles laicos ya se trataba en las constituciones conciliares Lumen gentium, sobre la Iglesia, y Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. La existencia de un documento específico del concilio que tuviera como tema el apostolado de los fieles laicos significa que el Vaticano II depositó una gran esperanza -como no podría ser de otro modo- en la tarea evangelizadora que corresponde a los laicos, que son y serán siempre la inmensa mayoría de fieles en la Iglesia, como ha vuelto a señalar el papa Francisco en la Evangelii gaudium.
Y en estos 50 años, ¿cómo se ha trabajado en ello?
–Monseñor Delgado: Ha habido desarrollos notables; basta pensar en el impulso que ha recibido el apostolado asociado en el pueblo de Dios, con la consolidación y aparición de nuevas formas asociativas en la Iglesia, como son los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades laicales, y su contribución a la misión apostólica. A este proceso san Juan Pablo II lo denominó la «nueva fase asociativa de los fieles laicos». Pensemos también en cómo se ha desarrollado la pastoral juvenil en todo el mundo, gracias a la Jornada Mundial de la Juventud, instituida por el papa Wojtyła en 1985, declarado Año internacional de la juventud por la ONU. ¡Cuántas vocaciones -laicales, sacerdotales, religiosas- ha suscitado Dios con la JMJ entre los jóvenes del mundo entero! También se ha profundizado mucho en la vocación y misión de la mujer en la Iglesia y en la sociedad, un tema fundamental en nuestros días. De estos y de otros campos de acción, como la pastoral del deporte, se ocupa actualmente el Consejo Pontificio para los Laicos, creado por el beato Pablo VI a comienzos de 1967, para dar cumplimiento a lo establecido en el decreto Apostolicam actuositatem, que preveía la institución en la Santa Sede de un organismo que se ocupara de servir e impulsar el apostolado de los laicos.
¿Qué temas son necesarios seguir profundizando en el pensamiento teológico y pastoral en relación con los laicos?
–Monseñor Delgado: Antes mencionaba la cuestión de la mujer, de su dignidad y de su contribución específica a la misión evangelizadora de la Iglesia; la reflexión sobre el hombre y la mujer en su relación de reciprocidad y complementariedad; la tarea evangelizadora de los laicos en la sociedad contemporánea, caracterizada por grandes y rápidas transformaciones culturales. Es en este contexto donde los fieles laicos están llamados, por su propia vocación cristiana, a llevar la perenne novedad del Evangelio de Cristo. Se necesita seguir reflexionando en lo que es propio de la vocación de los fieles laicos, que después de cincuenta años de la conclusión del Vaticano II no se puede dar por descontado, y que se podría resumir en una palabra: secularidad. En un ensayo publicado recientemente, la teóloga Pilar Río define a los fieles laicos como «la Iglesia en la entraña del mundo». Me parece una definición excelente del laico: es el fiel cristiano a quien Dios lo llama por medio del sacramento del bautismo a ser fermento de santificación, propia y de los demás, en el mundo.
El Santo Padre ha exhortado en varias ocasiones a un papel más activo de los laicos en la Iglesia, ¿De qué forma se concreta esto?
–Monseñor Delgado: La tarea de los fieles laicos se lleva a cabo en la Iglesia y en el mundo. Se requiere una profunda toma de conciencia de la identidad cristiana recibida con el bautismo, de la llamada universal a la santidad y al apostolado; y esto no es quehacer de un día, sino de toda la vida. Los fieles laicos, como discípulos de Cristo, están llamados por su propia vocación cristiana a buscar y encontrar a Dios en el mundo, en el trabajo profesional, que no deben abandonar, en las circunstancias ordinarias de la vida familiar y social en las que se encuentran integrados. Es precisamente allí donde los laicos están llamados a ser testigos de Cristo y a hacerle presente entre los hombres.
¿Cuáles son los actuales retos y desafíos para los laicos en el contexto social y cultural?
–Monseñor Delgado: Son los retos y desafíos apostólicos de todo el pueblo de Dios. La Jornada de estudio del próximo 10 de noviembre prevé una mesa redonda con cuatro temas que se han considerado prioritarios, aunque se podían haber seleccionado otros muchos. El primero es testimoniar el Evangelio del matrimonio y de la familia en la vida cotidiana, que es una cuestión crucial. La familia ha sido el tema de los dos últimos Sínodos de los obispos, celebrados en 2014 y 2015. El segundo es afrontar el reto de la emergencia educativa en las circunstancias actuales: ¿cómo educar hoy? ¿Cómo transmitir la fe a las jóvenes generaciones? El tercero es hacerse cargo de las antiguas y las nuevas situaciones de pobreza. Basta pensar en los nuevos movimientos migratorios del siglo XXI, en los refugiados que huyen de sus respectivos países en situación de guerra para ofrecer un futuro de paz a sus hijos. El último tema que se abord
ará será el servicio al bien común en el mundo de la política, que es el ámbito donde la política encuentra su sentido. Para llevar a cabo un apostolado fructífero, el principal reto para los fieles laicos es, sin duda, la formación cristiana, porque nadie puede dar aquello que previamente no posee. Conocer a Cristo y tratarle como se trata a un hermano, a un gran amigo; conocer las razones de la fe, está siempre en la base de la misión evangelizadora de todos los miembros del pueblo de Dios.
Beato Juan Duns Scoto – 8 de noviembre
«Excelso franciscano, virtuoso y brillante teólogo, aclamado como doctor subtilis, es también conocido como doctor mariano y doctor del Verbo Encarnado por su encendida defensa de la Inmaculada Concepción»
Después de ser ordenado en 1291 en Northampton le encomendaron la delicada tarea de confesar, misión muy reputada en la época que se ofrecía a personas de probada virtud, hasta que llegó el momento de iniciar estudios de teología en los prestigiosos paraninfos universitarios de Cambridge y Oxford. Sus dotes intelectuales eran tan excepcionales que en 1293 fue enviado a completar su formación en la célebre universidad de París, aunque en esta decisión pesaron de forma singular sus cualidades espirituales. En él vieron sus superiores los rasgos de un gran franciscano cuya convivencia, por su virtud, era ejemplar. Y es que Juan era un hombre de oración, obediente, humilde, sencillo, abnegado, devotísimo de la Eucaristía y de María, fiel a la Iglesia. Un místico y contemplativo, pero no teórico; lo que escribía y decía estaba encarnado en su amor y entrega a Cristo. Bebía de la tradición de la Iglesia nutriendo con ella las enseñanzas filosófico-teológicas.
Se convirtió no sólo en un reputado profesor universitario, aclamado en Cambridge y en París, ciudades donde ejerció la docencia, sino en un apóstol singular que defendía la verdad y actuaba coherentemente en todo instante. Por su testimonio muchos de sus discípulos se sintieron alentados a emprender el camino de la santidad, y su influjo no ha cesado en todos estos siglos. Durante el curso 1297-98 las Sentencias de Pedro Lombardo fueron uno de los textos fundamentales que alumbraron su reflexión intelectual; constituyeron la base de su Lectura I, II y III, y materia para su labor académica en Cambridge. Por cierto, que estos trabajos, que en realidad pretendían ser apuntes sobre lasSentencias de Lombardo, revelaron sus altas cualidades para la teología, disciplina que enseñó en París, Oxford y Colonia.
En sus clases ya se ponía de manifiesto su espíritu religioso puesto que daba inicio a las mismas con una oración que incluía después en sus obras. En 1302 se hallaba en París por segunda vez, pero la estancia fue breve. Se produjo un gravísimo enfrentamiento entre el papa Bonifacio VIII y el monarca francés Felipe IV, y Juan se negó a firmar una apelación promovida por éste contra el pontífice, por lo cual tuvo que abandonar la capital gala. En 1305 regresó por tercera y última vez a París como profesor de filosofía y de teología en calidad de Magíster regens. Hallándose en esta ciudad, impulsó la disputa en torno a la Inmaculada Concepción.
La situación planteada era compleja, especialmente por el peso de cierta tradición al respecto sosteniendo que la Virgen no había sido «concebida inmaculada» desde el principio. Pero Juan se encomendó a María: «Te alabaré, oh Virgen sacrosanta; dame valor contra tus enemigos». Poseía una inteligencia excepcional, gran agudeza y sentido crítico. Sus cualidades intelectuales, vinculadas a las espirituales, hicieron de él la persona idónea para defender a la Inmaculada. Fue capaz de memorizar doscientos argumentos contrarios a esta doctrina y refutarlos sistemáticamente y por el mismo orden que fueron expuestos, uno por uno. Es bien conocido el axioma de Eadmer inspirado en San Anselmo: «Potuit, decuit, ergo fecit (Podía, convenía, luego lo hizo)», que Scoto desarrolló dejando claro que la Madre de Dios había sido preservada del pecado original desde el mismo instante de su concepción. Ella fue agraciada por la redención de Cristo antes de ver la luz del mundo.
El argumento del beato fue tenido en cuenta por Pío IX para definir este dogma mariano proclamado el 8 de diciembre de 1854 en la Constitución Ineffabilis Deus. La encendida defensa de María y de la Encarnación efectuada por Scoto le han merecido el título de «doctor mariano» y «doctor del Verbo encarnado». Su devoción por la Madre del cielo rubricaba el genuino espíritu franciscano al que se había abrazado.
En 1307 sus superiores le destinaron a Colonia para impartir clases en el Studium teológico franciscano. Y allí murió el 8 de noviembre de 1308. Estaba en el esplendor de su madurez; tenía 43 años. Su excepcional legado intelectual comprende obras de gran envergadura como Ordinatio (Opus oxoniense) y Reportata parisiensa (Opus parisiense), así como elTratado del Primer Principio. Había inducido a sus numerosos alumnos, algunos de ellos insignes, así como a los incontables que le siguieron, a transitar por el camino de la perfección. Juan Pablo II lo beatificó el 20 de marzo de 1993, aunque ya había confirmado su culto ab inmemorabili tempore el 6 de julio de 1991. Al elevar a Scoto a los altares, el pontífice lo denominó «cantor del Verbo encarnado y defensor de la Inmaculada Concepción».