Como cada domingo, el papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz fiesta!
En la celebración de hoy, fiesta de Todos los Santos, sentimos particularmente viva la realidad de la comunión de los santos, nuestra gran familia, formada por todos los miembros de la Iglesia, tanto los que somos todavía peregrinos en la tierra, como aquellos inmensamente más, que ya la han dejado y se han ido al Cielo. Estamos todos unidos, todos, y esto se llama la comunión de los santos, es decir, la comunidad de todos los bautizados.
En la liturgia, el Libro del Apocalipsis se refiere a una característica esencial de los santos, y dice así: ellos son personas que pertenecen totalmente a Dios. Los presenta como una multitud inmensa de “elegidos”, vestidos de blanco y marcados por el “sello de Dios” (cfr 7,2-4.9-14). Mediante este último particular, con lenguaje alegórico, se subraya que los santos pertenecen a Dios de modo pleno y exclusivo, son su propiedad. Y ¿qué significa llevar el sello de Dios en la propia vida y en la propia persona? Nos lo dice también el apóstol Juan: significa que en Jesucristo nos hemos convertido verdaderamente en hijos de Dios (cfr 1 Jn 3,1-3).
¿Somos conscientes de este gran don? ¡Todos nosotros, hijos de Dios! ¿Recordamos que en el Bautismo hemos recibido el “sello” de nuestro Padre celeste y nos hemos convertido en sus hijos? Para decirlo en modo simple: ¡llevamos el apellido de Dios! Nuestro apellido es Dios, porque somos hijos de Dios. ¡Aquí está la raíz de la vocación a la santidad! Y los santos que hoy recordamos son precisamente aquellos que han vivido en la gracia de su Bautismo, han conservado íntegro el “sello” comportándose como hijos de Dios, tratando de imitar a Jesús; y ahora han alcanzado la meta, porque finalmente “ven a Dios así como Él es”.
Una segunda característica propia de los santos es que son ejemplos a imitar. Pero prestemos atención, no solo aquellos canonizados, sino también los santos, por así decir, “de la puerta de al lado”, que con la gracia de Dios se han esforzado por practicar el Evangelio en su vida ordinaria. No están canonizados. De estos santos nos hemos encontrado muchos también nosotros; quizás hemos tenido alguno en la familia, o bien entre los amigos y los conocidos. Debemos estarles agradecidos, y sobre todo debemos estar agradecidos a Dios que nos los ha dado, que nos los ha puesto cerca, como ejemplos vivos y contagiosos del modo de vivir y de morir en la fidelidad al Señor Jesús y a su Evangelio. Pero, ¡cuánta gente buena hemos conocido en la vida! Y conocemos. Y nosotros decimos: “pero esta persona es un santo”. Lo decimos, nos viene espontáneamente. Estos son los santos de “la puerta de al lado”, aquellos no canonizados pero que viven con nosotros.
Imitar sus gestos de amor y de misericordia es un poco como perpetuar su presencia en este mundo. Y, en efecto, aquellos gestos evangélicos son los únicos que resisten a la destrucción de la muerte: un acto de ternura, una ayuda generosa, un tiempo dedicado a escuchar, una visita, una palabra buena, una sonrisa… Ante nuestros ojos estos gestos pueden parecer insignificantes, pero a los ojos de Dios son eternos, porque el amor y la compasión son más fuertes que la muerte.
La Virgen María, Reina de Todos los Santos, nos ayude a confiar más en la gracia de Dios, para caminar con impulso en el camino de la santidad. A nuestra Madre confiamos nuestro compromiso cotidiano, y le rogamos también por nuestros queridos difuntos, en la íntima esperanza de reencontrarnos un día, todos juntos, en la comunión gloriosa del Cielo.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae…
Al concluir la plegaria, el Papa hizo un llamamiento ante la dolorosa situación en la República Centroafricana:
Queridos hermanos y hermanas,
Los dolorosos episodios que en estos últimos días han agravado la delicada situación de la República Centroafricana, suscitan en mi ánimo profunda preocupación. Hago un llamamiento a las partes involucradas para que se ponga fin a este ciclo de violencias. Estoy espiritualmente cercano a los Padres Combonianos de la parroquia Nuestra Señora de Fátima en Bangui, que acogen a numerosos refugiados. Expreso mi solidaridad a la Iglesia, a las otras confesiones religiosas y a la entera nación Centroafricana, tan duramente probadas mientras hacen todo lo posible para superar las divisiones y retomar el camino de la paz. Para manifestar la cercanía orante de toda la Iglesia a esta nación tan afligida y atormentada y exhortar a todos los centroafricanos a ser siempre más testigos de la misericordia y la reconciliación, el domingo 29 de noviembre tengo intención de abrir la puerta santa de la catedral de Bangui, durante el viaje apostólico que espero poder realizar a aquella nación.
Además, el Pontífice recordó la beatificación de la Madre Teresa Casini:
Ayer, en Frascati, ha sido proclamada beata la Madre Teresa Casini, fundadora de las Hermanas Oblatas del Sagrado Corazón de Jesús. Mujer contemplativa y misionera, hizo de su vida una oblación de oración y de caridad concreta en sostén de los sacerdotes. Agradecemos al Señor por su testimonio.
A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
Saludo a todos ustedes, peregrinos, procedentes de Italia y de muchos países; en particular, a los de Malasia y de Valencia (España).
Saludo a los participantes en la Carrera de los Santos y en la Marcha de los Santos, promovidas respectivamente por la Fundación “Don Bosco en el mundo” y por la Asociación “Familia Pequeña Iglesia”. Aprecio estas manifestaciones que ofrecen una dimensión de fiesta popular a la celebración de Todos los Santos. Saludo además a la Coral de San Cataldo, a los jóvenes de Ruvo de Puglia y aquellos de Papanice.
Por último, el Obispo de Roma se refirió a su visita al Cementerio del Verano:
Esta tarde iré al Cementerio del Verano, en donde celebraré la Santa Misa en sufragio por los difuntos. Visitando el principal cementerio de Roma, me uno espiritualmente a quienes en estos días van a rezar a las tumbas de sus seres queridos, en todas las partes del mundo.
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
A todos les deseo paz y serenidad en la compañía espiritual de los santos. ¡Feliz domingo! Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)