El santo padre Francisco se sienta hoy a comer con los presos de la cárcel de Poggioreale, conocida en Italia como una de las peores de Italia. Una encuentro que decidió él mismo y quiso además que fuera una comida.
A lo largo del pasillo que conduce a la capilla, el Papa ha saludado a representantes de la dirección, de la policía penitenciaria y de los trabajadores de la cárcel. En la plaza anterior a la Iglesia, ha saluda a los detenidos. Así, hoy el Pontífice ha comido con los presos y durante el encuentro ha respondido a las preguntas de dos encarcelados.
En primer lugar, un preso argentino le ha preguntado a Francisco cómo hacer para poder continuar alimentando la fe cuando sea libre, con las tentaciones que le esperan y sin la ayuda espiritual que ahora le acompaña en la cárcel. A continuación, un preso napolitano, ha preguntado si encontrarán acogida fuera de estos muros, “nosotros marcados de por vida, marginados, excludidos”.
“Traigo la palabra y el amor de Jesus, que ha venido a la tierra para hacer plena vuestra esperanza y ha muerto en la cruz para salvar a cada uno de vosotros”, ha indicado Francisco al inicio del discurso que les ha entregado.
De este modo, ha recordado que a veces ocurre sentirse desilusionado, desconfiado, abandonado por todos: “¡pero Dios no se olvida de sus hijos, no les abandona nunca!” Y espera siempre “con los brazos abiertos”, ha añadido.
Esta certeza –ha observado– infunde consuelo y esperanza, especialmente en los momentos difíciles y tristes. “También si en la vida nos hemos equivocado, el Señor no se cansa de indicarnos el camino de vuelta y de encuentro con Él”, asegura el Papa a los presos.
Nada podrá separarnos del amor de Dios, ni siquiera los barrotes de una cárcel, ha escrito el Papa. A propósito ha explicado que lo único que puede separarnos de Él es nuestro pecado pero “si lo reconocemos y lo confesamos con arrepentimiento sincero, precisamente ese pecado se convierte en lugar de encuentro con Él, porque Él es misericordia”.
Por otro lado, el Papa ha observado que demasiado a menudo los encarcelados se encuentran en condiciones indignas para condición humana, y después no consiguen reinsertarse en la sociedad. Pero gracias a Dios –ha observado– están los directivos, capellanes, educadores, trabajadores pastorales que saben estar cerca vuestros de la forma correcta. De este modo, el Obispo de Roma ha asegurado que es necesario trabajar en las experiencias de reinserción, desarrollar estas experiencias positivas que hacen crecer una actitud diversas en las comunidades civiles. Y en la base de este compromiso “está la convicción de que el amor puede transformar la personas humana”, ha observado.
Para finalizar, el Santo Padre ha invitado a los presentes a vivir cada día y cada momento “en la presencia de Dios, a quien pertenece el futuro del mundo y del hombre”. Y esta es la esperanza cristiana: “el futuro está en las manos de Dios”. Por eso les ha pedido que también en medios de los muchos problemas, incluso graves, “no perdamos nuestra esperanza infinita en la misericordia de Dios y en la providencia”.
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