Nos hará bien, al inicio de esta Cuaresma, a todos, pero especialmente a los sacerdotes, el don de las lágrimas, para hacer nuestra oración y nuestro camino de conversión cada vez más auténtico y sin hipocresía. Nos hará bien hacernos la pregunta, ¿yo lloro? ¿el Papa llora? ¿los cardenales lloran? ¿los obispos lloran? ¿los consagrados lloran? ¿el llanto está en nuestras oraciones? Ésta ha sido la invitación del santo padre Francisco durante la celebración eucarística del Miércoles de Ceniza. Además, ha advertido que “los hipócritas no saben llorar, han olvidado cómo se llora. No piden el don de las lágrimas”.
A las 16.30, en la Iglesia de san Anselmo en el Aventino, ha habido un momento de oración, seguido por una procesión penitencial hacia la Basílica de Santa Sabina. En la procesión han participado también cardenales, arzobispos, obispos, monjes benedictinos de San Anselmo, los padres dominicos de Santa Sabina y algunos fieles. Al finalizar la procesión, en Santa Sabina se ha celebrado la misa.
En su homilía, el Pontífice ha recordado que hoy se comienza la Cuaresma, “tiempo en el que tratamos de unirnos más estrechamente al Señor Jesucristo, para compartir el misterio de su Pasión y su Resurrección”.
Asimismo ha señalado que la liturgia de este día propone el pasaje del profeta Joel, enviado por Dios a llamar al pueblo a la penitencia y a la conversión, por una calamidad que devasta Judea. “Solo el Señor puede salvar del flagelo y es necesario suplicarle con oraciones y ayunos, confesando el propio pecado”, ha afirmado. El profeta habla de conversión interior, “volved a mí con todo el corazón”. Por eso, Francisco ha explicado que “volver al Señor con todo el corazón significa emprender un camino de una conversión no superficial y transitoria, sino un itinerario espiritual que se refiere al lugar más íntimo de nuestra persona”. El corazón –ha observado– es la sede de nuestros sentimientos, el centro en el que maduran nuestros elecciones, nuestras actitudes. Y ese “volved a mí con todo el corazón” no afecta solamente a los individuos, sino que se extiende a toda la comunidad, ha especificado el Papa.
Haciendo referencia al Evangelio de hoy, el Pontífice ha explicado que “Jesús relee las tres obras de piedad previstas por la ley de Moisés: la limosna, la oración y el ayuno”.
A propósito, el Papa ha recordado que con el tiempo estas disposiciones se habían visto arruinadas por el formalismo exterior o incluso se habían convertido en un signo de superioridad social. Y por eso Jesús subraya una tentación común a estas tres obras, que se puede resumir precisamente en la hipocresía.
De este modo, el Papa ha observado que cuando se realiza algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción. “Jesús nos invita a cumplir estas obras sin ninguna ostentación, y a confiar únicamente en la recompensa del Padre que ve en lo secreto”, ha recordado.
A continuación, el Santo Padre ha insistido en que el Señor “no se cansa nunca de tener misericordia de nosotros, y quiere ofrecernos una vez más su perdón, todos lo necesitamos, invitándonos a volver a Él con un corazón nuevo, purificado del mal, purificado por las lágrimas, para participar de su alegría”.
Para saber cómo acoger esta invitación, ha señalado el Papa, san Pablo en la segunda lectura de hoy hace una sugerencia: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios”. Este esfuerzo de conversión –ha añadido– no es solamente una obra humana.
Así, el Papa ha asegurado que la reconciliación entre Dios y nosotros es posible gracias a la misericordia del Padre que, por amor a nosotros, no dudó en sacrificar a su Hijo.“En Él podemos convertirnos en justos, en Él podemos cambiar, si acogemos la gracia de Dios y no dejamos pasar en vano el momento favorable”, ha indicado.
Por otro lado, ha pedido que María Inmaculada nos sostenga en nuestro combate espiritual contra el pecado, “nos acompañe en este momento favorable, para que podamos llegar y cantar juntos la exultación de la victoria en la Pascua de la Resurreción”.
Finalmente, sobre el gesto de la imposición de la ceniza y la fórmula que pronuncia el celebrante, el Obispo de Roma ha indicado que son un recordatorio de la verdad de la existencia humana: “somos criaturas limitadas, pecadores cada vez más necesitados de penitencia y conversión”.