Junto a la conciencia de la existencia está, necesariamente, la de la finalidad de la misma. Igual que a cada estructura le corresponde una función, como individuos de esta sociedad, y más aún como miembros del Cuerpo de Cristo, de una patria celeste, tenemos asignada una tarea aquí en la tierra. Se nos da una vida para hallar esa misión y cumplirla lo mejor posible. En esto hemos de educar también.
Con ojos marianos estamos viviendo con admiración la reciente solemnidad de la Ascensión del Señor. También la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales en esta penúltima semana de Pascua, previa a la de Pentecostés.
La Virgen María nos enseña a ser contemplativos en la acción. Ella es la primera comunicadora de la Palabra de Dios a los hombres, la que nos recuerda que debemos meditar y seguir coherentemente, de corazón, la de Cristo, y con verdad y transparencia también en nuestras palabras humanas, imagen y semejanza de la Suya.
No se trata de mirar solamente al cielo, tanto que nos despreocupemos por la buena administración de los bienes materiales confiados y los talentos que se nos han dado. Tampoco podemos permitir que nos absorban demasiado los aspectos más materiales, de nuestro quehacer diario, que descuidemos nuestra relación personal con Aquel que sabemos nos ama y sostiene. Ora et labora.
La misión que se nos ha confiado es sencilla en su configuración pero exigente en el esfuerzo, ajustado y personal, que nos pide. El problema es de consciencia y compromiso renovado, de constancia y afecto real. Somos amigos de Dios si hacemos lo que Él nos pide en cada momento. ¿Cómo saberlo? Miremos la tarea de cada día, la vida, como problema que el Misterio nos ha puesto delante y que reclama nuestra razón y libertad.
En la familia, en el trabajo, en casa, en nuestro barrio,… con amigos, compañeros, familiares, conocidos,… ¿en qué medida el cansancio, la pereza o el aburrimiento determinan a veces algunos momentos del día y no Su Energía, Su Ánimo o Su Voluntad?
Se trata de nuestra vida, del tiempo que se nos ha dado para desarrollarla. Hace poco tiempo recordamos la Anunciación del Señor y apenas un mes después la Ascensión. Es curioso cómo ambos los hemos celebrado en la Pascua, porque eso es lo que expresan, el paso del Señor por nuestra vida, por la humanidad entera.
¿Cómo estamos pasando por esta vida? ¿Cómo está transcurriendo nuestra pascua personal, nuestro paso por esta época de la humanidad? ¿Resiste nuestra fe a las circunstancias por las que vamos atravesando? Es decir: ¿Es Cristo el centro y lugar de nuestro afecto? ¿nuestra plenitud y certezas vienen de la relación con Cristo presente? Si no nos convertimos a Él nuestra vida pierde su destino. Es fundamental para ser libres, alegres y gozosos. Comuniquemos a todos esta misión.