Por: Andrea Tornielli.
(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 14.03.2022).- «La guerra es una locura, hay que detenerla». El cardenal secretario de Estado, Pietro Parolin habló a los medios de comunicación del Vaticano sobre la escalada de la guerra en el corazón de Europa y dijo: «Debemos tener un corazón de piedra para permanecer impasibles y permitir que continúe este estrago, que sigan corriendo ríos de sangre y lágrimas».
Eminencia, en primer lugar, ¿puede resumir la posición de la Santa Sede sobre el conflicto actual?
La posición de la Santa Sede es la que el Papa ha repetido varias veces: un no rotundo a la guerra, la guerra es una locura, hay que pararla. Pedimos, apelando a la conciencia de todos, que los combates cesen inmediatamente. Tenemos ante nuestros ojos las terribles imágenes procedentes de Ucrania. Las víctimas entre los civiles, mujeres, ancianos y niños indefensos que han pagado con su vida la locura de la guerra. La angustia crece al ver ciudades con casas destruidas, sin electricidad, con temperaturas bajo cero y con falta de alimentos y medicinas.
Así como los millones de refugiados, en su mayoría mujeres y niños, que huyen de las bombas. En los últimos días me he encontrado con un grupo de ellos, que ha llegado a Italia desde diversas partes de Ucrania: miradas inexpresivas, rostros sin sonrisas, tristeza infinita… ¡Qué culpa tienen esas jóvenes madres, qué culpa tienen sus hijos! Hay que tener un corazón de piedra para permanecer impasible y permitir que continúe este estrago, que sigan corriendo ríos de sangre y lágrimas. ¡La guerra es una barbarie! Es significativo que en el Ángelus del domingo 27 de febrero el Santo Padre se refiriera al artículo 11 de la Constitución italiana que dice: «Italia repudia la guerra como instrumento de ofensa a la libertad de los demás pueblos y como medio de solución de las controversias internacionales». Los que hacen la guerra se apoyan en la lógica diabólica de las armas y olvidan la humanidad: ¡cuántos ejemplos tenemos de la verdad de estas palabras! A menudo los olvidamos, a veces porque se refieren a guerras que consideramos «lejanas», pero que en realidad, en nuestro mundo interconectado, nunca están realmente lejos.
¿Por qué el Papa, en un gesto sin precedentes, visitó la embajada rusa el día después del inicio del ataque del ejército de Moscú en Ucrania?
Tiene razón al calificar lo del Papa Francisco como un gesto sin precedentes. El Santo Padre quiso expresar a las autoridades de Moscú toda su preocupación por la escalada bélica que acababa de comenzar, y decidió dar un paso personal en este sentido, dirigiéndose a la representación diplomática de la Federación Rusa ante la Santa Sede.
En los últimos días, usted mantuvo una conversación telefónica con el Ministro de Asuntos Exteriores ruso Lavrov. ¿Qué cosa se dijeron?
Repetí el llamamiento del Papa a un alto el fuego inmediato. Pedí el fin de los combates y una solución negociada del conflicto. Insistí en el respeto a la población civil y en los corredores humanitarios. También reiteré, como había hecho el Papa el domingo pasado en el Ángelus, la total disponibilidad de la Santa Sede para cualquier tipo de mediación que pueda favorecer la paz en Ucrania.
A pesar de los llamamientos a dejar de usar las armas, nos enfrentamos a una escalada que no da señales de remitir. ¿Por qué?
La guerra es como un cáncer que crece, se expande y se alimenta de sí mismo. Es una aventura sin retorno, por utilizar las proféticas palabras de San Juan Pablo II. Por desgracia, debemos reconocerlo: hemos caído en un vórtice que puede tener consecuencias incalculables y nefastas para todos.
Cuando un conflicto está en marcha, cuando el número de víctimas indefensas crece, siempre es difícil dar marcha atrás, aunque no es imposible, si se tiene la voluntad real de hacerlo; es difícil perseguir las negociaciones con todo el esfuerzo, seguir todos los caminos posibles hacia una solución, ser tenaz en emprender iniciativas de paz.
No debemos ceder a la lógica de la violencia y el odio. Tampoco debemos ceder a la lógica de la guerra y resignarnos a ella, apagando cualquier atisbo de esperanza. Debemos elevar todos juntos un grito a Dios y a la humanidad para que silencien las armas y restablezcan la paz, como está haciendo el Papa.
El mundo ha cambiado completamente en el espacio de unos días: ahora se habla mucho de rearme, de nuevos gastos militares, de la necesidad de volver a las centrales de carbón y de la transición ecológica…
Sí, en pocos días el mundo, nuestro mundo, ya muy castigado por la pandemia, parece haber cambiado. Recordamos las valientes palabras pronunciadas por el Santo Padre en Hiroshima en noviembre de 2019. Dijo: «Deseo humildemente ser la voz de aquellos cuya voz no es escuchada y que miran con inquietud y angustia las crecientes tensiones que atraviesan nuestro tiempo, las inaceptables desigualdades e injusticias que amenazan la convivencia humana, la grave incapacidad de cuidar nuestra casa común, el continuo y espasmódico recurso a las armas, como si éstas pudieran garantizar un futuro pacífico».
Y añadió: «Con convicción quiero reiterar que el uso de la energía atómica con fines bélicos es, hoy más que nunca, un crimen, no sólo contra el hombre y su dignidad, sino contra cualquier posibilidad de futuro en nuestra casa común. El uso de la energía atómica con fines bélicos es inmoral, al igual que lo es la posesión de armas atómicas». Hoy vemos que ante lo que está ocurriendo en Ucrania muchos hablan de rearme: se destinan nuevas y enormes sumas de dinero a armamento, la lógica de la guerra parece imponerse, la distancia entre las naciones aumenta. Por desgracia, parece que hemos olvidado las lecciones de la historia, de nuestra historia reciente. Vuelvo a citar la voz de San Juan Pablo II cuando abogaba por no entrar en guerra con Iraq: vemos las condiciones de ese país aún hoy, casi veinte años después de aquel conflicto. Tenemos ante nuestros ojos prueba tras prueba de la devastación e inestabilidad que produce la guerra.
¿Qué camino se puede seguir que no implique únicamente la eliminación del otro?
La Doctrina Social de la Iglesia siempre ha reconocido la legitimidad de la resistencia armada frente a la agresión. Pero creo que ante lo que está ocurriendo es imprescindible preguntarse: ¿estamos haciendo todo lo posible para alcanzar una tregua? ¿Es la resistencia armada el único camino? Comprendo que estas palabras, ante la matanza de mujeres y niños, ante los millones de desplazados, ante la destrucción de un país, puedan sonar utópicas. Pero la paz no es una utopía, ¡hay tantas vidas humanas en peligro que hay que salvar inmediatamente! Por ello, es necesario emprender iniciativas político-diplomáticas de amplio alcance para lograr un alto el fuego y el inicio de negociaciones para encontrar una solución no violenta. La Santa Sede está dispuesta a hacer todo lo posible en este sentido.
El Papa ha dicho explícitamente que la guerra en Ucrania es una guerra y no «una operación militar». ¿Por qué?
Las palabras son importantes, y definir lo que está ocurriendo en Ucrania como una operación militar es no reconocer la realidad de los hechos. Nos enfrentamos a una guerra, que desgraciadamente se cobra muchas víctimas civiles, como todas las guerras.
¿Cree que Europa y Occidente en general han hecho todo lo necesario para evitar esta escalada bélica?
No me gusta especular de esta manera. La pregunta ofrece, sin duda, un interesante motivo de reflexión. Recordamos la situación de conflicto existente en Donbás, la insuficiente aplicación de los acuerdos de Minsk y lo ocurrido con Crimea. Pero ¡no lloremos sobre la leche derramada! Más bien se necesita una nueva determinación para garantizar que estas crisis se resuelvan con la ayuda de todos.
¿Qué papel juega la política? ¿Y qué papel juega la diplomacia en este momento?
Cuando dije que era necesario tomar iniciativas políticas y diplomáticas, me refería precisamente a esta necesidad de política y diplomacia. Estamos retrocediendo al pasado en lugar de atrevernos a dar pasos hacia un futuro diferente, un futuro de convivencia pacífica. Por desgracia, hay que reconocer que tras la caída del Muro de Berlín no hemos sido capaces de construir un nuevo sistema de convivencia entre naciones que vaya más allá de las alianzas militares o de la conveniencia económica. La actual guerra en Ucrania deja clara esta derrota. Pero también me gustaría decir que nunca es demasiado tarde, nunca es demasiado tarde para hacer las paces, nunca es demasiado tarde para volver sobre los propios pasos y encontrar un acuerdo.
¿Cuál es el papel de las Iglesias?
Ante las amenazas que se ciernen, el papel de los cristianos es, ante todo, convertirse. Ayer -me dijeron- en presencia del cardenal Krajewski, enviado especial del Papa a Ucrania, que se celebró una oración ecuménica en la que en primer lugar se pidió perdón al Señor por nuestra dureza de corazón, por nuestros pecados que alimentan el mal que hay en el mundo.
Y luego, el papel de los cristianos, es pedir a Dios que conceda la paz, que ilumine las mentes de los que hacen la guerra y que evite el sufrimiento de los inocentes. Las Iglesias están dando un gran testimonio de solidaridad en la ayuda a los refugiados. Creo que también es muy importante que insistan en pedir el fin de los combates: no puede haber justificación para la guerra, el odio y la violencia.