(ZENIT Noticias / Ulan Bator, 02.09.2023).- Valiéndose de la imagen de los ger (especie de unidades habitacionales mongolas) el Papa articuló un bonito discurso que tocó la fibra de la población local. Ofrecemos a continuación el texto íntegro en español del primer discurso del Papa Francisco en Mongolia.
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Agradezco al señor Presidente la acogida y las palabras que me ha dirigido, y saludo de corazón a cada uno de ustedes. Me siento honrado de estar aquí, feliz por haber viajado hasta esta tierra fascinante y vasta, hasta este pueblo que conoce bien el significado y el valor del camino. Lo revelan sus moradas tradicionales, las ger, hermosísimas casas itinerantes. Imagino entrar por primera vez, con respeto y emoción, en una de estas tiendas circulares que salpican la majestuosa tierra mongola, para encontrarme con ustedes y conocerlos mejor. Aquí estoy a la puerta, peregrino de la amistad, llegando de puntillas y con el corazón alegre, deseoso de enriquecerme humanamente con vuestra presencia.
Cuando entramos en la casa de los amigos es hermoso intercambiar regalos, acompañándolos con palabras que evocan los encuentros anteriores. Y si las relaciones diplomáticas modernas entre Mongolia y la Santa Sede son recientes —este año se celebra el 30 aniversario de la firma de una carta para reforzar las relaciones bilaterales—, mucho tiempo antes, exactamente hace 777 años, precisamente entre el final de agosto y el inicio de septiembre de 1246, fray Juan de Plano Carpini, enviado papal, visitó a Guyuk, el tercer emperador mongol, y le presentó al Gran Kan la carta oficial del Papa Inocencio IV. Poco después fue redactada y traducida en varias lenguas la carta de respuesta, timbrada con el sello del Gran Kan en caracteres mongoles tradicionales. Esta se conserva en la Biblioteca Vaticana y hoy tengo el honor de entregarles una copia auténtica, realizada con las técnicas más avanzadas para garantizar la mejor calidad posible. Que este pueda ser un signo de amistad antigua que crece y se renueva.
He sabido que, desde la puerta de la ger, al alba, los niños en el campo otean el horizonte para contar las cabezas de ganado y referir el número a sus padres. También a nosotros nos hace bien abrazar con la mirada el amplio horizonte que nos rodea, superando las visiones estrechas y abriéndonos a una mentalidad amplia, como invitan a hacer las ger que, nacidas de la experiencia del nomadismo en la estepa, se han difundido por un vasto territorio, siendo un elemento identificativo de las distintas culturas vecinas. Los espacios inmensos de vuestras regiones, desde el desierto del Gobi a la estepa, desde las grandes praderas a los bosques de coníferas, llegando a las cadenas montañosas de Altái y Jangái, con los innumerables meandros de cursos de agua, que vistos desde arriba parecen decoraciones refinadas sobre preciosas telas antiguas; todo esto es un reflejo de la grandeza y la belleza de todo el planeta, que está llamado a ser un jardín acogedor.
Vuestra sabiduría, la sabiduría de vuestro pueblo, sedimentada en generaciones de ganaderos y agricultores prudentes, siempre atentos a no romper los delicados equilibrios del ecosistema, tiene mucho que enseñar a quien hoy no quiere cerrarse en la búsqueda de un miope interés particular, sino que desea entregar a la posteridad una tierra todavía acogedora, una tierra todavía fecunda. Lo que para nosotros cristianos es la creación, es decir, el fruto de un benévolo designio de Dios, ustedes nos ayudan a reconocer y a promover con delicadeza y atención, contrastando los efectos de la devastación humana con una cultura del cuidado y de la previsión, que se refleja en políticas de ecología responsable. Las ger son espacios habitacionales que hoy podrían definirse como inteligentes y verdes, en cuanto versátiles, multifuncionales y con un impacto cero sobre el ambiente. Además, la visión holística de la tradición chamánica mongola y el respeto por todo ser viviente proveniente de la filosofía budista representa una contribución válida al compromiso urgente e impostergable por la tutela del planeta Tierra.
Las ger, presentes tanto en las zonas rurales como en los centros urbanos, testimonian además el precioso connubio entre la tradición y la modernidad; en efecto, ellas acomunan la vida de los ancianos y los jóvenes, expresando la continuidad del pueblo mongol, que desde la antigüedad hasta el presente ha sabido custodiar las propias raíces, abriéndose, especialmente en los últimos decenios, a los grandes desafíos globales del desarrollo y de la democracia. Ciertamente, hoy Mongolia, con su amplia red de relaciones diplomáticas, su activa adhesión a las Naciones Unidas, su compromiso por los derechos humanos y por la paz, desempeña un papel significativo en el corazón del gran continente asiático y en el escenario internacional. Quisiera mencionar también vuestra determinación a detener la proliferación nuclear y a presentarse al mundo como un país sin armas nucleares. Mongolia no es sólo una nación democrática que lleva adelante una política exterior pacífica, sino que se propone realizar un papel importante para la paz mundial. Además —otro elemento propicio que se puede señalar—, la pena capital ha desaparecido de vuestro ordenamiento judicial.
Las ger, gracias a su capacidad de adaptarse a los climas extremos, consienten vivir en territorios muy dispares, como ocurrió durante la conocida epopeya del imperio mongol, el más grande hasta la fecha con un territorio unido. Vengo a Mongolia, entre otras cosas, en un aniversario importante para ustedes, los 860 años del nacimiento de Gengis Kan. Durante siglos, el abrazar tierras lejanas y muy distintas puso en evidencia la excepcional capacidad de vuestros antepasados de reconocer lo mejor de los pueblos que componían el inmenso territorio imperial y de ponerlas al servicio del desarrollo común. Esto es un ejemplo que se debe tomar en cuenta y reproducir en nuestros días. Quiera el cielo que, sobre la tierra, devastada por tantos conflictos, se recreen también hoy, en el respeto de las leyes internacionales, las condiciones de aquello que en un tiempo fue la pax mongola, es decir, la ausencia de conflictos. Así como dice vuestro proverbio: «las nubes pasan, el cielo permanece», que así pasen las nubes oscuras de la guerra, que se disipen por la firme voluntad de una fraternidad universal en la que las tensiones se resuelvan sobre la base del encuentro y del diálogo, y que a todos se les garanticen los derechos fundamentales. Aquí, en vuestro país, rico de historia y de cielo, imploremos este don de lo alto y pongámonos manos a la obra para construir juntos un futuro de paz.
Al entrar en una ger tradicional, la mirada se eleva hacia el centro, a la parte más alta, donde hay una ventana abierta al cielo. Quisiera subrayar esta actitud fundamental que vuestra tradición ayuda a descubrir: el saber dirigir nuestra mirada hacia lo alto. Alzar los ojos al cielo —el eterno cielo azul que ustedes siempre han venerado— significa permanecer en una actitud de dócil apertura a las enseñanzas religiosas. Hay de hecho una profunda connotación espiritual entre las fibras de vuestra identidad cultural y es hermoso que Mongolia sea un símbolo de libertad religiosa. En la contemplación de los vastos horizontes, poco poblados por seres humanos, se ha afinado en vuestro pueblo una propensión al aspecto espiritual, al que se accede otorgando valor al silencio y a la interioridad. Ante el solemne predominio de la tierra que les rodea con sus innumerables fenómenos naturales, nace un sentimiento de asombro, que sugiere humildad y frugalidad, optar por lo esencial y ser capaces de desvincularse de todo lo que no lo es. Pienso en el peligro que representa el espíritu consumista de hoy en día, que además de crear muchas injusticias, lleva a un individualismo que olvida a los demás y a las buenas tradiciones recibidas. Las religiones, por el contrario, cuando se inspiran en su patrimonio espiritual original y no son corrompidas por desviaciones sectarias, son a todos los efectos soportes fiables para la construcción de sociedades sanas y prósperas, en las que los creyentes no escatiman esfuerzos con el fin de que la convivencia civil y los proyectos políticos estén siempre al servicio del bien común, representando también como un freno a la peligrosa carcoma de la corrupción. Esta constituye efectivamente una amenaza seria para el desarrollo de cualquier grupo humano, alimentándose de una mentalidad utilitarista y desaprensiva que empobrece países enteros. La corrupción empobrece países enteros. Es la señal de una mirada que se aleja del cielo y huye de los vastos horizontes de la fraternidad, encerrando a la persona en sí misma y anteponiendo todo a sus propios intereses.
En cambio, protagonistas de esa mirada hacia lo alto y de una visión amplia fueron muchos de vuestros antepasados líderes, que demostraron una excepcional capacidad de integrar voces y experiencias distintas, incluso desde un punto de vista religioso. Una actitud respetuosa y conciliadora se reservaba también a las múltiples tradiciones sagradas, como atestiguan los distintos lugares de culto —entre ellos uno cristiano— tutelados en la antigua capital Karakórum. Por ello, para ustedes fue casi natural llegar a la libertad de pensamiento y de religión, sancionada en vuestra actual Constitución; que ha superado la ideología sin derramamiento de sangre, la ideología atea que se creía obligada a extirpar el sentimiento religioso, considerándolo un freno al desarrollo. Hoy se reconoce en ese valor esencial de la armonía y de la sinergia entre fieles de credos distintos, que —cada una desde su punto de vista— contribuyen al progreso moral y espiritual.
En este sentido, la comunidad católica mongola está complacida de seguir dando su contribución. Esta comenzó a celebrar su fe hace poco más de treinta años, precisamente dentro de una ger, e incluso la catedral actual, que se encuentra en esta gran ciudad, evoca su forma. Son signos del deseo de compartir la propia obra con el pueblo mongol, que es su pueblo, en espíritu de servicio responsable y fraterno. Por tanto, estoy contento de que la comunidad católica, aun siendo pequeña y discreta, participe con entusiasmo y compromiso en el camino de crecimiento del país, difundiendo la cultura de la solidaridad, la cultura del respeto por todos y la cultura del diálogo interreligioso, y entregándose a la causa de la justicia, la paz y la armonía social. Deseo que, gracias a una legislación con amplitud de miras y atenta a las exigencias concretas, los católicos locales, ayudados por hombres y mujeres consagrados necesariamente provenientes en su mayoría de otros países, no tengan dificultad para poder ofrecer siempre a Mongolia su contribución humana y espiritual, en beneficio de este pueblo. A este respecto, las tratativas en curso para estipular un acuerdo bilateral entre Mongolia y la Santa Sede representan un canal importante para alcanzar las condiciones básicas para el desarrollo de las actividades ordinarias en las que está comprometida la Iglesia católica. Entre ellas, además de la dimensión más propiamente religiosa del culto, destacan las numerosas iniciativas de desarrollo humano integral, articuladas también en los sectores de la educación, la sanidad, la asistencia, la investigación y la promoción cultural. Estas dan testimonio del espíritu humilde, del espíritu fraterno y solidario del Evangelio de Jesús, el único camino que los católicos están llamados a recorrer en el itinerario que comparten con todos los pueblos.
El lema elegido para este Viaje es «Esperar juntos», y expresa precisamente la potencialidad inherente al caminar con los demás, en el respeto recíproco y en la sinergia por el bien común. La Iglesia católica, institución antigua y difundida en casi todos los países, es testigo de una tradición espiritual, de una tradición noble y fecunda, que ha contribuido al desarrollo de naciones enteras en muchos campos de la vida del hombre, desde la ciencia a la literatura, desde el arte a la política. Estoy seguro que también los católicos mongoles están y estarán dispuestos a dar su propia contribución a una sociedad próspera y segura, en diálogo y colaboración con todos los que habitan en esta tierra grande besada por el cielo.
«Sé como el cielo». Con estas palabras, un famoso poeta invitaba a trascender la caducidad de los altibajos terrenos, imitando la magnanimidad inspirada precisamente por el inmenso y terso cielo azul que se contempla en Mongolia. También nosotros, hoy, peregrinos y huéspedes en este país que tanto puede ofrecer al mundo, deseamos responder a esta invitación, traduciéndola en signos concretos de compasión, diálogo y planificación común. Que los distintos miembros de la sociedad mongola, aquí representados, puedan seguir ofreciendo al mundo la belleza y la nobleza de un pueblo único. Que, como vuestra escritura, puedan permanecer «en pie» y levantar a tantos que sufren a su alrededor, recordando a todos la dignidad de cada ser humano, llamado a habitar la casa terrena abrazando el cielo. Bayarlalaa! [¡Gracias!]